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'Dones en Xarxa' promueve los derechos de las mujeres y apuesta por su empoderamiento usando las TIC. Cree en el potencial de internet para alcanzar la igualdad efectiva.

Las ultraderechas, una amenaza para la perspectiva de género

Maria Àngels Viladot

Este año 2017 habrá tres elecciones de la más importantes en tres países europeos de arraigada tradición democrática: Francia, Holanda y Alemania. La globalización, las guerras y la crisis económica a nivel mundial son, desgraciadamente, elementos disruptivos de primera magnitud. Riadas de refugiados llegan a las fronteras europeas de determinados países y esto ha incrementado la incertidumbre a la que están sometidas las capas medias y las más desfavorecidas. Este conglomerado de circunstancias es el caldo propiciatorio para el resurgir de las ultraderechas que se enfrentan sin contemplaciones contra todos los movimientos que intentan cambiar el status quo de las injusticias y las discriminaciones. Uno de estos movimientos ideológicos es, sin lugar a dudas, la llamada perspectiva de género en la conducta humana, imprescindible para cuestionar los valores, estereotipos, normas y roles de género prescriptivos que rigen en las cogniciones de las personas. Imprescindible para la eliminación de las injusticias y para el cultivo de los procesos hacia la igualdad entre éstas.

Las ultraderechas no están para cuentos. Emergen con fuerza y empiezan a verse artículos con firmas reputadas y tertulias donde se ataca sin pies ni cabeza, sin contemplaciones, la ideología de género. Desde su aparición como tal, el feminismo, las feministas, ha sido siempre motivo de burla y desprecio, incluso para muchas mujeres que defienden los derechos humanos del género femenino. Pero, sin embargo, a pesar de los continuos ataques para ridiculizarnos, en Occidente hemos conseguido ser escuchadas en todos los ámbitos de la vida: los derechos humanos, las leyes, la educación, la sanidad, la familia, en los ámbitos sociales y laborales, etc. Lo que me interesa resaltar es que todos estos logros serán, con casi toda seguridad, frenados y retranqueados si Europa enferma con el virus letal de las ultraderechas. ¿No os hace sufrir Marine Le Pen? ¿Y qué decir de Geert Wilders? Porque la islamofobia y el antieuropeísmo (por aquello del divide et impera) van de la mano con la remisión descarnada de los derechos humanos de las minorías y, por tanto, de las mujeres. ¿Y la líder de la AFD, la alemana Frau Petry? ¿Y Siv Jensen, líder del Partido del Progreso noruego? ¿Y Pia Kjærsgaard, cofundadora y líder del Partido Popular Danés? ¿Y Dora Duro, representante del partido húngaro de extrema derecha Jobbik?

El discurso del odio se dirige a todos los grupos infravalorados, aquellos que son vistos como una amenaza para la autoestima del grupo positivamente valorado. Millones de personas de Europa sienten amenazada su identidad personal y social, se sienten frustradas, y las ultraderecha buscan chivos expiatorios: los avances sociales de las mujeres es un foco de ataque para recuperar el sentimiento de una masculinidad patriarcal que, dicen, “ellas” quieren pisar. Aquí no sirven conceptos relativos a la igualdad en la riqueza de la diversidad. Aquí lo que impera son profundas emociones, sentimientos que afloran de una autoestima ultrajada.

Es curioso, ¿verdad que los liderazgos ultraderechistas en los diferentes países los ostentan mayoritariamente mujeres? ¿Por qué? ¿Son marionetas, bonitos jarrones de flores, de los líderes hombres que gobiernan estos partidos? Me parece que no. Los partidos ultraderechistas han entendido que la gente ve lo que son y que, hasta ahora, no habían intentado disimular: partidos tradicionalmente definidos por la fuerza bruta “testosterónica” y la misoginia. Hay que cambiar la imagen pública; hay que aprovecharse de los estereotipos positivos prescritos para las mujeres: las mujeres son fiables, acogedoras, comprensivas... hay que rentabilizar las formas comunales de las mujeres, tan implícitas y arraigadas en las mentes humanas. De modo que una figura femenina puede conseguir lo inesperable: que las mismas barbaridades parezcan mucho menos bárbaras e, incluso, aceptables.

