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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Andalucía sólo hay una, y menos mal

Barbijaputa

¿Qué fue antes: la andaluzfobia o la vergüenza de ser andaluz? ¿El no-andaluz corrigiendo al andaluz o el andaluz impostando su acento? ¿Qué fue primero: el andaluz que aceptó que hablaba “mal” o el no-andaluz condescendiente porque ignoraba que parte de su vocabulario es herencia de Al-Andalus?

¿Qué fue antes: el agachar la cabeza de unos o el levantar la barbilla de otros?

No sé cuántas veces he oído desde que vivo fuera de Andalucía frases como “tienes un acento bonito para ser andaluza”, “no eres nada bruta para ser andaluza”, “no eres la típica andaluza…” y en el aire queda flotando un “la típica andaluza… cateta”. Sé que no hay ánimo de ofender y que, es más, me lo dicen como un halago, sin darse cuenta de que hay implícito un claro sentimiento de superioridad.

Todo esto empieza en el lenguaje pero se extrapola a muchos otros aspectos y cualquiera que viva fuera de Andalucía convive con ellos de forma más o menos consciente. Me consta que no es algo puntual, que pasa igual con muchas regiones a lo ancho del mundo, así que una lo lleva con resignación y sin muchos aspavientos. Pero luego llegan las elecciones andaluzas y, con ellas, los mítines de partidos políticos cuyo ADN ideológico trae por defecto el clasismo y el convencimiento de que no hay por qué disimular siquiera ese sentimiento de superioridad. Es entonces cuando el asunto de la andaluzfobia empieza a levantar ampollas que, en realidad, nunca sanaron.

En cuanto Susana Díaz dio una patada al pacto con IU y adelantó las elecciones, todos los candidatos de extremocentro miraron al sur, chasqueando la lengua y meneando la cabeza. “A ver qué hacemos con esta pobre gente, tierra ingobernable donde nunca un neoliberal como Dios manda ha puesto un pie en el Gobierno”, dirán ellos. Y, en sólo un mes, los tres partidos con programas de derechas pero autodenominados “de centro”, han tenido tiempo de turnarse e insultar a una región entera y hacer alarde de su convencimiento de estar mirándonos desde arriba.

Albert Rivera, de Ciudadanos, lleva literalmente el enseñarnos a pescar en su programa. Que todavía si lo hubiera metido en el apartado “Jara y Sedal”, mira, pero no, esto forma parte del apartado “Servicios Sociales”.

Es gracioso porque Ciudadanos, en su soberbia, plasma en su programa el símil de la pesca y la caña, a pesar de la polémica que ha generado y la queja de los andaluces. Pero bueno, ¿qué credibilidad hay que darle a lo que diga un pueblo que, en toda la historia de la democracia, lo más parecido a la derecha que han consentido que les gobierne es... el PSOE? Somos unos cafres. Todos. Los nueve millones. Es más, demos mejor las gracias por que no hayan retirado su oferta después de nuestra pataleta y sigan en pie las clases de pesca.

Lo que no especifica Ciudadanos en su programa es si, además de pagarle las clases de pesca, vamos a tener que afrontar el copago de la caña, la privatización de la playa y la externalización de la mitad de lo pescado.

Hay más. Está también Santi Abascal, de VOX, que como ningún medio lo saca nunca porque nadie los vota, nos da clases de Historia (de la suya) a los andaluces desde su cuenta de Twitter.

Se entiende que, debido al apremio del adelanto de las elecciones, Santi debió de abrir la Wikipedia y pensar: “¿Qué es eso de que Blas Infante es el padre de Andalucía? Pero si hablaba árabe y era un rojo republicano, ¡por el amor de Dios! ¿Estamos todos locos? Traedme el Twitter”.

Pero todo bien, todos los andaluces tomamos buena nota de que Blas Infante ya no es padre de nada, porque ahora son estos tres reyes católicos, apostólicos y romanos, personas que heredaban el poder sin que el pueblo tuviera ni voz ni voto. Pues nada, a mandar. Si con nosotros, ya ves, será por señoritos herederos del franquismo dándonos órdenes…

Y luego, cubriéndose de gloria, Monago (Partido Popular de Extremadura) directamente insulta a todos los andaluces con un vídeo lleno de tópicos (a unos nos insulta más que a otros, hay que reconocerle el esfuerzo).

Lo primero que pensé al verlo fue “pero, ¿no se dan cuenta de que en Andalucía hay también un Partido Popular al que están perjudicando?”. Luego me acordé de que las tragaderas del votante del PP están hechas a prueba de Bárcenas y todo encajó, claro. Todo menos las neuronas que nunca volverán después de ver el vídeo.

Pero, andaluces, quedémonos con lo bueno: los tópicos sobre Andalucía ya están superados y, como bien nos han repetido hasta la saciedad, si Ocho apellidos vascos ha sido un éxito es porque toda España tiene ya interiorizado que el personaje de Dani Rovira es una mera parodia. A la vista está.

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