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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

“No devolvemos a la gente, sino que impedimos que entren”

Inmigrantes subsaharianos intentan entrar en Melilla

Virginia Álvarez

Responsable de Política Interior de Amnistía Internacional en España —

Las autoridades españolas, convencidas de su propia mentira, presentan a las personas migrantes y refugiadas como criminales peligrosos por lo que todo vale para defenderse.

Nada parecido a lo que yo he podido ver en mi reciente visita a la frontera melillense. Aún recuerdo a aquel chico al que se le iluminaba la cara pensando que algún día conseguiría llegar a Alemania para trabajar. Su cuerpo estaba aún marcado por las concertinas y los golpes recibidos por las fuerzas de seguridad. Después de que la Guardia Civil le hubiese expulsado ilegalmente hasta cinco veces, me dijo en Nador: “vivir en el bosque (Gurugú) es muy duro. Sólo pido que me dejen saltar la valla y que si paso la tercera, me apliquen la ley ”.

“Sí”-decía una de estas autoridades- “yo también he oído lo de los malos tratos a los subsaharianos en Marruecos, pero estamos ante un Estado soberano que ha firmado todos los tratados internacionales”.

Así de fácil limpian nuestros representantes sus conciencias. Es curioso ver lo bien que parecen conocer lo firmado por nuestros vecinos, ignorando las obligaciones propias del país que representan. Porque sí, también en España están vigentes los tratados que impiden la devolución de cualquier persona a un país donde haya riesgo de sufrir tortura o trato cruel, inhumano o degradante. Mirar hacia otro lado nos hace tan culpables como a ellos.

Durante la semana que he permanecido en Melilla, he estado con algunas de esas personas que las autoridades se empeñan en presentar como violentas o peligrosas, como aquel otro chico que tenía una mirada tremendamente triste, cuando nos encontramos en Nador. Su vida se truncó el pasado mes de agosto en la valla de Melilla, con sólo 24 años. Apenas podía permanecer sentado mucho tiempo por los dolores que le producía una cadera maltrecha. Con mucho esfuerzo y dificultad, pues casi no podía ni vocalizar, me relató cómo su mandíbula estaba destrozada después de haber caído desde una altura de 6 metros, cuando uno de los agentes de las fuerzas auxiliares marroquíes tiró de él hacia abajo.

Las imágenes que el pasado 15 de octubre hizo públicas la asociación PRODEIN, donde unos agentes de la Guardia Civil pegan sin compasión a un inmigrante camerunés hasta hacerle caer al suelo, quedando, según parece, inconsciente, me hacen pensar que este chico también ha encontrado el mismo destino de vuelta en Marruecos.

Entonces ¿quiénes son aquí los violentos? ¿De quién quieren defendernos? ¿De las familias sirias, algunas con niños muy pequeños, que huyen de la guerra? ¿De la mujer subsahariana embarazada que también escapó del conflicto en su país? Cuando le pregunté si alguien le había hablado de la posibilidad de solicitar asilo, me miró atónita y con absoluta incredulidad.

Pero, por supuesto, según nos recuerdan categóricamente nuestras autoridades, aquí nadie quiere pedir asilo. Si no, ¿por qué no lo hacen cuando por fin burlan nuestra seguridad y entran irregularmente a Melilla?

Seguramente, será porque quieren perpetuar su vida de invisibles sin derechos, vulnerables a todo tipo de abusos.

Es desolador ver en qué situación viven estas familias, algunas con historias terribles y traumáticas, en un centro que no tiene ni las más mínimas condiciones para albergarlas con cierta dignidad. Pero peor aún es pensar que tengan asumido que pedir al Estado español que cumpla con sus obligaciones internacionales con las personas refugiadas, pueda convertirse en un castigo, cuando aseguran que al hacerlo solo consiguen la indiferencia de quienes mandan y su olvido en un lugar que ni les acoge ni les brinda ninguna oportunidad.

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