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¿Con cuántos problemas hay que acabar para alcanzar una sociedad “idónea” para la infancia?

Jóvenes alumnas en la escuela de Lakshminagar, donde mujeres y varones están segregados dentro de la misma clase.

Zigor Aldama

Lakshminagar (Nepal) —

Lila Devi Bohara es un buen ejemplo de que Nepal no es, precisamente, el mejor país para ser niña. Tenía 15 años cuando sus padres la prometieron en matrimonio con un joven de 20. Los progenitores de él buscaban a una mujer que hiciese las tareas de la casa porque no tenían una hija, y les gustó Lila porque, como dice quien ahora es su suegro, “era guapa, tenía buen carácter y parecía diligente”. El trato se cerró entre ambas familias y Lila conoció a Lal Bahadur Bohara, su actual marido.

Los padres de Lila decidieron cancelar la boda en el último momento. “Temían que las autoridades se enterasen y ellos fuesen amonestados por haber propiciado un matrimonio infantil”, recuerda Lal. Al fin y al cabo, ahora en Nepal está penado incluso con la cárcel.

El matrimonio infantil es una de las lacras contra la infancia por las que, en 2013, el Gobierno puso en marcha, con el apoyo técnico del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), un proyecto para hacer que Nepal sea un “país idóneo” para los niños y niñas –Child Friendly, en inglés–. Pero los retos son muchos. 

“Se trata de un programa que tiene cuatro pilares principales: supervivencia, protección, desarrollo, y participación de la infancia. Dentro de esas categorías se han identificado 27 indicadores sociales diferentes que se deben reducir o incrementar hasta un rango determinado. Por ejemplo, uno de ellos es el matrimonio infantil, que Nepal se ha propuesto erradicar en 2030”, explica Navaraj Pudasaini, responsable de programas de Protección de la Infancia de Unicef en distritos del oeste del país.

Otros objetivos son llevar electricidad y agua corriente al 100% de los hogares, erradicar la defecación al aire libre, o lograr la escolarización de todos los niños. “Es importante recalcar que, en esta ocasión, el programa cuenta con una asignación presupuestaria obligatoria que es auditada por el Gobierno”, apunta Pudasaini. El 15% de los presupuestos locales se debe dedicar a la infancia, un 10% adicional debe ir destinado a programas de mujeres, y otro 10% a colectivos vulnerables.

Cuando los objetivos de esos 27 indicadores sociales –a los que se suman otros 12 institucionales– se han alcanzado en más del 80% –salvo algunos casos en los que se debe obtener el 100%–, las localidades reciben el distintivo de Child Friendly, o idóneas para la infancia. Lakshminagar, el remoto pueblo del distrito occidental de Doti en el que viven Lila y Lal, está cerca de conseguir esta ansiada distinción.

El precio del matrimonio infantil

Los padres de Lila no contaban con que, cuando decidieron frenar su matrimonio, la pareja se había enamorado. Estos decidieron escapar juntos y casarse en secreto. No fue una boda legal, ya que se limitaron a ponerse mutuamente el tika –un punto rojo en la frente que distingue a los casados, como la alianza en la cultura occidental–, pero los familiares tuvieron que aceptar la unión. 

Ahora, a sus 19 años, la joven ya tiene dos hijos y acarrea con casi todo el peso de la familia: trabaja el campo, cuida de los hijos, prepara la comida en la cocina de leña que hace el aire irrespirable, limpia la casa y lava la ropa. La suya, la de sus dos retoños, y la del resto de familiares que habitan el sencillo edificio de adobe y de madera en el que viven todos juntos. Se levanta antes de que salga el sol y acaba de trabajar mucho después de que se haya puesto. Mientras tanto, Lal pasea con las manos en los bolsillos, fuma, charla con los amigos y trastea con el móvil. Lo “normal”, vaya.

Cuando están juntos aseguran sentirse satisfechos de sus vidas. Pero cuando ella habla sola reconoce que se arrepiente de lo que hizo. De hecho, ahora es secretaria del grupo de madres de Lakshminagar, un pequeño pueblo en el distrito occidental de Doti. “Nos reunimos para compartir información sobre salud prenatal y vacunas, cómo cuidar de los hijos o cómo ahorrar dinero”, explica con un hilillo de voz.

En estos grupos, promovidos por el propio Gobierno y por Unicef como medio de transmisión de información vital para el desarrollo de la comunidad, ha aprendido, dice, los peligros a los que se enfrentó por protagonizar un matrimonio infantil, que afecta todavía al 37% de las mujeres nepalesas. “Sé que podría haber muerto por haberme quedado embarazada tan pronto y por no haber acudido a recibir asistencia sanitaria”, cuenta, avergonzada también por haber abandonado la escuela en sexto curso.

