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Ayuda en Acción es una Organización No Gubernamental de Desarrollo independiente, aconfesional y apartidista  que trabaja en América, África y Asia con programas de desarrollo integral a largo plazo en diferentes ámbitos para mejorar las condiciones de vida de los niños y niñas, así como el de las familias y comunidades a través de proyectos autosostenibles y actividades de sensibilización.

Etiopía más allá de la hambruna

En las tierras bajas de Seru-Bele Gesgar, la población tiene que vivir en un contexto casi desértico (Santiago Cano/Ayuda en Acción)

Santi Cano

Seru-Bele Gesgar —

Para muchas personas que pasan de la treintena, la imagen asociada a Etiopía es la terrible hambruna, cuya noticia dio la vuelta al mundo en los años ochenta del siglo pasado. En el mejor de los casos, se asocia en la actualidad a un elenco de excelente atletas que ponen al país en el noticiario mundial cuando hay competiciones internacionales. Sin embargo, una generación después de las grandes crisis humanitarias, Etiopía es un país complejo con muchas singularidades y contrastes.

Los etíopes presumen de ser el único país que nunca ha sido colonizado en África, tan solo sufrieron unos años de ocupación italiana durante el siglo XX. Hoy en día, es el segundo país más poblado de África, después de Nigeria, con una población que supera los 90 millones de personas. Y sin duda, es el país más estable del cuerno de África, basado en gran parte en un control estricto de la población.

Presenta tasas de crecimiento por encima del 10% en la última década y hay informes que indican que el número de millonarios ha aumentado más que en cualquier otro lugar del continente. A pesar de estos datos que destacan cierta bonanza, Etiopía ocupa todavía el puesto 173 de 187 países en el Índice de Desarrollo Humano, con una población superior al 88% en pobreza multidimensional.

En cuanto a la erradicación de la extrema pobreza y el hambre, tenemos que recordar que Etiopía se encuentra en una región que lleva tiempo sufriendo periodos de condiciones climáticas extremas. El crecimiento de la población, la erosión del suelo y el propio cambio climático hacen que las ya de por sí extenuadas superficies de cultivo deban ser explotadas de forma cada vez más intensiva en un contexto de sequía creciente. El porcentaje de personas que pasan hambre en Etiopía ha disminuido del 43% de la población en los años 90 al 28%, aún así, sigue habiendo 25 millones de personas en esta situación.

En Ayuda en Acción trabajamos allí desde 1995. A finales del año pasado iniciamos un nuevo programa que pretende contribuir a la lucha contra el hambre. Se está desarrollando en Seru-Bele Gesgar, una zona remota de la región de Oromía, en el centro del país y lo hemos puesto en marcha junto a la agencia española de cooperación, AECID.

En Seru-Bele Gegar existen dos contextos rurales muy distintos debido a características geográficas muy diferentes. El 35% del territorio es una meseta de más de 2000 metros de altura, donde se asienta el 65% de la población. El resto del territorio se corresponde a tierras bajas, una zona agreste y remota, donde vive el 35% de la población.

En la meseta se desarrolla una agricultura cerealista. Sobre todo se produce trigo, cebada y un cereal básico para la población etíope, el teff, la materia prima con lo que se produce el “pan” del país: la injera. Existe una pequeña cosecha en mayo y otra entre noviembre y diciembre que es el principal sustento de la población. La agricultura es muy básica, tan básica que se siguen empleando técnicas tradicionales, como trillar la cosecha (separar el grano) con pisotones del ganado y del agricultor.

El agua escasea en muchas áreas de la meseta, por lo que se puede observar todos los días una romería mayoritariamente de burros, niños y mujeres desfilando a por agua de charcas, manantiales o pozos, parte de ellos construidos por Ayuda en Acción. Esta escasez contrasta algunos años con torrenciales lluvias durante junio-septiembre, como la ocurrida en 2014, que destruyen cultivos y obligan a migrar a familias enteras para buscar empleo en otras zonas hasta la siguiente cosecha. La economía de subsistencia se completa con una cabaña de ovejas que pastan entre chozas y campos de cereal.

La vida en las tierras bajas es aún más dura y complicada. Totalmente distante de cualquier servicio, hay vastas zonas incluso inaccesibles salvo en mula o caminando. La población tiene que vivir en un contexto casi desértico: cactus y matorrales apenas dejan oportunidad a áreas de cultivo. Es tierra sobre todo para cabras y camellos. Hay mujeres que tienen que caminar hasta tres horas para conseguir agua en una charca y después hacer el camino de vuelta. En el año 2014 gran parte de las familias tuvieron que dejar sus asentamientos e irse a la ribera de alguno de los dos grandes ríos que surcan remotamente estas tierras.

En este contexto, sumamente complejo, se precisa una visión integral para contribuir a incrementar la seguridad alimentaria, más allá de cubrir las necesidades básicas urgentes. El trabajo que nos hemos propuesto abarca diferentes aspectos. Por un lado, estamos iniciando actividades con las comunidades que nos permitan conocer en detalle la vulnerabilidad que tiene la población al cambio climático y desastres naturales, cada vez más frecuentes. Un conocimiento profundo nos permitirá planificar con las comunidades acciones concretas para que se adapten a este cambio y aumentar su capacidad de hacer frente y reponerse a las amenzadas naturales.

Hoy en día, por ejemplo, los agricultores vuelcan todos sus esfuerzos año tras año en obtener una cosecha que venden sin saber su valor en el mercado. Por ello, aumentar las capacidades y las infraestructuras de las cooperativas agrícolas es un aspecto fundamental para mejorar sus condiciones de vida y conseguir que aumenten significativamente los ingresos de sus familias.

También hemos puesto el foco en la mujer y grupos vulnerables como jóvenes desempleados, discapacitados y minorías étnicas. Estamos apoyando cooperativas de ahorro y crédito conformadas prácticamente en su totalidad por mujeres para que tengan acceso al crédito y a la formación, y promovemos la puesta en marcha de pequeños negocios tanto para mujeres, como para los grupos vulnerables. A esto tenemos que sumar el apoyo a las instituciones públicas para conseguir que cuando acabe nuestra colaboración los proyectos sean sostenibles. Son estas instituciones quienes tienen la responsabilidad de construir un futuro mejor para las próximas generaciones de Seru-Bele Gesgar.

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