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La implosión controlada de CiU

El president Artur Mas en el Palau de la Generalitat

Arturo Puente

Amenazó tantas veces con que venía el lobo que Mas acabó comprando uno, amaestrándolo y soltándolo entre el mermado rebaño de Duran. La decisión de Unió de abandonar el ejecutivo catalán era casi la única salida digna para un partido que se ha enfrascado durante los últimos meses en una batalla con su propia federación, perdida antes de saltar al terreno de juego. La crisis de CiU es importante, tan profunda como el cambio sociológico que el catalanismo ha sufrido en los últimos años, que ha mutado de un nacionalismo más o menos transversal a un independentismo que polariza con fuerza el escenario.

El 'procés' es una trituradora de partidos, sobre todo de los que habían ocupado el centro en el eje nacional, PSC y CiU. En una primera etapa, antes del 9-N, el proceso diseñado por Mas estaba en fase de acumulación de fuerzas, integradora de la diferencia. Los guiños al PSC para que se sumase eran constantes y el boceto que guiaba cada paso intentaba ser lo más cómodo posible para los partidos con menos componente independentista, ICV-EUiA y Unió. El objetivo era hacer una consulta que calmara la sed de una parte importante de la ciudadanía por votar sobre su opción nacional, mostrar la intransigencia del Estado ante la unidad de la mayoría catalana y, de paso, contar el número de independentistas.

La segunda parte del 'procés', el post9N, es casi lo contrario. Desde que obtuviera el primer batacazo electoral en los albores del proceso soberanista a cuenta del crecimiento disparado de Esquerra, Artur Mas sabe que una formación nacionalista moderada como la suya solo tiene dos opciones para no naufragar electoralmente en el actual clima el catalán: liderar un bloque de unidad nacionalista, algo que dejaría un sistema de partidos similar al escocés y su Scottish National Party, o convertir a Convergència en el depositario del voto útil independentista.

Duran i Lleida, custodio durante 3 décadas de las siglas con 84 años de historia, no era ajeno a los movimientos de su aliado. Su malestar por el acercamiento de CDC a ERC fue en aumento a la medida que veía que los de Junqueras tomaban fuerza electoral y eran mucho más necesarios para Mas que él mismo. Insumiso a la apuesta unilateral del Govern, utilizó su influencia para hacer de freno en pleno viraje de CiU hacia posiciones claramente independentistas bajo la advertencia de que, si no podía conseguir la aquiescencia del Estado al 'procés', la federación nacionalista sería engullida por Esquerra.

El líder democristiano se decidió por una salida blanda de CiU el año pasado, en vísperas del 9-N, cuando el debate sobre la lista unitaria comenzaba a sentirse como murmullo. Estaba dispuesto a presentarse en solitario a las próximas elecciones catalanas, hizo saber a sus socios, una amenaza ya entonces tenía poca fuerza y que con el paso de los meses la ha ido perdiendo aún más. Para entonces, Mas ya tenía en mente las dos cartas que debía jugar, plan A y plan B.

Quemar las siglas de CiU junto a su ambigüedad

La inclinación de Mas por la lista unitaria independentista es tan vieja como su primera derrota electoral en noviembre de 2012. Pero pasó de una preferencia a una necesidad en cuanto los casos de corrupción dejaron de ser un ruido de fondo y se convirtieron en la tumba de su mentor y fundador del partido, Jordi Pujol, y del hijo de éste y secretario general de Convergència, Oriol Pujol. La refundación que el momento aconsejaba giraba en dos ejes: alejar de su partido la mancha de la corrupción y convertirlo en una fuerza de la que nadie dudara en cuanto a fe independentista. En esta estrategia, Unió aportaba poco.

El president puso toda la carne en el asador para convencer a ERC de la lista unitaria, extrañas presiones políticas incluidas, pero al final los de Junqueras se salieron con la suya y despejaron el asunto del horizonte. A Mas le quedaba el plan B: la llamada “Llista del President”. Y, para eso, Unió aportaba aun menos.

La “Llista del President”, una candidatura diseñada en los cuarteles de CDC pero confeccionada con un buen puñado de independientes, cumple a la perfección tanto con el objetivo de no usar unas siglas desgastadas como con despejar las dudas sobre su pureza independentista. De rebote y fruto de aquellas presiones en tiempos de negociación de la lista única, le impide a ERC hacer fichajes entre nombres reconocidos de la sociedad civil. Una candidatura así refuerza la idea de las elecciones del 27-S como plebiscito y polariza el voto en clave nacional, exactamente como Mas desea.

La implosión controlada como mal menor

Unió era un lastre para los planes de Mas por su mala imagen entre los sectores independentistas más convencidos, pero al president no le hubiera quedado otra que aceptar su presencia si Duran y Espadaler hubieran aceptado sus condiciones. Pero no lo hicieron. Unió seguía en sus trece, percatados de que mientras no se plantaban eran arrastrados hacia unas posiciones en lo nacional que no compartían. El momento del plante fue la hoja de ruta, un documento firmado por CDC, ERC, la ANC, Òmnium y la AMI. Los líderes democristianos aseguraron que debían hacer una consulta interna entre su militancia para decidir su posición al respecto, desplazando la crisis hasta después de las municipales.

La consulta de Unió, con una pregunta que favorecía la preferencia de la dirección, reveló dos sectores enfrentados dentro de un partido que, fruto de su alianza con CDC, siempre ha manejado más poder del que le permite su penetración social. Los independentistas de Unió hicieron una campaña hábil por el 'No' y acabaron consiguiendo el apoyo de un 46% de los escasos 2.654 militantes que acudieron a las urnas. Duran, por la mínima, ganó, pero eso no cambio ni un milímetro la posición de CDC, que al día siguiente le dio un plazo de 3 días para decantar su decisión sobre si sumarse o no a una candidatura independentista.

Convergència estiraba de un Duran inmóvil hasta obligarle a hacer añicos la coalición, empezando por el Govern. La salida del Ejecutivo era una medida esperable en una tesitura como la de UDC, pero no ha tardado una hora desde que Espadaler lo anunciara para que el sector independentista de Unió se rebele y asegure que ellos no abandonan sus puestos. Ese 46% de UDC queda en la órbita de CDC, que mantiene las preciadas llaves de las instituciones. Otros tantos abandonan, como la vicepresidenta Joana Ortega, que ha anunciado que se retira de la política. Mas ha ejecutado una implosión de libro, poniendo la pelota en el lado de Unió y dejando que ellos solos se metan en un callejón de difícil salida.

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