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No hay mascarilla para proteger la economía

Imagen de una fábrica de mascarillas de Shanghái, que ha añadido líneas de producción para elevar su capacidad al 120%

Zigor Aldama

Shanghái (China) —

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Han pasado ya dos meses y medio desde que se detectó un extraño virus en la ciudad china de Wuhan, y más de un mes desde que el Gobierno decretó su cierre a cal y canto. Desde la víspera del Año Nuevo Lunar, casi 60 millones de personas están enclaustradas en sus casas, y la segunda potencia mundial ha reducido su actividad al mínimo para evitar la propagación del coronavirus que tiene al mundo en vilo.

Ahora, después de haber encadenado más de dos semanas con un número decreciente de nuevos contagios diarios, China necesita reactivar la economía para evitar que la crisis sanitaria haga mella en el pilar sobre el que se sustenta la legitimidad política del Partido Comunista: su capacidad para incrementar constantemente el bienestar de los 1.400 millones de habitantes del país más poblado del planeta.

Pero no va a ser fácil arrancar el motor de la fábrica del mundo. Lo refleja bien el Índice de Gestores de Compras, que en febrero cayó a su mínimo histórico: 35,7 puntos. Por debajo de 50 se entiende que hay una contracción de la actividad industrial. Las expectativas no son buenas. Lo demuestra el Índice de Condiciones Empresariales que publica en Pekín la escuela de negocios CKGSB, una variable que recoge la confianza de la pequeña y mediana empresa china y que en febrero se desplomó también hasta el mínimo histórico: 37,3 puntos de 100, casi 20 menos que en enero.

“Estábamos preparados para una caída, pero no para una tan abrupta”, apunta la institución. Según los diferentes componentes del índice, las empresas consideran que, sobre todo, van a caer sus ingresos, y su capacidad tanto para financiarse como para reclutar talento.

La Cámara de Comercio Europea en China, que el pasado jueves publicó un extenso informe sobre las consecuencias económicas del coronavirus, señala que el 89% de las empresas asociadas están sufriendo un impacto medio o severo. Y que el 48% espera que los ingresos durante la primera mitad del año se reduzcan al menos un 20%. Así, un 46% ha rebajado sus objetivos de crecimiento para el conjunto de 2020. Algo similar sucede entre las empresas estadounidenses: un 10% pierde más de 500.000 yuanes (66.000 euros) al día.

Uno de los problemas principales, mencionado por un 47% de las empresas europeas encuestadas, está en la escasez de la mano de obra. Lo explica bien la joyera catalana Paloma Sánchez, que produce y vende en Pekín. “Las restricciones a los movimientos han hecho que mis orfebres no hayan podido regresar de la provincia de Guangdong. Y, aunque pudiesen volver, en Pekín los someterían a una cuarentena de 14 días”, indica.

“Así que, aunque se pueda abrir la tienda, no podemos fabricar las piezas de los pedidos que tenemos pendientes. Y no sabemos cuánto se va a alargar esta situación. Mis gastos son los mismos, porque tengo que pagar alquileres y sueldos, pero no tengo ingresos”, lamenta. En torno al 30% de las empresas europeas en China se encuentra en esta situación.

Sector servicios e industria, los más afectados

A esta coyuntura hay que sumar el descalabro del consumo, que afecta al 56% de las compañías. “Ya teníamos asumido que, como siempre, durante las dos semanas del Año Nuevo Lunar las ventas caerían. Pero, a diferencia de lo que ha sucedido en otras ocasiones, ese consumo no se ha reactivado en las dos semanas siguientes porque la gente está en casa y solo compra lo básico. Si esta situación se alarga mucho en el tiempo, puede resultar catastrófica para el comercio”, añade Sánchez.

Asier Bideguren, responsable de producción de la fábrica textil de Ponsa en Dongguan, es de la misma opinión. “El sector servicios va a ser el más afectado por la crisis del coronavirus, sobre todo el de la hostelería. Muchos restaurantes están cerrados o solo pueden servir a domicilio, y la gente cocina en casa”, avanza.

