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Barcelona, ¿smart city?

José Mansilla

El concepto de moda. Tanto, que es difícil no toparse con él en cada documento, informe, memorándum, presentación o estadística de aquellas administraciones públicas que apuestan por estar a la última en cuestiones, en ocasiones tan generales y ambiguas, como la gestión de servicios, la nueva economía, el transporte o la sostenibilidad. ¿Quién no quiere vivir en una ciudad inteligente?

El Ajuntament de Barcelona por supuesto que sí. De hecho, tiene dedicado un apartado completo a ello dentro de la web de Barcelona Activa. En él es posible encontrar enlaces de interés, noticias e incluso ofertas de empleo vinculadas a las smart cities. La postura histórica de la ciudad es tan clara a favor de este tipo de iniciativa que incluso viene acogiendo, desde el año 2011, el Smart City Expo World Congress, cita ineludible para todas aquellas empresas e instituciones interesadas en el tema y que se repetirá el próximo noviembre. Además de esto, hace un par de años desde el propio Ajuntament se impulsó la puesta en marcha de la Fundación Barcelona Institut of Technology for the Habitat (BIT HABITAT), aunque no sin cierta polémica. El objetivo principal de dicha Fundación es convertirse en un instrumento de liderazgo en innovación urbana, reuniendo compañías vinculadas a las nuevas tecnologías junto a instituciones y organismos públicos, algo que vendría a ser una nueva vuelta de tuerca a la consabida colaboración público-privada (Public-Private-Partnership o PPP en el argot del sector) a que tan acostumbrados nos tiene Barcelona y su famoso Modelo.

Además, dentro el mundo empresarial barcelonés existe un lobby, el Barcelona Global, centrado en el impulso y promoción de este tipo de iniciativa. En el mismo se encuentran empresas tan conocidas como Abertis, Accenture, Agbar, Deloitte, Endesa o Freixenet. La coincidencia del Ajuntament con este tipo de propuestas es tal, que el pasado febrero Barcelona Global entró a formar parte de la Fundación BIT HABITAT.

Ahora bien, ¿qué son realmente las smart cities?, ¿son realmente esos instrumentos neutros de colaboración público-privada que nos vende la propaganda oficial? En un artículo publicado hace un año en el blog sinpermiso.info, el geógrafo y urbanista Jordi Borja incluía las smart cities dentro de las estrategias de publicidad que llevaban a cabo las grandes empresas en su intento de vender, a gobiernos locales y nacionales, sus últimos desarrollos tecnológicos. Borja incluso las tildaba de cursilería ridícula. Sin embargo, esta aproximación al concepto de smart citiy desde los planes de marketing empresarial, podría ocultar algo más profundo: la cruda realidad de la sociedad capitalista contemporánea.

Las smart cities, como antes las ciudades creativas, sostenibles, verdes, etc., no son más que una nueva forma de denominar a la extracción de las plusvalías, típicas de las políticas neoliberales, que produce la ciudad. Pasados los famosos Golden Fifties, los 50 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde el pacto establecido entre el capital y el trabajo posibilitó la implementación de políticas de corte keynesiano, las ciudades se aparecieron como elementos ideales desde donde continuar el proceso de acumulación capitalista. Éstas pasaron a ser un eslabón más dentro de la cadena productiva. Dejaron de ser el escenario de la reproducción social, de la vida y las relaciones en comunidad, para convertirse en un producto más de consumo. Así, bajo el epígrafe smart city no encontraríamos más que nuevas formas de externalización y privatización del espacio urbano, de los servicios y la sostenibilidad que, en teoría, se encargan de promover.

Un ejemplo de ello lo tenemos en la próxima puesta en marcha de la T-Mobilitat, el nuevo sistema de pago del transporte público de Barcelona que sustituirá a los anteriores. Como informara hace poco el periodista Marc Andreu, desde la Autoritat del Transport Metropolità (ATM), regida principalmente por la Generalitat y el Ajuntament de Barcelona, se ha adjudicado su implementación a un consorcio constituido, entre otras empresas, por CaixaBank e Indra, por un monto total de 70 millones de euros. De esta forma, en un momento de restricciones presupuestarias, las administraciones públicas y sus organismos vinculados, han preferido apostar por estas nuevas formas de explotación de la ciudad decantándose del lado del verdadero poder, el económico, antes que por las clases más populares, las cuales llevan meses clamando por un transporte público más barato y accesible.

Es por esto que tenemos que preguntarnos, ¿de verdad somos tan inteligentes?, ¿es Barcelona una smart city?

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