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El obispo marxista y “endemoniado” de Juan Pablo II pasa a ser beato con el Papa Francisco

El Salvador conmemora el aniversario del asesinato de Romero y reclama justicia

Jesús Bastante

El 24 de marzo de 1980, un francotirador de la extrema derecha salvadoreña asesinaba de una bala en el corazón al arzobispo Óscar Arnulfo Romero. Este domingo, 35 años después, San Romero de América, el obispo defensor de los pobres y su dignidad, será beatificado en una multitudinaria ceremonia por el Papa Francisco, quien lo ha reconocido como “mártir de la Iglesia y de los oprimidos”. No siempre ha sido así.

El pontificado de Francisco supone una vuelta a la Iglesia de los pobres, de los orillados. Y ese modelo necesita de ejemplos, como los de Romero, Angelelli o Hélder Cámara, obispos latinoamericanos a los que Juan Pablo II acusaba de comunistas y negaba el pan y la sal. Con Bergoglio, muchas cosas han cambiado, y ahora Romero es santo, y es mártir.

Aunque algunos no se hayan dado cuenta, como los obispos españoles que, en una decisión sin precedentes, no han enviado a ningún prelado a la beatificación, pese a que estaba prevista la presencia de su presidente, Ricardo Blázquez. Según informa Religión Digital, fue el cardenal Rouco quien presionó a varios obispos que tenían previsto asistir, aduciendo que se trataba de una “beatificación política”. Finalmente, el único representante de la CEE será su portavoz, el sacerdote José María Gil Tamayo.

“Yo estaba ciego. Estaba con los ricos. Me había olvidado que el evangelio nos pide estar al lado de los pobres”, dijo Romero en una entrevista poco antes de ser asesinado. Después llegarían la masacre de Ellacuría y sus compañeros jesuitas. Bajo el silencio y, para algunos, la complicidad, del Vaticano.

Wojtyla “no pudo o no quiso” escuchar a Romero

“A Romero lo mataron los poderes militares, pero le dejó morir una Iglesia aliada al sistema, una Iglesia que ahora se dice orgullosa de él”, recuerda el teólogo Xabier Pikaza, quien añade cómo el entonces Papa -el hoy canonizado san Juan Pablo II- lo recibió de malos modos diez meses antes de su asesinato, y no quiso o no pudo“ escuchar a Romero frente a la dictadura militar que se las daba de ultracatólica y acabó manchando de sangre todo El Salvador.

Hasta hace dos años, como señala el teólogo peruano -uno de los padres de la Teología de la Liberación-, Gustavo Gutiérrez, el proceso de beatificación de Romero estaba “guardado en un cajón del Vaticano”, pues desde la Curia se consideraba al arzobispo mártir un comunista. Poco antes de su asesinato, después de que Romero regresara sin conseguir el apoyo de Juan Pablo II, instancias eclesiásticas de América y Roma llegaron a acusar al prelado de estar “endemoniado” y reclamaban que se le realizara un exorcismo.

“Hablaban de muerte política”

Leonardo Boff, otro de los mitos de la teología de la Liberación, defiende esta idea: “Roma tardó muchos días en reconocer su asesinato. Los detractores del compromiso de la Iglesia con los pobres hicieron circular la versión de que se trataba de una muerte de origen político y no religioso. Después condenaron el acto sin mencionar a los autores”.

Jon Sobrino es jesuita, coautor de 'Romero de América. Mártir de los pobres' (Mensajero), y por una casualidad salvó su vida cuando, el 16 de noviembre de 1989, un escuadrón paramilitar asesinaba a Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas de la Universidad Centro Americana. Durante años, luchó para que sus hermanos y monseñor Romero fueran beatificados. El muro del Vaticano parecía impenetrable. “Los dos papas anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, habla­ron de ello, pero no con mucha convicción y decisión. Y se no­taba el temor de incomodar a los poderosos: 'Todavía no es el tiempo oportuno'. El lengua­je del Vaticano era ambiguo y poco entusiasmante”, sostiene el religioso.

 

“Todo ha cambiado con el papa Francisco. Hace un año dijo que la causa de monseñor estaba estancada, pero que sin duda avanzaría. Más que estancada pienso que estaba bloqueada por muchos intereses que nada tienen que ver con Jesús de Na­zaret”, concluye.

La beatificación es la forma en que la Iglesia reconoce la santidad de un cristiano. Para ser beato, se requiere un milagro atribuido a la intercesión del candidato después de su muerte o, como es el caso, que se reconozca su martirio. Tras la beatificación, el siguiente paso es la canonización, para la cual se necesita otro milagro. Ahora Romero será beato. En un futuro, tal vez, se le pueda llamar oficialmente “San Romero de América”.

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