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De Chile a Teruel, el arte mural para revitalizar un barrio

Rostros que decoran una de las paredes del barrio.

Elisa Alegre Saura / Elisa Alegre Saura

Teruel —

El antiguo asilo San José, en Teruel, es hoy un enorme edificio desvencijado que espera que se hagan realidad las promesas que le han de convertir en el nuevo conservatorio y en un gran centro social. Los vecinos de San Julián llevan doce años demandando recuperar este espacio, que puede verse asomándose desde los viaductos de la ciudad, para dar cobijo a la intensa actividad vecinal. Y esa demanda se convirtió en arte cuando hace casi diez años pidieron al Ayuntamiento poder dar color a las tapias que rodeaban este espacio degradado de la ciudad.

“Hubo una tensión fuerte con el concejal que no nos dejaba y, al final, los técnicos municipales se pegaron dos días poniendo tablas en la tapia para pintar sobre ellas y no tocar el muro”, recuerda Pepe Polo, presidente de la asociación vecinal. “Decían que como estaba en el entorno del viaducto afearía”, recuerda, aunque lo que resta belleza a este lugar, muy visible para cualquiera que pase por la ciudad, es el estado del edificio y la maleza que le rodea.

Con esta semilla sembrada, Polo viajó poco después a Chile y allí conoció el proyecto del Museo a Cielo Abierto de Valparaíso. “Es un barrio alto y el nuestro es bajo, tienen un tren de cremallera para conectar con el centro comercial, y nosotros tenemos un ascensor”. Todavía conserva, dice, el folleto donde se recogía la ruta que comenzaba al bajar del trenecillo con poesías dedicadas a Lorca. Allí encontró placas de poesía en los dinteles de las casas, grafitis en las paredes y una plaza presidida por esculturas a grandes artistas como Vicente Aleixandre, Lorca o Neruda.

A su vuelta relanzó la idea para su barrio, y en los siete años que lleva celebrándose el otoño cultural ha tenido forma de concurso, de exhibición o de colaboración con los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la ciudad. Más que grafitis se trata de “arte mural”, explica Hugo Casanova, coordinador del museo, que cuenta ya con una treintena de obras de distintos formatos en fachadas cedidas por los vecinos o por el propio Consistorio. La más grande es la que acaba de concluir este año, firmada por Isaac Mahow y Mr Trazo, que evoca el pasado modernista de la ciudad y la reivindicación del centro social, que continúa a pesar del tiempo.

Poesías de Labordeta en los dinteles de las puertas

“La temática es la de cada uno, con elementos alusivos a la ciudad y a reivindicaciones sociales”, recuerda Casanova, artista también, que explica con satisfacción que después de estos años se han superado las reticencias iniciales de algunos que pensaban que los grafitis iban a convertir al barrio en “El Bronx” de Teruel. “Ahora muchos vecinos ceden sus fachadas e incluso hay encargos de comercios para que los artistas decoren las persianas, como una forma de identidad de la empresa”, apunta.

Casanova es miembro de la asociación y vecino del barrio, además de artista y anfitrión de quienes vienen a ampliar este museo. “Todo lo que hacemos aquí es muy personal”, porque los artistas se alojan en el comedor de su casa, no suelen cobrar y la financiación para las pinturas o el alquiler de la grúa sale de la venta de lotería hasta alcanzar los 500 euros de presupuesto anual: “Si tuviéramos algo más de apoyo económico podríamos hacer más”.

Eso también financia el resto del museo que tiene forma de poesía en las calles, empezando por el Cancionero turolense que recoge coplas de las gentes y cuadrillas que salían a rondar hace décadas por la ciudad. En los dinteles de las puertas las letras de artistas como Ángel Petisme recuerdan a quienes bajan a esta zona de la urbe que el arte está vivo en sus calles. También lucen las poesías dedicadas al barrio de José Antonio Labordeta.

Polo dice que el siguiente paso será continuar ampliando el número de murales, después de que la idea del museo se haya consolidado. “Y seguir convenciendo a la gente, porque todavía hay personas reticentes a ceder sus paredes”. De igual forma, pretende hacer un folleto como el que todavía guarda del museo de Valparaíso, para que los turistas y el resto de vecinos sepan por qué el barrio de San Julián ha sacado el arte a la calle. Confía en que antes de que acabe el año se licite la rehabilitación del antiguo asilo como centro social. “¿Si no somos optimistas, qué nos queda?” se pregunta.

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