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El espíritu de la Transición resucita con las negociaciones para formar Gobierno

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera.

Andrés Gil

Harakiri de las Cortes franquistas para aprobar la ley de reforma política. Fin de 40 años de dictadura. Pactos de La Moncloa. Violencia. Padres de la Constitución redactando la Carta Magna. Consensos. El rey repartiendo juego. Reconciliación. Reforma y no ruptura. Y la configuración de un sistema de relaciones políticas y sociales, con los partidos como principales instrumentos de la acción política.

Todo ese concepto de cómo hacer política, entender las instituciones y su relación con la sociedad fue definido por el escritor y periodista Guillem Martínez como CT o Cultura de la Transición. Y el 15M, en buena medida, era una impugnación a esa CT: puede haber política fuera de los partidos, puede haber política fuera de las instituciones, puede haber cultura fuera de los cauces oficiales. Y no sólo eso, precisamente mucho de lo que rodeaba aquel entramado intelectual, político y económico fue señalado como responsable de la crisis económica, del incremento de la desigualdad, de la corrupción. Lo hicieron la PAH, las mareas, los comunes urbanos, 15MpaRato...

El proceso de negociación de la investidura para el nuevo Gobierno está resucitando ese espíritu de hace 40 años. Todo vuelve a girar alrededor de los partidos y el Congreso –no ya las plazas y la sociedad civil–, con “los medios hipnotizados y obsesionados por el teatrillo político de la representación”, según describe el editor y activista Amador Fernández-Savater: “La CT es la política de palacio y el periodismo que solo enfoca al palacio”.

Y el palacio es la institución, el Congreso, donde se sellan los pactos entre los representantes, y vuelve el eje izquierda-derecha, y la luces y alfombras amenazan con hechizar a los nuevos inquilinos.

Albert Rivera, cuyo referente político es Adolfo Suárez, acostumbra a hablar de anteponer “lo que nos une sobre lo que nos separa” y rememora cuando “en la primera Transición se pusieron de acuerdo los comunistas que venían del exilio con los herederos del franquismo”, como ejemplo para concitar consensos –fundamentalmente entre Ciudadanos, PP y PSOE– para una “segunda Transición”.

Eso sí, 2016 no es 1978: ahora España no sale de una dictadura que nació de una guerra civil; no hay violencia de ETA ni de la extrema derecha –acaban de cumplirse 38 años de la matanza de Atocha–; y la sociedad es otra.

Pero ese hilo conductor que reivindica los “pactos de Estado”, “el sentido de Estado”, la “política de Estado” también se desprende de los discursos de Mariano Rajoy –“propongo una coalición de más de 250 diputados”–; Pedro Sánchez –“quiero pactar a izquierda y derecha, y con el PP para los grandes temas de Estado”–.

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, que abandera elementos de ruptura como el derecho a decidir –con sus aliados de las confluencias–, reclama un Gobierno “de cambio y progreso” con PSOE e IU. Y habla de “momento constituyente”, pero también, término que usan Sánchez y Rivera, de “segunda Transición”.

Seguramente lo que tiene Iglesias en la cabeza como “segunda Transición” no es lo mismo que Rivera –se han vetado mutuamente en la investidura–; ni Sánchez, que está en contra del derecho a decidir. Pero quizá es más parecido a su aliada catalana, Ada Colau, que prefiere hablar de “ruptura democrática”; o a Alberto Garzón, diputado de IU que suele hablar de “proceso constituyente republicano”.

El espíritu de la Transición o CT, que pareció tambalearse a raíz del el 15M, está recuperando vigor tras el 20D. Y no sólo porque las principales voces, 40 años después, siguen siendo masculinas. Quizá porque el edificio no era tan fácil de desmoronar como parecía.

O quizá porque, en unos tiempos en los que el relato de las cosas es fundamental, aún conserva prestigio en el imaginario colectivo –y da réditos– el juego de partidos en la institución donde se dice anteponer “lo que une por encima de lo que separa”.

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