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De las lindes a las fronteras

Juan Ignacio Zoido, ministro del Interior

Helena Maleno

Investigadora especialista en migraciones y trata de seres humanos —

Poco o nada ha dicho el ministro Zoido sobre los hechos que ocasionaron las muertes de Karnelie Masiona, Bebé Luza, Clemance Lelo, Dalloba, Aminatou, Pasience Mavungu y Merveille Dimona, cuando intentaban llegar a Melilla.

Aunque hay varias cosas claras en las escasas explicaciones de Zoido. La primera es el desdén y el desinterés del que habla de la tragedia y de sus víctimas. La segunda es que la versión dada ante el Senado por el ministro ha sido diferente a la que explicó en la Comisión de Interior y a la que el Ministerio del Interior dio a los periodistas los días posteriores a la tragedia.

Estas explicaciones de los responsables del control migratorio eran esperadas por los familiares de estas mujeres, que hasta el momento sólo han podido escuchar el relato de los supervivientes.

Una y otra vez durante estos días los que escaparon con vida de la tragedia narran con horror los hechos. El shock postraumático les impide dormir y comer, pero a pesar de ello participaron en el duelo de Pasience, la primera mujer enterrada en Rabat el día 9 de septiembre.

Repiten los supervivientes, de distintas nacionalidades y procedencias, las mismas historias como si de un mantra de dolor se tratase: “nos bloquearon los españoles… nos perseguían los marroquíes… se movían las dos patrulleras con fuerza y eso provocaba olas que desestabilizaban la zodiac… nos tiramos al agua para llegar a nado a la playa que estaba muy cerca… se murieron por nada, tiraron la zodiac con la cuerda… no son rescates, son devoluciones y así murieron nuestras hermanas”.

Zoido ha dicho lo mismo que la Guardia Civil. No saben nada de las muertes y que ellos lo que hicieron fue participar en un “rescate”. Dice el ministro, en una de sus versiones, que la patrullera de la Marina perseguía a la patera cuando la Guardia Civil llegó. Entonces ¿era un rescate o una persecución?

Tal vez mejores explicaciones hubieran sido necesarias para la memoria de estas mujeres y para la dignidad de un país que se dice democrático. Por ejemplo, ¿dónde estaba exactamente la patera?, ¿quién les llamó para intervenir?, ¿cuánto duró la intervención?, ¿qué vieron durante ella?, ¿cuántos agentes estaban allí?, ¿quiénes son esos agentes?, y, sobre todo, ¿dónde están las imágenes de las cámaras de control migratorio y las comunicaciones de los Guardias Civiles que aportarían luz a la tragedia?

Eso sí, el ministro ha hecho como en otras ocasiones, mostrar una foto con los ganchos que las personas utilizan para agarrarse a las vallas y poder trepar. Imagen que resume la política del Estado sobre las fronteras en la idea macabra de que el control del territorio está por encima del derecho a la vida.

Nada más ver la foto del gancho en la mano de Zoido me ha venido a la cabeza una historia que siempre contaba mi abuela a mi madre cuando era pequeña. Seguro que al señor ministro le suena, puesto que uno de los protagonistas era un señorito andaluz.

Mi madre de mayor repetía la historia y me la contaba junto a mi abuela, como una forma de mantener la tradición oral y de homenaje a la memoria de tantas víctimas olvidadas. Era un relato que siempre dio miedo a mi madre.

Vivía mi abuela en un cortijo y uno de los hijos del vecino murió tiroteado por una escopeta. El niño salió a buscar leña para hacer fuego, con la mala fortuna de coger las pequeñas ramitas, que sus manos de seis años podían cargar, dentro de la linde de los terrenos del señorito. El guarda de la finca le tiró a bocajarro. El padre del niño sólo pudo recoger su pequeño cuerpo que fue enterrado sin pasar por la iglesia porque el cura se negó a darle sepultura, también como forma de escarmiento.

El guarda fue llevado al cuartelillo de la Guardia Civil y liberado inmediatamente cuando el señorito hizo presencia en el lugar.

La Guardia Civil criminalizó al padre delante de todo el pueblo por haber criado a un niño ladrón.

Mi abuela siempre terminaba la historia recordándole a mi madre que las lindes de las tierras de los ricos nunca debían atravesarse. Siempre tuvo mi abuela miedo a que la pobreza la hiciese perder a sus hijos.

La historia de mi abuela nos resulta hoy un horror, pero fue durante mucho tiempo una realidad social aceptada, que formaba parte de la legalidad vigente.

Ahora aceptamos muertes como fuesen normales, como si legalizar una disposición sobre “rechazos en frontera” justificase todo tipo de violencia, incluida la muerte.

No es cierto que la seguridad del territorio esté por encima de los derechos humanos, del derecho a la vida.

No es cierto que los señoritos tengan derecho a matar a aquellos que atraviesan sus lindes.

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