Sergio Moreno, chef del restaurante Commune Social de Shanghái, le da la razón. Después de haber pasado más de un mes fuera de China porque no conseguía regresar desde África, donde estaba de vacaciones, ahora se enfrenta a una demanda que coquetea con el cero. “Algunos empleados no han regresado y no se les espera, pero es que todavía ni siquiera podemos abrir. Vamos a poner en marcha el envío a domicilio, pero eso no cubrirá ni los costes de operación. Esperamos que la normalidad regrese hacia el 10 de marzo, porque, de lo contrario, el barco se hunde”, explica el cocinero malagueño.

Tampoco va a ser un campo de rosas para la industria. “A China le va a afectar bastante. Sobre todo, a la empresa pequeña y privada, porque el Gobierno hará todo lo posible por sostener el sector público y maquillar con él los datos macroeconómicos”, analiza Bideguren. “Habrá muchas diferencias por sectores. En el textil, que es en el que estamos nosotros, va a afectar sobre todo al del algodón. Y es evidente que las marcas de moda van a buscar proveedores en otros países”, vaticina.

Según el informe publicado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en China, un tercio de las empresas americanas está sopesando la posibilidad de trasladar su producción fuera del gigante asiático, sobre todo al sudeste del continente. Y Joerg Wuttke, presidente de la Cámara Europea, añade que el coronavirus “va a cambiar la forma en la que hacemos los negocios”, impulsando una mayor diversificación. Pero advierte de que “para muchos, irse de China no es una posibilidad porque no existe otra China”.

Ponsa no tiene intención de moverse. “Nuestra materia prima es derivada del plástico y el precio se mantiene estable. Por eso, aunque va a ser un año difícil, las expectativas que tenemos son similares a las del año pasado. Hemos abierto 10 días más tarde de lo esperado y ahora estamos recuperando ese tiempo perdido añadiendo una hora extra a la semana. De momento, nadie ha cancelado pedidos. Así que el quid de la cuestión va a estar en la negociación de los precios con clientes y proveedores”, explica Bideguren.

Mucho más difícil va a ser la situación en el sector de automoción. China es el principal mercado mundial y la crisis del coronavirus puede ser el tiro de gracia para unas ventas que encadenan ya muchos meses en declive. No en vano, según la Asociación China de Fabricantes de Automóviles, la venta de coches en la primera mitad de febrero cayó un 92% hasta los 4.909. “La mayor parte de los concesionarios ha permanecido cerrada y los que han abierto apenas han recibido clientes”, explicó la Asociación en un comunicado que augura tiempos oscuros para el sector.

Lo corrobora Pedro Segovia, director industrial de la empresa de recambios RTS en la localidad de Jinhua. “El impacto económico de la industria de automoción va a ser catastrófico para China. Porque el coronavirus llega en un momento en el que el sector se encuentra en un importante periodo de transición, tras la crisis del diésel y en los albores de los vehículos de energías limpias. La incertidumbre agudiza la caída de las ventas de automóviles y, lógicamente, eso se traslada a los fabricantes de componentes”, opina Segovia, que aún vive aislado y limita los movimientos al trabajo y al supermercado.

Él también cree que la coyuntura actual va a dar “la puntilla a las plantas chinas de muchas empresas que ya de por sí veían que sus márgenes se estaban reduciendo por la propia evolución del país”. Y avanza que también va a suponer el traslado de la producción de fabricantes de todos los tamaños a otros países como pueden ser México, Indonesia o Turquía.

“Tengo amigos que trabajan en México, donde yo estuve dos años, que me confirman subidas importantes de pedidos como prevención. Eso va a proporcionar una importante oportunidad de crecimiento en otros países, a pesar de que no se crezca globalmente. La gran duda es saber si cuando la situación se normalice, los pedidos volverán a China o se quedarán en su nuevo destino”, se pregunta el industrial.

