La rebelión de los ricos
Las revelaciones comandadas por el diario El País y La Sexta en torno a los denominados Pandora Papers no han hecho sino corroborar el hecho de que la desigualdad, además de implicaciones materiales, supone también un acceso diferenciado y profundo a la capacidad de intervención pública y al soslayo de las leyes y normativas. Solo así es posible explicar que personajes como Mario Vargas Llosa, Miguel Bosé o Pep Guardiola no solo no hayan tributado sus ingresos allí donde les correspondería por vecindad y ciudadanía, sino que lo hayan hecho al amparo de regulaciones, dispositivos y acuerdos completamente aceptados.
Decía el geógrafo David Harvey que el neoliberalismo es una “teoría de prácticas político-económicas”, a lo que habría que añadir que también es una ideología y, como tal, tiene un objetivo muy claro; no tanto hacer que el capitalismo funcione sino, más bien, hacernos creer, convencernos, de que es así. Es de este modo que, durante años, sociedades completas han aceptado esa teoría como el elemento vertebrador de sus sociedades.
Las prácticas evidenciadas ahora por los Pandora, y antes por los Panamá Papers, corresponden a uno de los elementos constitutivos del neoliberalismo, por cuanto este hace hincapié en el individualismo y en las capacidades y libertades otorgadas a los mismos para desenvolverse en entornos de mercados supuestamente libres. La ruptura que supone el acento en lo individual frente a lo colectivo hace que a aquellas personas con capacidad de sacar provecho al marco establecido, no sientan la más mínima inquietud por la suerte de sus congéneres. Y, si alguna vez la sienten, quieren que esta deferencia se practique a voluntad, esto es, mediante acciones de beneficencia discrecional y obviando el papel del Estado como elemento redistribuidor.
La tan temida rebelión de las masas anunciada por pensadores conservadores como Ortega y Gasset durante el primer tercio del pasado siglo XX, esto es, el miedo de las clases altas a las masas de trabajadores organizados, encontró la forma de ser canalizada mediante un conjunto de políticas de búsqueda de equilibrio entre el capital y el trabajo, el denominado Estado del bienestar, puesto en marcha en el Occidente capitalista con posterioridad a la II Guerra Mundial. Las reformas de treinta años después, conocidas como neoliberalismo, rompieron ese equilibrio otorgando un poder sin igual o, si queremos verlo así, devolviéndoselo a aquellos grupos sociales que ya lo tenían con antelación a la gran conflagración bélica. Su naturalización y aceptación como prácticas político-económicas, conjuntamente con la ideología que las soporta, es lo que ha permitido no solo que los personajes antes mencionados esquiven sus obligaciones fiscales, así como la más mínima condición de solidaridad con el resto de ciudadanos y ciudadanas de su país, sino que no se vean incriminados legalmente por ello en numerosas ocasiones.
El filósofo político Adam Smith, famoso por la popularización de la famosa mano invisible del mercado, escribió a finales del siglo XVIII una obra titulada Teoría de los sentimientos morales. En ella, señalaba que los seres humanos tienden a identificarse imaginativamente, es decir, a mostrar empatía, con sus semejantes, de forma que pueden llegar a sentir las alegrías y tristezas de estos. Ahora bien, la separación entre clases y la ruptura de la solidaridad colectiva que supone la teoría y la ideología neoliberal hace que esta identificación desaparezca. Es así que podemos presenciar una auténtica rebelión de los ricos a la que solo se puede poner freno eliminando la fuente que la sustenta.
11