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Sobre este blog

Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Dolorosas imprentas locales I

Juan

Provincias —

Hablemos del dolor.

Si uno escribe y no le sale nada, sufre; si lo que le sale no se lo publican, sufre; si se lo publica una editorial de pronvincias, sufre; si se lo publica una pequeña editorial nacional, sufre; si se lo publica una editorial conocida... también sufre: ¿y si no me vuelven a publicar?, ¿y Babelia?, ¿y mi traducción al francés?; si le vuelven a publicar y sale en Babelia y en francés, sigue sufriendo: ¿y mi traduccion al inglés?, ¿y mi premio Nacional?, ¿y mis cuarenta ediciones?; si consigue ser volcado al inglés y obtiene el premio Nacional y le tiran cuarenta y cuatro ediciones, aún así y con todo continúa sufriendo: ¿y mi premio Nobel?

Escribir no es fácil, publicar no es fácil, ser escritor va más allá: resulta imposible.

Uno puede ser escritor -y más en nuestros días- sin haber escrito nada en absoluto, sólo porque le apetece. Al mismo tiempo, uno puede no sentirse escritor después de haber publicado diez novelas, y quién sabe si escrito otras diez más, inéditas en censura propia. Entre medias, puede abochornar la egolatría de un fulano por dos libros que nadie recuerda dónde ha publicado y que nadie ha leído frente a la modestia o despreocupación o desdén por su propia obra de otro sujeto que hasta tiene una calle con su nombre, bien que en su pueblo. Ser escritor no tiene nada que ver con escribir; tiene que ver con la fe.

La fe de algunos es delirante y contagiosa y en esa cualidad de contagio buscan su éxito: desde el mismo día en que deciden que son escritores caminan por la vida -por los actos literarios, por los medios, por la calle también- aparentando ser grandes escritores, en la creencia de que al albur de su pose toda una tropa de despistados asumirá su grandeza fingida y la convertirá en grandeza socialmente canjeable. Estos autores se toman terriblemente en serio a sí mismos, aprenden enseguida a llamar “obra” o “trabajo” a las cosas que escriben y manifiestan una repugnancia señorita por las ventas de los libros que van sacando, pues su arte no se mide en lectores-consumidores, sino en lectores-con-columna-en-prensa.

Otros escritores viven su fe en la literatura desde el pudor y entienden que no son escritores hasta que algo les haga saberse tales. Ser escritor, esas palabras, les quedan grandes justamente por exceso de respeto, por exceso incluso de ambición, pues escriben para ser Kafka o el puto Cervantes y uno no es Kafka o el puto Cervantes porque le publique un libro Mondadori, donde a fin de cuentas publican de todo menos Kafkas y Cervantes: ¿cómo engañarse?

Sin embargo, hay que engañarse. Un poco. Si uno no se engañara un poco nunca enviaría un manuscrito a Constantino Bértolo o a Jorge Herralde y pensaría que sus desvelos literarios no interesan más que a su sufrida novia o a su novio sufrido, o a un su amigo igualmente desesperado. Entonces lo mandas y te dicen que no.

Entonces lo mandas a más sitios y te dicen que no. El escritor rechazado puede entender tanto NO durante cuatro años y dos meses, momento a partir del cual no entiende nada. Pero sigue escribiendo y mandando. Otros cuatro años. No, no, no. Cuando se cruzan los treinta uno piensa en dejarlo, decisión que anima como pocas a continuar. Pero al llegar a los cuarenta ya ni dejarlo sirve para no dejarlo, y hay que buscar otro remedio: publicar donde sea.

Andrés Trapiello -ya dijimos- acuñó el brutal término “dolorosas imprentas locales” para señalar esos sellos editoriales que, por miles, abundan en provincias y donde se publican sin parar libros y autores que -dígamoslo claramente- a nadie le importan. Yo he leído varios esta misma semana. ¿Merece la pena leer un libro editado en Teruel si ya es dudoso que merezca la pena leer cualquier libro editado en el siglo XXI?

Sólo aquellos que no leen nunca este tipo de libros responderán a la pregunta con un rotundo sí.

(Continuará...)

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