“Yo creo que en muchos casos no lo harán, porque los márgenes que obtienen las empresas en sus plantas chinas no es, ni mucho menos, los de hace 10 o 15 años. El país ya casi solo resulta interesante para aquellas empresas con ventas en la propia China”, opina. “El país ha pasado de ser la fábrica del mundo a convertirse en el mayor consumidor del mundo. Por eso, la clave de su recuperación va a estar en el comportamiento que tenga el consumo interno”.

A ese respecto, muchos vaticinan un rebote. “Cuando todo vuelva a la normalidad, espero que la gente vuelva a disfrutar de la vida y haga esas compras que ha retenido durante todo este tiempo”, comenta Sánchez. Y Goldman Sachs es de la misma opinión: cuando pase la crisis, el comercio vivirá un boom temporal. Wuttke va más allá y cree que esta crisis puede ser incluso la razón perfecta para que, como ha hecho en otras, China se abra más al mundo y profundice en sus reformas económicas.

Quizá por eso, y a falta de estadísticas macroeconómicas que permitan cuantificar el daño provocado por el coronavirus en la segunda potencia mundial, todo apunta a que China mantiene su confianza en alcanzar un crecimiento económico del 6% en el conjunto del año. “El 2020 puede ser monumental para China si logra marcar un nuevo punto de inflexión en su desarrollo. La epidemia del coronavirus solo hará que esta gesta sea más épica”, afirmó la agencia de noticias oficial Xinhua en un editorial.

“Es difícil que la epidemia del coronavirus afecte al papel que China juega en la cadena de suministro global en un mundo cada vez más interconectado”, añadió Xinhua en otra noticia en la que hacía hincapié en el elevado coste que puede tener localizar la producción en otros países. “Si la epidemia se controla antes del pico de exportaciones de marzo y abril, la industria china apenas sufrirá daños”, dijo en la misma información Xu Qiyuan, investigador de la Academia China de Ciencias Sociales.

Las autoridades llaman a la calma

El mensaje del Gobierno, apuntalado todos los días en la prensa china, es claro: crear confianza en la economía del país. Para lograrlo, el Ejecutivo ha puesto en marcha diferentes medidas de estímulo, que van desde el traslado gratuito de trabajadores, hasta la exención de IVA durante un trimestre, pasando por la reducción de los alquileres y de las cuotas de la seguridad social. Y pocos dudan de que llegará una nueva ola de ayudas y de subvenciones para tratar de paliar el batacazo.

Pero, en gran medida, y como reconoce el propio Xu, todo dependerá de lo que suceda fuera de China. De si el coronavirus se propaga por el mundo y se convierte en una pandemia, o no. “Nuestro miedo es a lo que pueda pasar en Europa y Estados Unidos. ¿Van a tomar las mismas medidas que en China? ¿Se van a parar las construcciones? Si eso sucede, sí que podríamos tener un problema grave”, reconoce Antxon San Miguel, director de operaciones de la fábrica de tuberías que la catalana Tucai tiene en Ningbo. “La mayoría de nuestro mercado es de exportación, así que el coronavirus va a afectar a nuestros resultados en febrero porque ha habido una caída en las ventas, pero la cartera de pedidos para marzo es similar a la del año pasado”, explica esperanzado.

De momento, la planta de Tucai funciona al 75%, está contratando a personal local para sustituir al que no puede regresar desde otros lugares de China, y espera alcanzar el pleno rendimiento el 15 de marzo. Su objetivo sigue siendo el de crecer un 10% con respecto a 2019.

Bideguren también es optimista, pero un poco más cauto: “Si hay un repunte de la epidemia y se propaga a nivel global, el año sí será dramático porque afectará a nuestras exportaciones. China será la que salga peor parada, pero terminará infectando a la economía mundial. Porque el consumo depende de la confianza que tenga la población. Por eso, es difícil avanzar aún qué sucederá”. El 28% de los encuestados por la Cámara Europea coincide con esa última frase.

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