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La patraña de los pactos post-electorales

Albert Rivera en el mitin de A Coruña en el que ofreció al PP un pacto de gobierno para echar a Sánchez.

Carlos Elordi

La incertidumbre sigue mandando sobre cualquier pronóstico que se haga sobre los resultados del 28 de abril. Las encuestas solo apuntan tendencias que perfectamente podrían cambiar de aquí a esa fecha. Lo que sugieren respecto de los escaños que podría obtener cada uno de los partidos contendientes rayan la pura especulación. Y más en lo que se refiere a su reparto provincial, dado lo reducido de las muestras para esos territorios. A la luz de todo eso puede pasar cualquier cosa. Y sin embargo el debate público está dominado por las hipótesis de los distintos pactos electorales posibles.

Todas y cada una de ellas están montadas sobre la nada. En unas elecciones tan reñidas como las que tendrán lugar dentro de un mes, 8 o 10 escaños más o menos en el resultado final de cada uno de los contendientes puede tirarlas por tierra. Ningún pacto de los que se está hablando tanto en estos días tiene la mínima solvencia operativa. Todos y cada uno de ellos se proponen con el único fin de influir sobre el electorado. Son puras patrañas que no hablan precisamente bien de la seriedad de quienes las sugieren o quienes las debaten.

Ciudadanos ha abierto ese juego. Tras haber perdido el paso, desde el momento que decidió aceptar el pacto de las tres derechas en Andalucía, no ha sido capaz de ofrecer algo nuevo que le permita recuperar imagen. La política de fichajes en la que Albert Rivera parecía confiar tanto se ha arruinado con la metedura de pata de la candidatura de Silvia Clemente en Castilla y León. Y está por ver si el traslado de Inés Arrimadas de Barcelona a Madrid le produce algún efecto positivo o si, por el contrario, sólo merma seriamente sus posibilidades en Cataluña.

Acosado por esos problemas, por las críticas internas que han generado y, según se dice, por unas encuestas internas que le indicaban que se le estaban escapando votos a raudales hacia los otros dos partidos de derechas, Ciudadanos se sacó entonces de la manga el compromiso firme de no pactar bajo ningún concepto un futuro compromiso con el PSOE. Desde hace tres semanas, no para de insistir en eso. Y el miércoles Rivera ha dado un paso adelante en esa dirección ofreciéndose a formar un gobierno de coalición con el PP.

Cualquier político con un mínimo de experiencia sabe que uno de los principales instrumentos de acción de un partido es justamente su capacidad de pactar con uno o con su rival en función de las circunstancias que se presenten y de la valoración de las mismas. Renunciar a ese activo es por tanto una aberración injustificable. Pero es que, además, a Rivera le está saliendo el tiro por la culata. Porque el comentario de Pablo Casado de que si el PP gana las elecciones al líder de Ciudadanos podrían dejarle el Ministerio de Exteriores de ese hipotético gobierno de coalición es poco menos que un desprecio. En su desesperada carrera por salir del agujero, Rivera le ha dado gratis a su rival en la derecha la baza de dejarle en ridículo.

Y lo peor para él es que por muchos juramentos que haga no va a conseguir alejar el fantasma de que, al final, terminará dando sus votos a Pedro Sánchez, si las circunstancias hacen que eso sirva para algo. Ciudadanos corre el riesgo de perder definitivamente un perfil propio. Y eso podría beneficiar al PP, aunque también al PSOE. El hecho de que sólo la organización de Ciudadanos de Madrid se haya sumado al compromiso de no pactar con el PSOE no deja de ser significativo. Porque es muy probable que los dirigentes de otras organizaciones regionales crean que eso no les conviene y que no descarten que un acuerdo con los socialistas tras el 26 de mayo sea para ellos una salida que no pueden cegar.

El único otro líder que ha hablado de pactos en estos días ha sido el de Podemos. En su vuelta a escena, exitosa y eficaz sin duda alguna, Pablo Iglesias ha asegurado que quiere apoyar un futuro gobierno del PSOE. Pero añadiendo que también quiere formar parte del mismo. Una condición que marca una diferencia sustancial con la oferta de Albert Rivera. Porque lo que ha hecho Pablo Iglesias es dar un sentido político muy claro a su campaña y no renunciar a nada.

Otra cosa será lo que ocurra al final en el territorio de la izquierda. Podemos lo tiene muy difícil. La decisión de IU-Madrid de concurrir a las municipales junto con Anticapitalistas —la misma facción que hace cuatro meses se hundió en las andaluzas— se lo ha puesto aún más. Pero Iglesias puede aún revertir, al menos en parte, los muy malos pronósticos de las encuestas. Trabajando por reunificar, en la medida de lo posible, el cada vez más roto panorama del mundo que hace sólo un año estaba junto bajo su liderazgo. Y empezando por un acercamiento a Íñigo Errejón, aunque sólo fuera para que éste hiciera un gesto formal de apoyo a Podemos en las generales.

Iglesias puede caminar en esa dirección. O no. La respuesta llegará dentro de poco. En todo caso, la posibilidad de que Podemos logre más escaños que los menos de 30 que le vaticinan las encuestas existe. Si eso ocurre y si, como dicen las encuestas, Esquerra barre al partido de Puigdemont en las generales, el PSOE, siempre que los resultados finales confirmen sus buenos sondeos, que también eso está por ver, podría tener en sus manos un gobierno de izquierdas. Con independentistas, sí. Pero no con los más extremistas. Otra cosa es que ese gobierno, o alguno parecido con el PNV jugando su papel, fuera estable.

Con esa hipótesis en un extremo y con la de una victoria de las tres derechas en el otro —con un PP como referencia principal del mismo, y más si es verdad que Vox ha frenado su trayectoria ascendente— se puede trazar un panorama en el que caben muchas fórmulas. No tiene sentido apuntarse a ninguna de ellas. El debate real sobre los pactos electorales solo tendrá lugar cuando se conozcan los resultados. Y no cabe descartar la posibilidad de que ninguno de ellos fragüe y que haya que repetir las elecciones.

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