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Los Planetas, ¿todavía en la cumbre?

Luis J. Menéndez

Los Planetas

Zona Temporalmente Autónoma

El Ejército Rojo / El Volcan

POP

7

Por mucho que J haya hecho estos días referencia al supuesto vacío que históricamente Los Planetas han sufrido por los medios generalistas –olvidándose así del apoyo explícito que Prisa siempre dio al grupo desde Tentaciones o 40TV- la publicación de Zona Temporalmente Autónoma vuelve a ser, como cada uno de sus nueve largos, el fenómeno musical del momento en España.

Veinticinco años después de su formación y aunque los granadinos nunca se hayan acercado a los números de un superventas, el apoyo incondicional de la prensa musical y su categoría de símbolo para la generación que hoy corta (cortamos) el bacalao en los medios les sitúan más allá del bien y del mal. Sería injusto no reconocerlo, tanto como negar que Los Planetas han firmado un puñado de las canciones más relevantes del pop en castellano de estas últimas décadas.

J es “culpable” de esa peculiar posición que ocupa el grupo no solo desde su condición de letrista y compositor principal, sino también como ideólogo y portavoz. Su discurso -el que cuela en las entrevistas casi tanto como el musical- habla de tradición flamenca, posicionamientos a la contra, actitud de francotiradores y deliberadamente ha ido arrinconando otras referencias también válidas pero mucho menos golosas para quienes escriben en la sección de Cultura.

Hay cierta obsesión por ignorar en los análisis sobre el grupo su esencia pop, y eso a pesar de que su nuevo trabajo todavía sigue siendo esencialmente un álbum de shoegaze en el que, desde un punto de vista meramente formal, tiene más sentido apelar a Spiritualized o The Cure que citar por enésima vez al maestro Morente. Como si el magisterio de Los Planetas dentro del género y hasta su inédita longevidad -Ride o Slowdive andan precisamente hoy reunidos, recaudando lo que hace veinte años no podían- no fueran suficiente motivo de aplauso.

Algo parecido ocurre desde el punto de vista lírico, durante años punto fuerte de la banda y del que la coartada flamenca les ha permitido poco a poco desentenderse. La mitad de los catorce temas aquí han sido tomados del cancionero popular o adaptan a músicos/poetas como el anarquista argentino Martín Castro (Guitarra roja) o el ocultista Aleister Crowley (en la lorquiana La gitana).

La sensación es que en un momento dado que podemos situar a la altura de La leyenda del espacio (2007) y con la crisis de los cuarenta a la vuelta de la esquina, J no soportó por mas tiempo la presión que le situaba como cronista oficial de su generación. Es una teoría que tendrá más o menos de cierta, pero que serviría para explicar por qué Los Planetas renunciaron a seguir mirándoles a los ojos a sus seguidores y J se ha convertido en una suerte de profe de Literatura enrollado que en sus clases recita el Romancero Viejo.

En esta ocasión además hay todo un discurso armado alrededor de la idea de Zona Temporalemente Autónoma acuñada por Hakim Bey, que sirve para dar título al álbum y de paso justificar la propia existencia de Los Planetas como poco menos que una célula anarquista que opera dentro del panorama musical nacional. Esa idea se diluye como un azucarillo conforme a lo largo del disco se suceden las canciones y nos chocamos, una tras otra, con nuevos ejercicios de desencanto romántico marca de la casa. De hecho, e íntimamente relacionado con esa doble vara de medir que históricamente se ha aplicado a Los Planetas respecto al resto de sus coetáneos, entre los (escasos) textos propios encontramos líneas como Puedes irte a Buenos Aires / te puedes ir a Nueva York / No vas a encontrar a nadie / que te quiera más que yo, que dispararían las alarmas de la crítica de firmarlas cualquier otro grupo indie nacional.

