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Pasar vergüenza

Acceso a la vivienda desde el jardín

Santiago Alba Rico

Filósofo, fue candidato de Podemos al Senado en 2015 —

Si hay un motivo por el que los inscritos deberían votar en contra de Iglesias y de Montero en el referéndum que han convocado es -precisamente- por haberlo convocado. De todas las cosas que han hecho mal ésta es sin duda la peor, la más infantil, la más irresponsable y la más dañina para el proyecto que encabezan.

No habían hecho nada ilegal comprándose un chalet de 600.000 euros en un barrio pijo; y, si al hacerlo libremente y con conocimiento de las consecuencias, eligieron distanciarse de su discurso original y perder un puñado de votos, debían haber afrontado esa decisión con un poco de naturalidad o de cinismo. Se pueden perder votos defendiendo principios o renunciando a ellos. En este caso, esos medios de comunicación que -es verdad- invaden la intimidad de Iglesias y Montero, los acosan y procuran arrojar fango sobre Podemos, no pueden acusarles desde luego de “populismo” y mucho menos de “electoralismo”. La pareja dirigente ha sido generosísima con el enemigo y, sin que nadie los empujara, ha expuesto al hacha su costado más vulnerable. Cierto: España no los ha sorprendido robando cremas ni maltratando a un mendigo ni drogándose en un garito. Los ha sorprendido jugando a las casitas (no al monopoly) como una feliz pareja que va a tener mellizos y que trata de consolidar un “proyecto de vida”. Los ha sorprendido pidiendo una hipoteca, endeudándose, administrando por anticipado el patrimonio familiar. Nada de eso es reprobable. Pero los ha sorprendido también dilapidando una vez más el patrimonio del partido del que son símbolo máximo y dirección indiscutida. Dilapidando, si se quiere, el último patrimonio: el principio que aún les diferenciaba de los otros políticos y según el cual -eso defendemos- “las palabras atan”. Iglesias y Montero se han “desatado” política y materialmente de sus propias palabras mediante una decisión personal que ahora quieren politizar y cargar sobre el conjunto de los inscritos.

En todo caso, que Iglesias y Montero se “desataran” de sus discursos, aún entrañando un daño severo, no hubiera sido irreparable. Se podía haber digerido. La opinión pública podía haberlo perdonado u olvidado, como todo, tras un pequeño escarmiento. Peor ha sido el modo en que han reaccionado -ellos y buena parte del aparato podemita- frente a las críticas, unas veces manipuladoras y malévolas y otras no, de los periodistas y de los medios de comunicación, pero también frente a las reservas de los propios simpatizantes. Como ocurrió ya antes de Vistalegre II, Iglesias, Montero y su aparato han elegido cubrir sus vergüenzas matando al mensajero, cerrando filas y criminalizando, como cómplices del “sistema” y hostiles a Podemos, todas las objeciones y todos los matices, incluso el debate mismo. “Desatados” de los principios enunciados, se vuelven a atar así a la peor tradición izquierdista, la que fue dejando a los viejos partidos aislados en sectas numantinas, victimistas y cargados de razón, cada vez más alejados de las mayorías sociales, fatalmente acostumbradas a identificar a la izquierda -aún más que al catolicismo- con el fanatismo, la inquisición y la diabolización del enemigo.

Pero incluso esa reacción sectaria  -siempre pendiente abajo- podía haberse saneado y  superado con una pequeña sangría de votos. Lo que cruza un umbral sin retorno, más y más abajo, es el disparate de la consulta a los inscritos, muy justamente reprobado por Teresa Rodríguez, Daniel Ripa o Kichi. Frente al paradójico anti-electoralismo de la compra de la casa -que “desata” a Iglesias y Montero de sus palabras- la consulta plebiscitaria es un gesto irresponsable de “populismo” interno que, a fuerza de interiorizar la polémica, anuncia un suicidio por introspección caudillista. Parece mentira que Iglesias y Montero, dos personas extraordinariamente inteligentes, prefieran seguir huyendo cuesta abajo y no sólo defiendan la consulta, sino que lo hagan en tono desafiante como “un gesto valiente y democrático” mediante el cual, en lugar de “aferrarse al cargo”, lo estarían poniendo “a disposición de las bases” del partido. Nadie puede reprochar a la pareja -a la pareja sentimental- que se compre una casa y quiera lo mejor para sus hijos. Ahora bien: como pareja dirigente, lo valiente habría sido no comprarse la casa o defender luego la decisión sin alharacas y sin matar al mensajero o incluso haber abandonado el cargo por coherencia; lo que, desde luego, no es valiente es sacudirse la responsabilidad cargando sobre los inscritos -cuya fidelidad peronista se da por descontada- este irresponsable lavatorio de manos y pretendiendo además que se está “dando la cara”. Se “da la cara” ante los propios principios o ante los cinco millones de votantes. Las consecuencias de esta iniciativa son más que destructivas. Se devalúa el mecanismo democrático de la consulta degradándolo a programa de televisión basura (un Gran Hermano pero con menos audiencia) o a ceremonia plebiscitaria de culto a la personalidad, como las que refrendaban a Ben Ali en Túnez o a Franco en la dictadura, pero a escala pandillera o de patio de colegio, sin obtener a cambio más poder real que el de manejar personalmente un aparato y erosionar un proyecto. De hecho, si no se revisa la decisión con sensata urgencia, esta consulta inhabilitará para siempre ese mecanismo democrático y consagrará a Podemos, que quiso acabar con el del 78, como un “régimen” -de juguete y bicaudillista. La pareja dirigente comenzó hace una semana comprando una casa contra el “populismo” de los principios y acaba esta semana comprando un patio de colegio, con el peor cesarismo, contra el partido mismo y sus -ya menguadas- capacidades transformadoras.

En un excelente artículo Juan Carlos Escudier escribía el lunes pasado: “la ingenuidad es una virtud admirable, un chapoteo feliz en la inocencia que se agota con el tiempo; el infantilismo es una necedad de los adultos que debe corregirse antes de que se convierta en incurable”. Podemos ilusionaba con una ingenuidad performativa que estuvo a punto de cambiar el país; después desilusionó, en una vertiginosa madurez no muy hermosa. Ahora avergüenza. Se puede apoyar sin ilusión y con desgana -contra todos los otros partidos y en un momento de mucho peligro- una fuerza insuficientemente democrática e insuficientemente lúcida. Sin ilusión y con desgana; y hasta con la nariz tapada. ¿Pero muerto de vergüenza? No estoy seguro. Por todos los votantes o simpatizantes otrora ilusionados, por todos los compañeros que siguen dentro intentando enderezar el entuerto, por esta España volcada ya hacia la Europa más negra, Iglesias y Montero deberían dar marcha atrás y desconvocar responsablemente la consulta.

Iglesias y Montero no han sido sorprendidos robando dinero ni maltratando a un mendigo. Es verdad. Pero sí quizás robando ilusiones y maltratando un proyecto. Que dejen de hacerlo, por favor. No podemos permitírnoslo.

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