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Productividad y neoliberalismo, una relación conflictiva (I)

Economistas Sin Fronteras

Ramiro Feijoo —

Casi treinta años después de la llegada de la revolución neoliberal iniciada por Margaret Thatcher, los resultados, al menos en términos de productividad, no pueden ser más desalentadores. Uno de los objetivos de su aplicación, el leitmotiv que justificó y explicó tanto desde el plano económico como ideológico la implantación de una creciente desregulación económica y de un decreciente papel del Estado, fue la mejora en la productividad. Pues bien, décadas después, los resultados son completamente opuestos a lo esperado.  

La iniciativa de estudio del Bank of England con respecto a este misterioso descenso constante de la productividad desde los años 70, al que se ha llamado “productivity puzzle”, nos está aportando una gran cantidad de datos al respecto. Aquí se puede observar uno de los gráficos que explican la historia de que hablamos:

La evolución descrita atiende al caso británico, pero sabemos que no se diferencia fundamentalmente de otros ejemplos europeos. Como se puede observar, el periodo de construcción del Estado del Bienestar desde el fin de la guerra mundial hasta los años 70 presenció una elevación de la productividad como nunca había sucedido en la historia, para comenzar una persistente bajada desde entonces hasta hoy en día. Es decir, las medidas liberalizadoras iniciadas a finales de los 70 en ningún caso han conseguido enderezar la productividad e incluso podría interpretarse que están logrando el efecto contrario.

Cabe destacar que los principales detractores del neoliberalismo concentraron su crítica en las previsibles consecuencias sociales de la revolución: en la consecuente desigualdad y el impacto en la cohesión social que acarrearía, es decir, en transcender las meras implicaciones económicas para poner el foco en el bienestar social en general. Lo que estamos observando es que ni siquiera desde un punto de vista puramente económico la desregulación y liberalización económica han conseguido sus resultados esperados en términos de mejora en la productividad. La conclusión podría ser cómica, si no tuviera ribetes trágicos.

Pero ¿por qué este descenso constante de la productividad? La discusión es compleja y se escuchan argumentos para todos los gustos, hasta de aquellos que todavía hallan el problema en que se precisa una doble dosis de la misma medicina. Por nuestra parte, vamos a aventurar dos tipos de explicaciones que separaremos en sendos artículos. En éste trataremos de las relaciones laborales y la próxima semana nos centraremos en el modelo de empresa.

10 razones del fracaso de la productividad

Uno de los principales objetivos de la desregulación atañe a las relaciones laborales. Desde hace décadas no dejan de atacarse las bases de la seguridad laboral bajo el supuesto de que ésta lesiona la libertad de acción empresarial, “verdadero” motor de la prosperidad, y beneficia comportamientos improductivos y acomodaticios. Como resultado, se ha ganado efectivamente en inseguridad laboral y se han empeorado las condiciones de trabajo.

  • A más precariedad y peores condiciones laborales, menor es la implicación del trabajador en la empresa. Su trabajo será mecánico y rutinario, y destinado a sacar el máximo beneficio para sí mismo en el menor tiempo posible, olvidándose de su aporte hacia la empresa. ¿Qué puede incitar a un trabajador a innovar, a implicarse, a dejarse la piel, cuando sabe que sus días están contados? La precariedad fomenta los comportamientos egoístas y anti-corporativos.
  • A más precariedad y peores condiciones laborales, menor retención de talento. Empresas con un alto índice de precariedad sólo pueden aspirar a retener a los trabajadores menos eficientes o a los menos formados. La retención de talento se hace casi imposible en este tipo de empresas, pero no sólo son más proclives a perder a los trabajadores más formados, más motivados, más eficientes, sino también menos capaces de atraerlos, es decir, menos hábiles para atraer al capital humano que alienta la productividad.
  • Peores condiciones de trabajo en términos físicos, los que atañen a la salud o a la seguridad, necesariamente son el caldo de cultivo de un trabajo peligroso, insano, difícil, incómodo, que impide la realización de las plenas potencialidades del trabajador y fomenta la ineficiencia e incluso el absentismo.
  • Peores condiciones de trabajo en términos psicológicos (salario, descansos, longitud de la jornada) crean un ambiente viciado, donde el trabajador se ve menos motivado e implicado en la empresa. Su lealtad a ésta se reducirá a mínimos, si llega a existir, y por tanto la productividad de su trabajo se verá afectada. Los bajos salarios, específicamente, no fomentan la lealtad a la corporación, sino el sentido de explotación y el enfrentamiento.
  • Una menor conciliación de la vida laboral y personal necesariamente implica un trabajador ineficiente, agotado y también insatisfecho de los logros que le reporta su puesto de trabajo. La empresa puede sacar partido de un creciente número de horas de trabajo, pero no puede esperar que la calidad del trabajo por hora mejore, sino todo lo contrario. 
  • El empeoramiento de las condiciones de trabajo ha ido parejo a una desigualdad creciente de los ingresos dentro de la propia empresa hasta unos límites que no fomentan la motivación y el incentivo de mejora personal, sino el resentimiento y la deslealtad a la dirección. Las cifras son contundentes: un directivo americano gana hoy 360 veces más que su empleado medio, cuando hace 25 años rondaba las 20 veces. En España la brecha salarial entre directivos y empleados no hace más que crecer. La desigualdad extrema dificulta las relaciones horizontales, redunda en la falta de confianza entre los diferentes puestos, impide el espíritu de equipo y a la postre el sentido de pertenencia. 
  • El diálogo social y los mecanismos de participación también se han visto afectados, ya que los sindicatos y organismos de trabajadores han perdido poder. En tanto que el trabajador no ve su opinión reflejada en la dirección de la empresa, no se siente tampoco implicado en su futuro y copartícipe de su éxito, lo cual disminuye el sentido de pertenencia y responsabilidad, y por tanto su productividad. Las medidas laborales basadas en la participación y el consenso fomentan la implicación, la responsabilidad, la ilusión y la productividad. Las medidas laborales autoritarias basadas en la imposición tienen los efectos contrarios.
  • La participación y el diálogo social dentro y fuera de la empresa suman visiones sectoriales a la gestión económica y por tanto se puede convertir en un factor de información vital para la toma de decisiones. El prescindir de la participación y de la opinión del trabajador no sólo puede tener consecuencias en la implicación de éste, sino también en el acervo de información relevante que el empleado aporta para una correcta dirección empresarial y una eficiente asignación de recursos. 
  • Precariedad, bajos sueldos, peores condiciones laborales, poco diálogo social redundan en un mayor absentismo laboral y una mayor conflictividad social, con la consecuente pérdida de horas totales de trabajo.
  • En este ecosistema social, la estrategia empresarial de la dirección tiene la tentación constante de ampliar beneficios mediante la reducción de los costes laborales y no vía innovación e investigación. Los efectos a largo plazo son demoledores: empresas anticuadas, ineficientes y poco competitivas.  

En definitiva, la revolución neoliberal partió de la premisa de que la regulación implicaba impedimentos graves a la creación de riqueza, sin tener en cuenta que unas relaciones tensionadas y conflictivas pueden tener más graves consecuencias que aquellas en las que se promueve la paz y la justicia social, la participación, el diálogo y el bienestar laboral, factores todos que redundan en una mayor implicación del trabajador en la gestión, la innovación, el emprendimiento y, en definitiva, en la productividad.

¿Damos marcha atrás? Quiero decir, ¿hacia adelante?

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