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“Hay una laicidad con fines de seguridad que solo acrecienta la islamofobia”

Edouard Delruelle, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Lieja.

Pablo García

Édouard Delruelle, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Lieja, asesor del gobierno valón y exresponsable del Centro para la Igualdad de Oportunidades de Bélgica es un conocido intelectual con varias obras en su haber que toma parte sin rodeos en espinosos debates sobre inmigración, integración, laicismo y multiculturalidad. Sobre todo después del enrarecido clima político que impregna Francia y Bélgica desde los atentados terroristas del 13 de noviembre en París y del 22 de marzo en Bruselas.

Delruelle cita a eldiario.es en el Hotel Hilton de Bruselas (“no es que yo quiera venir aquí, es que me pilla al lado de la estación Central”) y aborda las preguntas con la misma intensidad con la que se ha granjeado su buena reputación entre el alumnado. Tiene la curiosidad de un niño y dispara preguntas sobre la imposibilidad de formar Gobierno en España y sobre Podemos, a la vez que escucha con los ojos muy abiertos.

Un estudio de Brooking Institution vincula el auge del yihadismo con la 'Francofonía', con el laicismo radical que se ejerce en países con esta lengua. Sumado al desempleo juvenil, esto provocaría un cóctel explosivo.

Empíricamente bastaría decir que hubo atentados en Madrid y Londres, y que ni España ni los países anglosajones practican el laicismo radical. Además y en lo que respecta a Bélgica, el laicismo está muy presente en la parte francófona pero no en Flandes. Y aun así hemos tenido radicales en Amberes como 'Sharia4Belgium'. La realidad es que no hay una única explicación causal. Ante atentados como los de Bruselas tendemos a buscar una causa determinante en última instancia, que dirían los marxistas. Causas socio-económicas, geopolíticas, culturales, fallos de las autoridades… todas se entremezclan.

¿La laicidad llevada al extremo puede influir?

La laicidad en Francia puede ser agresiva ante ciertas religiones y se manifiesta vía prohibiciones. La prohibición de llevar motivos religiosos en lugares públicos en Francia es explícita y aparece en las leyes mientras que en Bélgica –donde la prohibición del velo en edificios públicos también existe- la interdicción es un poco más complicada jurídicamente. No son las niñas con velo las que se hacen explotar y en general las mujeres vinculadas al terrorismo en Europa no lo llevan. Es cierto que hay una laicidad instrumentalizada con fines identitarios y de seguridad y que solo hace acrecentar la frustración, la agresividad, la islamofobia y el sentimiento de algunos jóvenes de verse agredido por el estado. Pero atención, esto es solo un elemento más. No creo que la laicidad radical, lo que dicen Sarkozy y Manuel Valls, sea la solución pero tampoco la causa.

Parece que tiene que haber respuestas simples y no es así. Creo que los filósofos, los políticos y los intelectuales tenemos que abordar este problema con toda su complejidad. Las causas culturales, geopolíticas, socioeconómicas… Este problema es muy complejo.

La extrema derecha eclosiona con cada atentado.

Voy a intentar traducir el riesgo de la extrema derecha en Francia, que no se da en la Bélgica francófona pero sí en Flandes. En Valonia el terreno ya está abonado, aunque no haya partidos de extrema derecha por varias razones: una de ellas es que no hay un referente nacionalista en la zona francófona belga como sí lo hay en Flandes y en Francia. Estoy de acuerdo con esta tesis, que pertenece al politólogo Pascal Delwit. Pero no me hago ilusiones con Valonia.

