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Pedro Sánchez puede avanzar... si no se mete en charcos

Pedro Sánchez

Carlos Elordi

De lo que no cabe duda alguna es de que la entrada en escena del nuevo Gobierno ha sido un éxito de imagen. Pedro Sánchez dio la campanada presentando una moción de censura imprevista y ganándola. Y la composición del nuevo gabinete parece haber sido pensada no sólo para que nadie pudiera horrorizarse, ni dentro ni fuera de España, sino también para generar una ola de simpatía e incluso de ilusión en el amplio y variopinto espectro social en el que potencialmente el PSOE podría obtener votos en un futuro. Es de prever que ese clima se mantenga durante algunas semanas. Porque los rivales no parecen estar en condiciones de aguar la fiesta a corto plazo y porque es de suponer que los socialistas evitarán, por ahora, meterse en charcos. Y hasta ahí llegamos. Porque hacer pronósticos sobre qué puede ocurrir a partir de la vuelta de vacaciones es, por el momento, prácticamente imposible.

Los vientos corren ahora a favor del PSOE. Una amplia mayoría de la opinión pública, incluidos no pocos votantes de Ciudadanos y puede que hasta alguno del PP, se han alegrado de que Mariano Rajoy y los suyos hayan salido de La Moncloa. Esa contribución a la normalización política figurará en el haber de Pedro Sánchez y lo más probable es que él mismo y los suyos renueven su recuerdo cuantas veces haga falta.

Rajoy estaba muerto políticamente desde hacía ya bastante tiempo y sus esfuerzos por mantenerse en el poder no sólo había bloqueado la vida política española y agravado sus problemas, sino que también estaban empezando a erosionar seriamente nuestro sistema democrático. El buen sentido de la oportunidad de Sánchez y de sus asesores nos ha librado de golpe y sin preaviso de esa carga terrible. Ahora en la política española se respira otro aire y hasta la gente menos politizada lo percibe claramente. Hemos avanzado, por tanto, y hasta el momento eso es lo importante. Tal vez lo único verdaderamente importante.

La composición del nuevo Gobierno consolida la sensación de que de un día para otro se ha instalado un nuevo clima. Habrá ministros que gusten más o menos pero en conjunto transmiten la imagen de que poco tienen que ver con el inmediato pasado, de que son algo claramente distinto de Rajoy y de los suyos. Y aunque hasta el momento no hay más que eso, imágenes, éstas son cada vez más importantes. Sobre todo cuando hay elecciones cruciales en un horizonte bastante cercano.

Tal vez lo más impactante en ese contexto sea que el nuevo gabinete tenga más mujeres que hombres. Por algo eso es lo que más se ha destacado en la prensa extranjera. Con esa decisión Sánchez ha reconocido la fuerza y la importancia de la marea feminista que ha invadido hasta el último rincón de España, particularmente entre las jóvenes. Y arriesgando bastante, porque ha confiado a mujeres carteras cruciales, que requieren de personas muy capaces. A la espera de las reacciones machistas, que las habrá, porque en esos ámbitos iniciativas como esta se entienden como una afrenta, lo que hay que recordar es que más de la mitad de los votantes son justamente mujeres.

Que el ministro del Interior, un duro, según parece, haya citado a su marido en la toma de posesión, delante de la cúpula del ministerio, incluidos a generales y jefes de la Guardia Civil, no es solo un gesto hacia la galería. Es una manera solemne de hacer normal lo que cada vez para más españoles es normal. Y que un reportaje televisivo muestre a la humilde familia de la nueva ministra de trabajo en su pueblo, tal y como es, sin ningún montaje, habla bien a las claras de renovación… de clase. Y si encima desempeña bien su cargo, que según sus antecedentes parece que lo puede hacer, mejor que mejor.

