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¡Viva España!

El PSOE aspira a presidir siete comisiones en el Congreso

Ana I. Bernal Triviño

Estoy cansada de vuestros argumentos y debates. De vuestras frases para levantar una polvareda que camufle la verdad. Harta de las rastas, de las cabalgatas, de los bebés, de los piojos, de la ropa… Nada de eso soluciona el problema con el que cientos de españoles no pueden dormir. Esos desvelos continuos que se agarran en el centro del estómago, con un pellizco muy profundo. Y es que la gente se muere sin dignidad. En peores casos, sin sanidad. Que hay personas que se suicidan por la crisis. Que las desahucian. Que se les agota el paro. Que no tienen trabajo. Que emigran. Que tienen hambre. Y frío. Que tienen ansiedad y pánico. Vosotros, ajenos a estos males, seguros de que no los viviréis jamás, os centráis en crear debates donde no los hay. Y caemos en la trampa. Una y otra vez. Y hablamos. Y los respondemos porque cuestiones tan descaradas merecen una reflexión en la que quedéis retratados. Pero… no cambia nada. No cambia nada porque el poder sigue en vuestras manos. Porque el poder que nos maneja incluso está más allá de nuestras fronteras. Porque el capital manda por encima de todas las cosas y con vuestra complicidad, os aseguráis de que así sea.

Estoy harta de que derivéis a minucias el debate para dejar al margen lo importante. Indignada por trasladar la idea de que la apariencia física está por encima del honor, la honestidad o de la higiene… Si tanto os preocupa la higiene, mejor que garanticéis agua y luz básica a quienes no pueden costearlo. Si os preocupan las ilusiones de los niños, garantizad sueldos dignos a sus padres para no arrastrarlos a la pobreza. Si os preocupa la honestidad y la honradez en la política, barred vuestra propia casa y ejercedla sin codicia e intereses.

Estoy harta de que os riáis en nuestra cara y que, además, lo hagáis con descaro, intención y arrogancia. De vosotros… esos políticos y periodistas acomodados que abandonaron hace mucho la calle para anclarse como piojos a los despachos y al poder donde succionar lo que era de todos. Los mismos que, por una crítica a la tauromaquia o por cuestionar la deriva de nuestro país, te tachan de antiespañol, dado que ellos son los únicos que pueden otorgar tal condición de tal. Son los que en las efemérides gritan a pleno pulmón… ¡Viva España! Esos que no son capaces de ver que el proceso de identidad va más allá de símbolos y golpes en el pecho, porque tiene un fondo humanístico del que carecen. Esos que muestran bien orgullosos la pulserita y el polo con la banderita de España, como si por ello perteneciesen a un club selecto.

¿Viva España?

¿Cuál de ellas?

¿La de las empresas del IBEX 35 que no pagan el impuesto de sociedades en España? ¿La del capital español que ha crecido un 2000% en paraísos fiscales? ¿La de los 20 españoles más ricos que tienen tanto como el 30% más pobre? ¿La España donde uno de cada cinco empleados está en situación de pobreza? ¿La que trabaja por días sueltos o por horas? ¿La cómplice que apoya países donde se violan derechos humanos? ¿La que instaló vallas con cuchillas? ¿La que reduce en I+D? ¿La que tiene uno de cada tres niños pobres?

A un español decente y honesto se le cae la cara de vergüenza con esas cifras. A vosotros, no. Porque os habéis esforzado hasta el límite para que así fuera. Para complacer a la riqueza. Para garantizar el poder. Para asegurar el lucro con vuestras decisiones y vuestras leyes. Con el apoyo, también, de parte de un pueblo anestesiado y manejado como marionetas, cuyos referentes mediáticos son pusilánimes, vídeos banales e informaciones gastronómicas a las que dedicamos horas eternas. Porque los desahucios, los suicidios, los emigrantes muertos en el mar, los refugiados, los recortes sanitarios, el paro, el ataque a los derechos laborales, los asesinatos machistas o la pobreza no han ocupado todos los días los titulares ni los minutos de televisión necesarios. Y si lo han hecho, se han ceñido a momentos tan puntuales y tan efímeros que no dejaron apenas rastro de conciencia.

Esa es vuestra España. No la mía. Yo grito… ¡Viva, España! Pero no es exaltación ni homenaje, sino como imperativo. Que viva, pero en la plenitud de su significado. Que viva, porque la habéis dejado medio muerta. Os gusta ver cómo otros caen al pozo mientras vosotros retiráis la escalera. Y os gusta porque sois lo peor de la condición humana. Que España viva tranquila sin vuestra codicia, avaricia, lujuria y soberbia. Que empiece a vivir desde la dignidad y la conciencia. De aquellos que sienten como su patria los derechos. Vista vuestra condición, será la única patria por la que siempre merecerá la pena luchar hasta el final… Que así sea.

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