La diferencia entre Marine Le Pen y su padre Jean Marie, la diferencia entre el N-VA (partido belga independentista, el más votado) y el Vlaams Belang (extrema derecha flamenca) es el populismo de los primeros. Estamos en un momento populista en Europa, en el que el centro de la gravedad política gira en torno a cuestiones de identidad, de seguridad e incluso xenófobas pero sin proponer un cambio de régimen. No estamos en los años 30, cuando había una oferta diferente a la democracia parlamentaria y la gente aspiraba al comunismo y al fascismo. El populismo para mí es una especie de des-democratización de la democracia: suena bárbaro pero nuestros sistemas aceptan paulatinamente premisas identitarias y xenófobas sin cuestionar las instituciones, la libertad de prensa o las elecciones. Este es el riesgo que corremos, el de vaciar la democracia de sus valores: seguro que durante mucho tiempo habrá instituciones europeas, habrá Eurocámara, habrá Comisión, pero acabamos de asistir a la casi desaparición de Schengen.

La propuesta de François Hollande de retirar la nacionalidad a aquellos franceses con doble nacionalidad por terrorismo, ¿va en esa dirección?

Sí. Una medida populista, y cuando un partido no populista hace populismo el resultado es peor. Y esa medida es absurda. Es una medida simbólica: no es retirando pasaportes como vamos a evitar atentados. Pero, ¿contra quién iba dirigida? Contra los hijos de la inmigración. Esta es la des-democratización: una mala idea de extrema derecha asumida por un partido democrático. Afortunadamente no todos los partidos y la oposición de la izquierda dentro del Partido Socialista y de otras formaciones han enterrado el proyecto. Un fracaso político para Hollande.

¿Qué diferencia el laicismo de Francia de la neutralidad de Bélgica?

Voy a intentar hacerme entender por los lectores españoles. Por un lado están los laicos, es decir, aquellos que quieren relegar la religión lo máximo posible a la esfera privada y que en su día atacaron en Bélgica y Francia a la Iglesia católica y hoy critican al Islam. Sin embargo, la población católica de antaño era del 95% de la población y la musulmana hoy poco más del 5%. Aquí vemos un poco el peligro de ese trasvase del anticlericalismo al antiislamismo. Yo soy anticlerical porque gracias a esta postura tenemos en Bélgica la eutanasia, el aborto y el matrimonio gay. El islam es una minoría precaria, y el laicismo no debe adoptar la misma postura contra la iglesia que contra el islam puesto que el segundo no tiene la autoridad que sí tuvo la primera. Pero lo que me gusta del laicismo es la búsqueda de normas para vivir juntos: primero somos ciudadanos antes que portadores de una religión cualquiera. Así que la ley del Estado está por encima de las prescripciones religiosas y eso me parece sano.

Por otro lado está el multiculturalismo, del que destaco la visión pacífica que éste tiene de las minorías. Y tiene razón. El velo, por ejemplo…. Hace poco viajé en un tren con un barbudo y la mayoría de la gente se fue a otro vagón. La barba, el velo, comer halal, etcétera, estas cosas no suponen un peligro y los multiculturales tienen razón. Y además es una minoría proletaria, discriminada y empobrecida. El multiculturalismo tiene una fuerte carga sociológica y está extendido entre los trabajadores sociales, los voluntarios, profesores. Gente en contacto directo con las minorías.

En resumen: a los laicos les falta un punto sociológico y a los multiculturales un elemento normativo. Por ejemplo, el multiculturalismo no ve la presión que se produce dentro de las comunidades marginales, y existe porque lo conozco bien. Ser hoy musulmán progresista es muy difícil. Hay presión sobre las mujeres, los homosexuales, los intelectuales laicos que predican el islam… Hay un laicismo dominante y hay comunidades dominantes. Debemos coger lo positivo de ambos y superar esta oposición: el aspecto normativo del primero, el reconocimiento de las diferencias del segundo. Y creo que es posible.

¿La integración es igual en Bélgica y Francia?

Hay menos diferencias de las que se dicen entre su laicismo y nuestra neutralidad. La diferencia principal es que en Bélgica el estado financia el culto -los curas, los imames, etcétera- y también que la enseñanza católica está más extendida, mientras que en Francia es minoritaria. En la práctica Francia no financia las iglesias, pero las iglesias crean asociaciones que están financiadas por el Estado. Hay una suerte de pantalla entre la iglesia y Francia para que el Gobierno diga: no subvencionamos la religión. La catedral de Nôtre-Dame de París, por citar un edificio emblemático, está subvencionada por el Estado.