Desmontado el complejo montaje-trinchera de ingeniería conceptual del que los granadinos se sirven para gravitar en otro plano diferente al del resto del mundo, llegaría el momento de escuchar sin prejuicios un álbum en el que Los Planetas se rinden autohomenaje. Porque en esencia su noveno largo condensa todo lo que la banda granadina ha sido desde Una semana en el motor de un autobús (1998) en adelante y aún aporta un golpe de genio que de inmediato pasa a formar parte de los clásicos de su repertorio. Al margen de la jugada inteligente que supone el guiño a Yung Beef en un momento en que el debate sobre el trap ocupa los medios, todo lo bueno de Islamabad tiene ADN “planetero”: el magistral crescendo crepitante que se va hasta los 7 minutos y, por encima de todo, un ejercicio de escritura en el que más allá de algun brochazo grueso, J vuelve a tocar el corazón refiriéndose a lo efímero vs lo trascendente, lo universal en contraposición con el individualismo más absoluto.

También resulta especialmente emocionante un tema aparentemente menor como Amanecer, tan delicado a la hora del tratamiento de las guitarras como deliciosamente ambiguo: ¿se trata de otra canción romántica más o tal vez de una nana a propósito de las sombras y, sobre todo, de las luces vinculadas a la paternidad? Similar juego de significados podría aplicarse a la desnuda Hay una estrella. Y, recurriendo a un formato que conocemos de memoria, resulta imposible no volver a enamorarse del dueto entre J y Soleá Morente en Una cruz a cuestas, o disfrutar del Just Like Honey y olé que es Espíritu Olímpico.

Cuando suenan los ecos del último tema -espiral de psicodelia y llamamiento a las armas en Guitarra roja- la sensación es contradictoria. Desde luego Zona Temporalmente Autónoma no es el disco al que el propio grupo ha hecho referencia durante la promoción, ni una vuelta de tuerca a su sonido como en su día resultaron Una semana en el motor de un autobús y La leyenda del espacio. Más bien al contrario, su noveno largo aún contando con bastante material de relleno (esa obsesión por llevarse los discos hasta la hora de duración…) respeta el importante legado de la banda, aportando un puñado de buenas canciones, y sale exitoso en el único (lástima) intento por renovar su armamento lírico. Un bagage que, aún lejos de esa infabilidad que se les supone a J y los suyos, cinco lustros después de Mi hermana pequeña parece más que suficiente.

 

Diamanda Galás

All the Way /  At Saint Thomas the Apostle Harlem

Intravenal Sound Operations

EXPERIMENTAL

7

Casi diez años de silencio es mucho tiemp, más aún para una artista que ha registrado la mayor parte de su obra editada en disco a partir de grabaciones en directo. En compensación la cantante y compositora de ascendencia griega, una de las voces más peculiares y estratosféricas del planeta, está de vuelta por partida doble con dos discos que, en su línea, vuelven a recoger su poderío en directo.

Y una vez más, como ya hizo en 2008 al publicar simultáneamente Defixiones - Will And Testament y La serpenta canta, cada una de estas dos grabaciones apunta en las dos líneas de trabajo principales de la Galás. Mientras que All the Way está compuesto por seis deconstrucciones de clásicos del jazz –standards como el titular, The Thrill Is Gone o You Don't Know What Love Is- en At Saint Thomas the Apostle Harlem completa un repertorio de ocho temas que giran alrededor del concepto de la muerte. Ahí encontramos desde el Amsterdam o Fernand de Jacques Brel hasta una adaptación de un poema de Cesare Pavese (Verrà la morte e avrà i tuoi occhi) o la tradicional O Death.

