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Post 20D: otros consensos son posibles

José Manuel Rambla

Aquel a quien Pedro Sánchez llamó indecente y aquel a quien Mariano Rajoy calificó de ruin, se tienen que entender. De una forma u otra. O si se prefiere, el equipo del indecente y el equipo del ruin, pues no sabemos si alguno de los dos, o ambos, pueden ser sustituidos durante el proceso. No hubiera sido necesario llegar a este extremo si todo hubiera salido como estaba planeado y los naranjitos hubieran estado a la altura. Pero Rivera se fue de la lengua admitiendo su condición de comodín, su disposición a apoyar a unos aquí y a otros allá, y al final no consiguió la fuerza necesaria para respaldar ni al acusado de indecente ni al reprendido por ruin.

Por eso, ahora se repiten las voces exigiendo a unos y a otros que deben de entenderse. Por lo pronto, ante la incertidumbre, el Consejo Empresarial de la Competitividad decidió suspender su encuentro para analizar los resultados electorales. Este lobby que reúne las principales empresas del Ibex 35 se inclinaba así por la prudencia y optaba por callar, que en su caso, claro está, consiste en sustituir la declaración pública por la discreta llamada telefónica, a quien corresponda, para ver cómo se reorganiza el tablero de juego con garantías.

No será fácil. Especialmente para Ferraz, con el partido en caída libre de votos y con unas bases perplejas viendo como ahora se tildan de aventurerismo peligroso propuestas políticas socialdemócratas. Por eso, permitir con una abstención que siga presidiendo el indecente o algún otro inquilino de la barraca construida con dinero negro en la calle Génova, no ayuda mucho a mejorar la imagen, por mucha presidencia del Congreso que puedan darte a cambio. Como tampoco consuela retocar el artículo 135 de la Constitución para inmediatamente después acatar los 10.000 millones de euros en recortes adicionales que reclama Bruselas.

Es tan difícil que hasta quizá sea imposible y la legislatura acabe siendo un suspiro que nos lleve de nuevo a las urnas en primavera. Tal vez entonces las matemáticas parlamentarias sean más halagüeñas para las combinaciones. O, al menos, haya pasado el tiempo suficiente para olvidar que en una ocasión alguien habló de indecentes y ruines en un plató de televisión. Tal vez entonces sean mejores las circunstancias para vender a la opinión pública la necesidaddel gran acuerdo. Por el bien del país, claro.

Porque por ahí algo ya se ha avanzado. Ya hay un principio de acuerdo en el discurso: lo importante es el bien del país y, sobre todo, la unidad de España. Lo decían desde la sede popular, recogía el testigo Rivera y lo confirmaba el hombre de confianza de Susana Díaz en Madrid, Juan Cornejo. El reto ahora es convertir la consigna en cantinela machacona hasta que cale. De este modo, la crisis del bipartidismo se prepara para afrontar su renovación mediante una huida adelante que resucite la vieja conjura separatista-roja de la prehistoria.

Pero que nadie intente confundirnos presentando como consenso un simple cierre de filas. Consenso es tender puentes de mínimo encuentro con el otro, con el diferente, caminos que encaucen potenciales conflictos. Y esto, tras el 20D, no solo es necesario, sino más posible que nunca. Por ejemplo, después de 40 años estamos en condiciones de avanzar en la construcción de un país que pueda integrar a todos, incluso a aquellos que aspiran a dejar de ser parte del mismo. Se trata de una tarea necesaria para todos, incluso para aquellos que se definen como bloque españolista, aunque solo sea por pragmatismo parlamentario de aspirar a poder gobernar alguna vez con el apoyo de algún partido nacionalista.

Alcanzar ese consenso necesitará de mucha buena voluntad, paciencia y sentido común. Por parte de quienes aspiran a la independencia, sin duda. Pero, sobre todo, quienes más interesados deberían estar en aplicar todo su sentido común son aquellos que se presentan como defensores de la unidad, a no ser que como amantes celosos se vanaglorien de retener a alguien por la fuerza. Para ello es imprescindible que se asuma que esa España unidad de destino en lo universal, ni existe, ni existió jamás. O que no se puede confundir la realidad con el articulado de una constitución o un estatuto de autonomía. Se tiene que interiorizar, de una vez por todas, nuestra propia diversidad, cultural, histórica, sociológica, lingüística y reconocernos, si realmente queremos construir un proyecto en común, como aquellas Españas que ya fuimos. Y, también, admitir que la independencia es una aspiración legítima para la que habrá que dotarse de fórmulas, como han sabido hacer británicos y canadienses, que permitan promoverla sin que parezca que suenan las trompetas de Jericó.

Pero el 20D no solo abre una puerta real para construir un nuevo país. También nos permite la posibilidad de articular un nuevo discurso en las izquierdas que tanto necesitan nuestros castigados pueblos. Izquierdas, en inevitable plural. Porque los resultados electorales demuestran que es posible construir un discurso alternativo a una ortodoxia neoliberal cuyos estragos en desigualdad, desvertebración y desprotección social estamos pagando. Pero ello solo será posible si, como en el caso anterior, logramos hacer de la pluralidad virtud. Harán falta para ello grandes dosis de imaginación que permitan armonizar las diferentes sensibilidades, sin que ello suponga la renuncia a la identidad de nadie: sea comunista o libertaria, alternativa o socialista, ecologista o nacionalista, republicano o rockabilly.

Será imprescindible también evitar las peores tentaciones que tan extraña atracción parecen provocar en la izquierda, con independencia de siglas y territorios: el afán hegemónico disfrazado de pragmatismo político, la pureza ideológica como disimulo de incompetencias, las maniobras de aparato para controlar procesos, la incesante necesidad de desenmascarar supuestos traidores. La vertebración de este proyecto, en suma, deberá ir más allá de la fotogenia del líder de Podemos, la incorruptible bandera de la hoz y el martillo, o las hegemonías en las reuniones de Compromís.

Si algo hemos aprendido en estos 40 años, superar todas estas miserias debería ser relativamente fácil. Pero tampoco sorprendería lo contrario. Sería una pena, porque está vez estamos realmente muy cerca. Solo basta con constatar la preocupación que tienen algunos. Tanto que no dejan de repetir que los que se reprocharon como indecentes y ruines se tienen que entender. Tanto que hasta el Ibex-35 prefieren callarse, tirar de teléfono privado e invitar a la prima de riesgo a entrar en el debate.

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