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La esteganografía llega al texto: esta herramienta de 'padre' español oculta información en tus mensajes

Aunque no lo creas, la imagen de este gato contiene un información (Foto: elsamuko | Flickr)

José Luis Avilés

Nuestros antepasados utilizaban a sus esclavos para enviar mensajes ocultos. Grababan un mensaje en su cuero cabelludo, dejaban que les creciera el pelo y los enviaban con la información secreta en busca del destinatario. Pero nosotros ni tenemos esclavos ni estamos por la labor de utilizar técnicas tan viles y desalmadas. Dicen que el humano es un ser racional, un animal que evoluciona y aprende con las experiencias que adquiere a lo largo de su vida. Aunque en muchas ocasiones es posible poner en tela de juicio dicha afirmación, hay otras veces que nos tenemos que rendir a la evidencia.

Con el paso de los años, las décadas y los siglos, hemos ido perfeccionando las técnicas para enviar mensajes ocultos y evitar que nuestros enemigos tengan constancia de los mismos. Más allá de de quienes usan estas herramientas con fines malévolos, todos somos propensos a compartir secretos con nuestras amistades más cercanas. Ya sea un simple cotilleo, una declaración sentimental o el chiste más absurdo que hayamos encontrado. Poco importa el objetivo; todos en una u otra ocasión hemos sentido la necesidad de usar o puede que incluso, sin saberlo, nos hayamos servido de la esteganografía.

Gracias a ella, podemos ocultar información en diferentes soportes de forma que pase completamente desapercibida. Así de sencillo. Ya sea en una tablilla de madera, recubriendo con cera el mensaje; en las páginas de un periódico, aprovechando los huecos de las letras; o en una imagen digital.

A ojos de los demás no hay nada extraño. Solo verán recortadas las letras de un texto, la foto inofensiva de un gatito, un paisaje al uso o el rostro de un buen amigo. Pero, detrás de esa instantánea aparentemente inofensiva, puede haber información oculta. La clave está en dar con el algoritmo adecuado, es decir, con la llave que te permita acceder a esos secretos. Algo que, a priori, no debe resultar nada sencillo.

O sí, porque si algo le achacan los puristas de la seguridad informática a la esteganografía, al menos la más tradicional, es que choca frontalmente con uno de los principios más importantes: aquel que desaconseja confiar en el desconocimiento de nuestros enemigos respecto al tránsito de información. No debemos olvidar que quien intente acceder al contenido oculto tratará de descifrar el algoritmo que hemos empleado. Por esta razón, no solo resulta conveniente utilizar algoritmos esteganográficos modernos (cuya seguridad no depende de mantener el algoritmo en secreto), sino también servirnos de la criptografía, primero para proteger el mensaje y luego para introducirlo en el archivo que actuará como contenedor.

Y no vale cualquier objeto o archivo. La principal característica que ha de tener una buena técnica esteganográfica es que ha de ser resistente ante posibles distorsiones, ya sean provocadas por un accidente involuntario o por la intervención de quien tenga las insanas intenciones de apropiarse de lo que no le pertenece.

¿Es simplemente un 'selfie'?

Las apariencias engañan y, gracias a la esteganografía, podría no serlo. En una foto como esta, en la que el común de los mortales no ve otra cosa que los rostros de las personas que aparecen, podemos ocultar las coordenadas geográficas de un lugar o la dirección electrónica de una web. Y es que, con la llegada de la tecnología, las imágenes digitales se han convertido en el lienzo preferido de quienes han desarrollado nuevas formas de esconder información.

El funcionamiento es bien sencillo. Se trata de convertir el dato que queremos ocultar en bits y sustituirlos por otros propios del archivo contenedor, de tal forma que tan solo el destinatario del mensaje conozca el algoritmo que permite extraer el contenido oculto. Históricamente. el formato BMP se ha utilizado por su facilidad de manipulación y por permitir ocultar grandes cantidades de datos. No obstante, a día de hoy, formatos como JPEG o PNG son más comunes.