 

Jarvis Cocker & Chilly Gonzales

Room 29

Deustche Grammophon / Universal

CANCIÓN

7

Jarvis Cocker, el alma de Pulp, cuenta que estando de gira en Los Angeles y como consecuencia de una inoportuna enfermedad, se hospedó varios días en el hotel Chateau Marmont, uno de los lugares con más Historia y resonancias del Hollywood clásico. Encerrado en aquella habitación y consumiendo televisión sin parar el músico británico comenzó a darse cuenta que jamás había estado tan cerca física y mentalmente de algunas de las más deslumbrantes estrellas del espectáculo del siglo XX. Y en ese contexto surge Room 29, un álbum conceptual sobre la historia de una habitación concreta y los personajes que la habitaron durante años: Jean Harlow y su esposo suicida, Howard Hughes (del que dice la leyenda que buscaba a las futuras estrellas de Hollywood en la piscina del hotel observando con un telescopio desde su habitación), la desgraciada hija de Mark Twain,…

Tiene esa Habitación 29 un elemento que la hacía especial especialmente a la hora de poner en marcha el proyecto: un piano de cola que habría de convertirse en el corazón de esta colección de canciones. Es aquí donde entra en juego el polifacético Gonzales, rapero gamberro, productor de prestigio y, claro, pianista clásico. La dupla Gonzales & Cocker, ayudados puntualmente por unos elegantes arreglos de cuerda, dan forma a esta colección de canciones, a medio camino de lo vodevilesco y la torch song. Show must go on.

Nudozurdo

Voyeur Amateur

Mushroom Pillow

ROCK

7

Que una banda tradicionalmente tan inestable como Nudozurdo repita por vez primera formación no puede ser más que una señal de madurez. El grupo conducido por Leo Mateos, en los últimos tiempos secundado por Meta y el ex Standstill Ricky Lavado, siempre se ha quedado a las puertas de saltar a la división de honor, y muy posiblemente Voyeur Amateur, su quinto álbum y el primero dentro de las filas de Mushroom Pillow, sea su apuesta para terminar de conseguirlo de una vez por todas. Firma la producción Ricky Falkner, que se ha convertido de un tiempo a esta parte en productor de referencia para quienes buscan audiencias mayores sin laminar por el camino su propia personalidad como grupo. Y el resultado son diez canciones en las que en realidad las principales novedades son meramente coyunturales.

Si en Rojo es peligro (2015) el trío experimentó con las posibilidades que les brindaban los sintetizadores, Voyeur Amateur supone un retorno al músculo guitarrero. En ese sentido poco margen tiene Falkner para lucirse con arreglos marca de la casa, que prácticamente se limitan a las cuerdas de Estás tan perdida y la excelente Úrsula hay nieve en casa. Durante el resto del disco su labor consiste en poner orden ante la expansiva propuesta de un grupo que en los últimos diez años ha explorado con éxito las diferentes variantes de un romanticismo torturado y tremendista. Tal vez demasiado como para dejar definitivamente atrás el circuito independiente y dar el salto definitivo.

 

The Jesus & Mary Chain

Damage and Joy

Artificial Plastic / Warner

ROCK

7

Como si de una máquina del tiempo se tratara Damage and Joy nos devuelve la música de los hermanos Reid en el preciso momento en el que dejaron de publicar discos. Allá por 1998 los Chain se habían convertido en un grupo establecido, que se paseaba por la zona templada de los festivales adaptándose al vendaval grunge primero y a la competencia desleal del brit pop años después. Reducido a cenizas el impacto inicial por el que llegó a comparárseles con los Sex Pistols por su nihilismo nonsense sobre el escenario, William y Jim Reid desarrollaron una carrera que se caracterizó por encima de todo por no faltarse nunca al respeto. Y eso independientemente de que, como todo hijo de vecino, publicaron mejores y peores discos...

Innecesario tal vez, pero digno epítome a su trayectoria, con este séptimo álbum vuelven a ser fieles a sí mismos. Por Damage and Joy desfilan una vez más todas las filias que caracterizan la obra de los hermanos: el bubblegum, la Velvet Underground, Neil Young, Bo Didley y los Stooges, el wall of sound spectoriano… Si acaso sus nuevas canciones suenan todavía un poco más adultas y apegadas al clasicismo, con excursiones por la América polvorienta -Los Feliz (Blues and Greens), Black and Blues- y manteniendo los arrebatos eléctricos a raya. Y bien, funciona como ejercicio de nostalgia a costa de uno de los grupos más personales de su tiempo.

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