Pero el suyo es un caso similar al de muchos millones. No es de los más sangrantes. De hecho, las estadísticas de Nepal demuestran que incluso superar los cinco años de edad ya es un logro importante. Porque 21 neonatos mueren por cada 1.000 nacidos vivos, y otros 18 más fallecen antes de alcanzar el lustro de vida. Entre quienes salen adelante y tienen menos de 15 años, 770.000 no están escolarizados y más de un tercio trabaja –un 80% de ellos lo hace en empleos de riesgo–. Además, Unicef estima que 12.000 niñas y niños son víctima del tráfico de personas cada año.

Estos datos esconden grandes diferencias regionales. Mientras las estadísticas de las principales ciudades y de la capital, Katmandú, han mejorado considerablemente, los de distritos remotos como Doti todavía resultan descorazonadores. Allí la mortalidad infantil supera la barrera de 40 por cada 1.000. 

Las localidades que tratan de obtener el distintivo de “idónea para la infancia” tienen por delante muchos problemas que mitigar. De momento, solo tres lo han conseguido, y cabe la posibilidad de que los datos hayan sido ‘cocinados’ por las Autoridades para colgarse la medalla. “No sería la primera vez”, reconoce Pudasaini, que recalca que Unicef no tiene autoridad para verificar los datos, solo para apoyar en la consecución de los objetivos.

Lakshminagar es una de las localidades que están más cerca de lograr el reconocimiento. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer para que el pueblo sea ideal. De hecho, en el pequeño ambulatorio situado en un sencillo edificio de hormigón, las enfermeras –ni siquiera hay un médico–critican que las infraestructuras son insuficientes y están en mal estado.

Solo hace falta echar un vistazo para convencerse de que no mienten. En las estanterías faltan medicamentos esenciales, no hay siquiera un fórceps entre el material médico y las camas están corroídas y no pueden inclinarse. Aquí, una incubadora es algo de ciencia ficción.

“Además, debido a lo dispersa que está la población y a la falta de transporte público, muchas mujeres tienen que caminar hasta cinco horas para llegar aquí. Así que muchas paren antes de llegar, por el camino”, cuenta Pabitra Awasthi, la matrona que ha asistido gran parte de los 56 partos registrado en el centro entre enero y octubre de este año.

“Los casos complicados no los podemos atender y los tenemos que referir al hospital de Dhanghadi -una ciudad situada a cuatro horas de carretera-. Afortunadamente, en los últimos dos años no hemos tenido ninguna muerte de bebés o de madres en este centro”, apostilla con una sonrisa poco antes de prestar atención al latido del feto que crece en el vientre de una embarazada de seis meses.

Más optimistas son en la escuela, aunque el día de nuestra visita es el primero después de una fiesta nacional y apenas acude a clase la mitad de los alumnos. Eso sí, la otra mitad se cuadra seriamente frente a la enseña nacional y aguanta estoicamente al sol una larga perorata de su director, que hace hincapié en la necesidad de respetarse los unos a los otros.

Si no lo hacen por las buenas, lo harán por las malas, porque en la escuela creen que, en ocasiones, una torta es mejor que cualquier otro remedio. “Tratamos de evitarlo siempre, pero a veces no es posible”, reconoce un profesor. Así se entiende que el 82% de los niños nepaleses sufran lo que se conoce como 'disciplina violenta'.

La violencia machista es otra lacra muy arraigada en el país del Himalaya. La ha experimentado un tercio de las mujeres casadas, y un 43% de las encuestadas por Unicef considera que en ocasiones está justificada la violencia del marido hacia ellas. 

En este contexto, un grupo de niñas de Lakshminagar ha decidido desafiar al machismo imperante jugando al voleibol. “El deporte es donde vemos más disparidad entre chicos y chicas. Ellos parece que tienen todo el derecho a practicarlo, mientras que nosotras debemos dedicarnos a otras labores. Pero también nos gusta jugar, así que hemos creado un equipo”, cuenta Burga Bohara, de 16 años.

Tanto ella como su compañera Basanti Sand, de la misma edad, aseguran que no permitirán que sus padres las casen antes de la edad legal -20 años- y que su idea es escapar de Lakshminagar en cuanto puedan. “Las zonas rurales de Nepal no ofrecen ninguna oportunidad a la juventud”, sentencian.

Puede que la localidad en la que juegan al voleibol y ganan a sus compañeros varones pronto cuelgue el cartel de 'Child Friendly', pero sobre el terreno se demuestra que queda mucho camino por delante para que haga honor a la realidad. No obstante, el establecimiento de objetivos concretos y la dotación económica para su consecución está obteniendo resultados positivos, pero, como apunta Pudasaini, “lentos”.

Para cientos de miles de niños, los cambios pueden llegar demasiado tarde.

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