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Photoshop: 25 años arreglando imperfecciones

La Gioconda, de da Vinci, puede llegar a sufrir ciertos cambios de imagen al ser 'fotochopeada'

Raúl Minchinela

Para no trabajar en su tesis doctoral, Thomas Knoll se entretenía programando. Antes de descubrir los ordenadores, se había aficionado a la fotografía. Su padre tenía en el sótano un pequeño laboratorio donde los hijos adolescentes aprendieron las técnicas básicas del tratamiento fotográfico: cómo aumentar el contraste de las sombras, cómo hacer degradados exponiendo ciertas zonas de la imagen, cómo equilibrar el color, cómo recortar reservas para aplicar los ajustes solo a ciertas zonas protegiendo el resto... En aquella época, la fotografía requería una velocidad manual y una coordinación cuyos resultados implicaban repetir la operación completa.

En 1978, cuando tenía 16 años, llegó a casa el primer ordenador: un Macintosh plus II. Nueve años después, ese chaval era un doctorando en la universidad de Michigan que se frustraba por las limitaciones gráficas de su nuevo ordenador, un LCII. Macintosh no mostraba niveles de gris en sus imágenes y programó un algoritmo para simular el efecto. Había comprado el ordenador para trabajar en su tesis doctoral sobre imagen digital, que se centraba en que los ordenadores reconocieran objetos representados en una imagen. Knoll se aburría con los verbos y disfrutaba con los bucles condicionales. Postergaba la tediosa redacción de su informe doctoral y en su lugar se dedicaba a programar pequeñas soluciones gráficas. Procrastinaba.

El hermano de Thomas, John Knoll, trabajaba en Industrial Light & Magic, la empresa que George Lucas creó para poder fabricar los efectos especiales de su largometraje La guerra de las galaxias. Allí ya habían comenzado a explorar la digitalización de imágenes: escaneaban los fotogramas, los procesaban, y los volvían a imprimir en celuloide. John vio claro el abanico de posibilidades. “Si convertimos el metraje en números y luego los números en metraje, cuando está en forma numérica podemos modificarlo como queramos”. En aquella época, el tratamiento digital de imagen se hacía en unas máquinas específicas que se alquilaban por horas con un operador en sala. La aplicación de los hermanos Knoll no hacía nada muy diferente de esos programas, pero lo hacía en un ordenador casero. Cuando la empresa Adobe vio en una demostración la varita mágica haciendo sobre un lago una selección de bordes difusos, decidió la compra. 20 años después, Thomas Knoll reconstruyó aquella demo en un video, y por eso sabemos hoy cuál fue la primera imagen photoshopeada: Jennifer en el paraíso. Su novia en una playa de Tahití, clonada para obtener dos bañistas y con las montañas duplicadas graduando su intensidad con la distancia.

Photoshop comenzó como una suerte de conversor digital de la imagen: facilitaba trasladar imágenes al ordenador y era capaz de modificar tamaños y formatos. El primer Photoshop que se distribuyó, antes de su compra con Adobe, venía como regalo con un escáner. La primera distribución oficial, la version 1.0, se publicó en 1990. Los manipuladores de imágenes para edición comprobaban que versión tras versión, Photoshop publicaba una nueva mejora milagrosa, que ayudó a establecer el nombre del programa como mascarón de proa del retoque digital. En la versión cinco puso orden al descontrol del color entre programas, en la versión cuatro introdujo acciones automáticas que la máquina podía repetir por su cuenta. La versión uno tenía máscaras, que te permitía poner una imagen encima de otra. En la versión tres, introdujo las capas. tal vez la innovación más revolucionaria. Hay un abismo entre quienes conocieron el Photoshop sin capas y los usuarios posteriores. Antes había que guardar una multitud de copias con los pasos previos y en caso de cambiar de idea repetir el trabajo sobre una copia anterior. Con las capas todo se modificaba sin miedo de acciones irrecuperables. Hoy es un fetiche ver usuarios actuales manejando la primera versión de Photoshop y descubriendo que hay acciones que no tienen retorno.

Hoy la palabra Photoshop se usa como sinónimo de retoque digital, pero tardó en aplicarse a la fotografía. Primero se usó para la composición, con su integración de imagen y tipografía, y después para los primeros pasos de internet, un contexto donde todo era imagen digital. Los fotógrafos tardaron en pasarse al digital en primer lugar porque tardó en aparecer el aparataje que facilitaba el proceso: volver a imprimir una foto retocada era carísimo y las cámaras digitales tardarían lustros en aparecer. Pero sobre todo, porque cambiaba radicalmente la filosofía de la disciplina. En la fotografía clásica, decidías qué tipo de imagen ibas a tomar desde el momento mismo en el que comprabas el carrete. Con el tratamiento digital, todas esas opciones se podían plantear después de tomar la imagen, y con una misma fuente se multiplicaban las opciones.

Knoll nunca terminó su doctorado y ahora quienes procrastinan con aquellas distracciones suyas son millones de personas. Hoy la palabra Photoshop ha sublimado el contexto informático y se ha convertido en un sinónimo del trucaje. Su aplicación en los anuncios ha creado modelos con cuerpos imposibles y colores de pelo inalcanzables, en lo que algunos han proyectado una liberación. Los editores a los que han pillado en falso adelgazando cantantes han dicho que su función no es mostrar en sus publicaciones la realidad sino la mejor versión. Una proyección sin imperfecciones que defiende los valores de juventud: elimina las manchas, compensa las arrugas y reafirma los contornos. Los rostros famosos han dejado de envejecer, y esa fe de pureza ha llegado al extremo de usar Photoshop para rejuvenecer en las portadas incluso a los bebés.

Veinticinco años de Photoshop es primero la suma de dos imágenes, luego efectos de deformación, luego reparación de defectos y finalmente una ventana a un edén donde todo puede encontrarse en su ideal de máximo brillo. Ese es el legado final de sus veinticinco años de posibilidades gráficas: los diccionarios ingleses ya recogen 'Photoshop' como verbo. En español, ha logrado ser la palabra que señala lo que escapa a lo común pese a tener aspecto de terrenal. Es un logro que no han alcanzado ni Walt Disney, ni Julio Verne, ni Pixar, ni los lápices Alpino. Formar parte de esta frase que se recita acuñada en todas las esquinas: “No es real, es Photoshop”.

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