Con los conocimientos y los recursos necesarios, se pueden sustituir los bits menos relevantes que componen una instantánea. Así, de una escala de 24 bits, donde hay más de 16 millones de colores, al aplicar esta modificación a un color azul, por ejemplo, se verá alterado de forma que tan solo lo veríamos un 1% más oscuro que en la imagen original. Una nimiedad casi imperceptible para el ojo humano, razón por la cual necesitaríamos recurrir a la tecnología para descubrir si hay información oculta y, a continuación, poder extraerla.

Pero, al igual que sucede con las imágenes, podemos actuar con audios o incluso vídeos. En el caso de los archivos de sonido, podemos sustituir los bits en los que convertimos la información encriptada por aquellos que correspondan a frecuencias imperceptibles para el oído humano. Lo mismo ocurre con los archivos audiovisuales. Se trata de dar el cambiazo a aquellos aspectos menos relevantes de una película, del capítulo de una serie o de un clip. Esta técnica fue puesta en práctica nada más y nada menos que por Al Qaeda cuando intentó ocultar en una peli porno un total de 141 archivos de texto separados. Por suerte, la policía alemana les dio caza.

¿Y aquí? Podría haber un mensaje oculto

Quizá te estés preguntando si en este texto hay algún mensaje oculto. Una URL, una dirección IP... Quién sabe. Ahora, hasta el más inexperto en la materia podría utilizar un documento de texto para esconder cierta información. La técnica de esteganografía que se sirve del lenguaje escrito podrá estar al alcance de cualquiera gracias a la herramienta desarrollada por el investigador Alfonso Muñoz. Este doctor en telecomunicaciones y experto en seguridad informática asumió en 2010 el reto de encontrar la mejor forma de ocultar contenido en un texto, al caer en la cuenta de que en internet, pese a la inmensa cantidad de imágenes, audios y vídeos que circulan, lo que impera es aquello que está escrito.

Gracias a la plataforma en la que aún trabaja, bastará con rellenar un par de casillas. En la primera colocaremos aquella información que queramos ocultar, ya sea una URL o una coordenada geográfica, y en la segunda pondremos el texto en el que queremos insertar dicha información. La herramienta se encargará del resto.

Imagina que queremos enviar a alguien la siguiente ubicación en un mapa: 40°25′01″N 3°42′13″O. Pues bien, de lo que se encarga la plataforma es de convertir esa información en ceros y unos que intercalará con los que forman el texto. Para ello, Muñoz ha desarrollado un sistema, denominado JANO, que cuenta con una base de datos en la que cada palabra tiene asignado uno de estos dos valores - cero o uno -, de forma que tan solo la persona que conozca el algoritmo puede descifrar aquello que se encuentra camuflado.

Según el propio creador de la plataforma, aún pueden existir incorrecciones lingüísticas que tendrán que enmendar los propios usuarios. ¿Qué quiere decir esto? Bien sencillo. Si en el texto aparece “la casa es bonita” y la plataforma determina que dicho adjetivo puede sustituirse por “hermosa”, porque le conviene más el valor que tiene asignado este vocablo, el usuario podrá volver a lo que ha escrito para aplicar el cambio (si lo ve acertado).

Como nos cuenta Alfonso Muñoz, aún hay ciertos inconvenientes. En primer lugar, aún es poca la cantidad de información que se puede ocultar mediante esta técnica de esteganografía. Pese a que el 22% de las palabras de un texto pueden servir para ocultar información, para ocultar 136 bits necesitas al menos 600 palabras, alrededor de un folio escrito. A mayor cantidad de vocablos, mayor será la cantidad de información que podremos ocultar. No obstante, sí que presenta una ventaja respecto al resto de técnicas y es que resulta sumamente difícil de detectar. Es, siempre según su creador, un sistema muy robusto y fiable.

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