Y volvemos al principio cuando he comentado la crisis global económica. ¿Qué ha pasado con las políticas de igualdad como consecuencia de esta crisis? Pues que en el mejor de los casos se han desplazado al final de la fila de las prioridades. El Estado del bienestar ha quedado gravemente resentido y con la retórica de la austeridad se han evitado y recortado las reformas estructurales estipuladas en la Ley de igualdad / 2015 redactada para eliminar todo tipo de brechas injustas y discriminatorias entre hombres y mujeres. Mi opinión es que el avance del neoliberalismo más descarnado es imparable.

Muchas mujeres se han sentido y se sienten desamparadas y defraudadas, no sólo por la crisis económica que las ha perjudicado y desplazado del ámbito laboral sino por un techo de cristal que las frustra una y otra vez. El resultado ha sido una diáspora en la búsqueda de un nuevo refugio identitario; el retorno al ámbito privado, a las tareas de cuidado y domésticas; el maternalismo, el familiarismo, son opciones que la ultraderecha ofrece. Muchas mujeres que no se sienten bien o no se sienten representadas por la perspectiva de género, por el movimiento feminista que lucha por sobrevivir en el contexto liberal del neopatriarcado, se sienten seducidas, en cambio, por la fiabilidad y la confianza que emanan diabólicas de las líderes ultraderechistas. “Si todo esto lo dicen mujeres, no debe ser tan malo ... son amables, comunales como yo, como mis amigas... y se sienten comprometidas con las penurias económicas que estamos pasando...” Y sino escuchemos a Marine Le Pen cómo denuncia las desigualdades y de qué manera tan comprensible, superficial, apasionada, tan adecuada para la gente común. A pesar de su condición islamófoba, estos partidos --a pesar de su ideología tradicional en cuanto al rol de la mujer-- no tienen inconveniente en aprovecharse de la situación de la mujer en los países islamistas para utilizarlo también como argumento anti-islam y anti-inmigración en su discurso.

En resumen, la llamada para la emancipación y la liberación de las mujeres que sale de la perspectiva de género es hoy en día una decepción para muchas mujeres. El canje es una ultraderecha capaz de brindarle las salidas emocionales a su desencanto, a sus frustraciones y, todo ello, liderado por féminas que les ofrecen la ilusión de que ellas, las mujeres, también cuentan. Por ello, capaces de embaucarlas, tantas jóvenes se movilizan hacia los partidos de derechas. Encuentran tranquilidad, una nueva identidad valorizada y justificada por la madre naturaleza: como digo, les ponen a disposición el maternalismo y el familarismo, a cambio del odio a lo foráneo, a lo diferente e inferior... A cambio del cierre nacionalista...

Sí, efectivamente, las derechas basan sus políticas de género en el cuidado y ponen la familia en el centro. La identidad femenina y la identidad masculina se complementan por esencia y, en este complementarse, las mujeres son ante todo madres: el cobijo ideal para la autoestima prestada por los problemas sociales y económicos que no paran de crecer. Así, las mujeres oprimidas y las conservadoras son, en estos escenarios, el maná perfecto para los propósitos de las derechas. Son mujeres modernas que viven en democracias liberales e inclusivas y su adhesión a estos partidos ultraderechistas me hace dudar sobre las ideas que se difunden de que si las mujeres tuvieran el poder de decisión en la sociedad, serían comunales, amables, demócratas, comprensivas... ¿Ejercerían el liderazgo para crear realmente un mundo mucho más colaborador e inclusivo? Estas dudas me incomodan profundamente.

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