¿La carga laica no es más fuerte en Francia?

Sí, sí. El laicismo es un valor muy francés que en inglés o en neerlandés no tiene traducción. Está en el artículo primero de su constitución. Pero si analizamos los trabajos historiográficos concluiremos que hay que relativizar la idea de secularización y de laicismo. En su vida cotidiana y privada la gente se refiere cada vez menos a la religión. En esto no creo que haya diferencias entre España, Francia, Bélgica o Reino Unido. Puede haber varios grados de laicismo y en países como Francia la retórica laica es muy fuerte. Pues fíjese usted que las manifestaciones más grandes contra el matrimonio homosexual se produjeron en Francia, frente a España y Bélgica cuya carcasa es más católica. Esa es la paradoja.

Volviendo a Bélgica, la confianza en el país ha caído mucho tras los atentados. La imagen se ha visto dañada por los errores institucionales.

No creo que sea ese el nudo del problema. No confundamos dos cosas: está la complejidad de las instituciones, que no es tal ya que somos un Estado federal con instituciones descentralizadas que se pueden explicar -y no tan diferentes a España-; y luego está la debilidad del estado federal en sus competencias soberanas: el ejército, la seguridad, el fisco… Al ser un pequeño país sin identidad nacional fuerte, estas competencias se han hecho débiles. Tenemos fuerzas armadas, policía, servicios secretos, espionaje… débiles. Pero no son débiles porque el estado sea complejo. Creo que hay que fortalecer esas competencias.

Hay otra cosa: el Estado belga es centrífugo. Todos los belgas se preguntan si su país seguirá existiendo dentro de diez años. El punto de partida de Bélgica es un Estado muy centralizado y que lo es cada vez menos con el tiempo por la oposición entre flamencos y francófonos con Bruselas [históricamente flamenca, en la actualidad abrumadoramente francófona] en el corazón del problema. La dinámica es centrífuga. Por ejemplo, Suiza tiene unas instituciones mucho más descentralizadas que Bélgica pero su dinámica es centrípeta. ¡Y funciona! Las energías institucionales en Suiza van a la cúspide del Estado, y así ocurriría en caso de que este país tuviese que enfrentarse al terrorismo.

Las tensiones han vuelto tras los atentados, así como las acusaciones entre partidos francófonos y flamencos.

Bélgica es un Estado que desde su nacimiento vive al borde de la implosión, con costuras que todavía aguantan y todo eso. Tuve un curso sobre la historia de Bélgica en el que el profesor empezó diciendo ‘este curso sobre la historia del país en realidad es un curso sobre la historia del movimiento flamenco’. Una manera de decir que no hay historia belga sino historia de la voluntad de autonomía flamenca. No somos una nación sino un Estado. En España, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania… los Estados son más o menos Estados-nación. Pero aquí hay al menos dos. Al menos.

En España se da un problema similar con las nacionalidades históricas.

Efectivamente, ustedes tienen el mismo problema con Cataluña. Y Reino Unido con Escocia. Pero la gran diferencia es que los flamencos son mayoritarios en Bélgica, más del 60%, y votan principalmente a un partido independentista. Las élites flamencas se preguntan si conviene mejor debilitar al Estado belga para ganar más competencias –lo que da también más competencias a los francófonos- o controlar el Estado belga, sus instituciones. A veces hacen una cosa y a veces otra. Bélgica está condenada a vivir al borde del abismo. ¿Caerá? Bueno, es algo que puede ocurrir pacíficamente, a la checoslovaca, pero creo que solo sucederá si hubiera un independentismo rampante en Europa, en Cataluña, en Escocia o en el norte de Italia.

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