Pero no cabe especular cábalas sobre cómo trabajará cada uno de los ministros. Porque todo dependerá de cómo se las apañen frente a los problemas que cada día se les vayan presentando. Los que son previsibles y están programados y los que surgirán cada día, que gobernar es muy difícil y complejo. Con todo hay una gran novedad: la de que todo lo que Rajoy hacía, y sobre todo lo que no hacía, era únicamente para conservar el poder, mientras que el objetivo de Sánchez es ganar las elecciones.

Tendrá por tanto que tomar iniciativas. Y algunas lo más pronto que pueda. Eliminar la ley o mordaza, o neutralizar lo peor de la misma, modificar significativamente la Reforma Laboral, insuflar dinero e iniciativas para mejorar la situación de los españoles que peor están, atender a las demandas de los pensionistas, atar corto al mundo de la justicia, abaratar la factura de la luz, dar un mínimo impulso a la investigación y a la ciencia, hablar con los gobiernos autonómicos para encontrar la manera de cambiar de modelo de financiación, son algunos de los capítulos en los que el nuevo gobierno puede actuar sin necesidad de enfangarse demasiado en Las Cortes y tirando de los retales que están a su disposición en el presupuesto.

Y, claro está, implicarse en la crisis catalana. Pedro Sánchez ya ha hecho algo en este camino y no es precisamente secundario. Llamar a Quim Torra y acordar con él una próxima reunión es un paso importante tras casi dos años de ruptura total de relaciones entre los gobiernos de Madrid y Barcelona. Llegar a algún tipo de entendimiento será mucho más difícil porque las posiciones del PSOE y de los independentistas están demasiado alejadas como para pensar que puedan acercarse. Ni ahora ni bastante más tarde. Pero lo que no es imposible lleguen a un acuerdo de convivencia, a una especie de tregua, a la espera de que un día, que no llegará antes de las elecciones generales, se pueda tratar más a fondo la cuestión.

El hecho de que los partidos independentistas votaran a favor de la moción de censura sugiere que esa tregua ya ha empezado. Pero para consolidarla Sánchez tiene que hacer algo más. Además de levantar el control previo de las cuentas de la Generalitat, que estaba cantado, tendría que modificar, más pronto que tarde, la situación de los independentistas presos. También proponer soluciones a los graves problemas de financiación de la Generalitat y eliminar los muchos vetos y a iniciativas de la misma que entraban dentro de las atribuciones del estatuto de autonomía y que el PP ha venido bloqueando. Y, por último, aunque habría espacio para otras cuantas cosas, tendría que cambiar de registro cuando mencionara la crisis catalana, ser más amable, por mucho que las encuestas digan que eso quita votos.

¿Puede hacer todo, que no es ni mucho menos una revolución, un gobierno que solo cuenta con 84 escaños en el parlamento? En buena medida sí. Porque ha empezado bien y porque sus rivales no van a declararle la guerra al menos en unos cuantos meses y puede que de algunos más si Sánchez hace bien las cosas y evita provocaciones. El PP ya está en crisis y hasta su post-congreso, es decir, como mínimo hasta noviembre, bastante tendrá con arreglar sus cuitas internas. Ciudadanos no está en crisis, pero está confundido, ha dejado de ser el niño bonito de la escena política, se ha quedado sin rival fácil para subir en las encuestas, tiene aún que renovar su discurso y encontrar la manera de enfrentarse al PSOE. Y eso puede aún llevar tiempo.

Y todo hace pensar que Podemos tampoco va a romper la baraja, al menos por ahora. Porque si su negativa a investir a Sánchez hace dos años sigue siendo objeto principal de debate en sus filas, contribuir ahora a derribar al gobierno del PSOE ahondaría, y mucho, esa disquisición interna. Está claro que los últimos éxitos del PSOE y la buena marcha del nuevo del nuevo gobierno no van a beneficiar las expectativas electorales de Pablo Iglesias y de los suyos. Pero declarar la guerra a Sánchez podría ser aún peor.

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