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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Un día hablarán de los políticos que mataron Europa

Rosa María Artal

Los viejos demócratas suecos están desolados al ver el ascenso y pujanza de la ultraderecha. El SD, Demócratas de Suecia, ha logrado derribar al Gobierno socialdemócrata salido de las urnas hace solo dos meses. Stefan Löfven, antiguo soldador y sindicalista, se ha visto obligado a convocar nuevas elecciones. Pero en esos solo dos meses, las expectativas de voto del SD han subido del 12,9 al 17,7%.

Fundado en raíces neofascistas, con el tiempo ajustan sus posiciones a lo que ciudadanos poco formados quieren oír. El SD es nacionalista, racista, xenófobo, homófobo, apoya la monarquía, anti-Islam y, en una vuelta de tuerca de lo que fuera el nazismo, es proisraelí –lo que debería llamar a la reflexión–. Y eso es considerado “ultraderecha sosegada”. Pero sobre todo plantea su campaña con la disyuntiva: Elige entre inmigración y pensiones.

Suecia acogió la inmigración que expulsaban las dictaduras latinoamericanas desde los años 70. Ahora, ha cobijado a un gran número de refugiados sirios, afganos o somalíes, entre otros. Lo aprobó el Gobierno liberal conservador mientras, por ejemplo, el de España aceptaba un cupo testimonial. Con un alto nivel de vida y moderadas diferencias salariales, el temor al futuro prende sin embargo. Y es lo que está sucediendo en otros muchos lugares que consiguieron sociedades democráticas, mucho más igualitarias y responsables. Dinamarca y Noruega andan en la misma tesitura.

Los franceses parecen dispuestos a llevar al Elíseo, sin escrúpulo alguno, a Marine Le Pen. Por las mismas razones. Nuestros vecinos del norte ya no parecen recordar –además de la ideología– la sarta de corrupciones que jalonaron el anterior ascenso al poder de este partido. El ultraderechista Frente Nacional cosechó grandes éxitos en las últimas municipales y en las europeas, y algunas evidencias se ven ya. Marsella (que viró drásticamente de la izquierda a la derecha y ultraderecha) empezó a marcar a ciudadanos “sin techo” con un triángulo que mostrara su condición. Como hiciera con los judíos el nazismo. Como hizo con ellos la admirada reina católica Isabel (puede que fuera hasta la inventora). Tras señalar a centenar y medio de seres humanos pobres, las protestas de muchos marselleses lo han parado.

El ascenso del fascismo en sus distintas variedades en un hecho en Europa. Que no se resalta en exceso porque no molesta demasiado a los poderes que nos gobiernan. Resulta más incongruente aún que ciudadanos normales atribuyan la causa de sus males, de su precariedad, a otros ciudadanos tan atribulados como ellos, más que ellos de hecho. Al punto de dejar su país y lanzarse a la aventura incierta. Una vez más, las estafas del capitalismo –y la actual es de nota, de matrícula cum laude para ser precisos– tienen la habilidad de desviar la atención de los culpables.

En tiempos de crisis se exacerba el egoísmo, el tratar de salvarse uno mismo, el asegurar el plato de lentejas del día aunque para ello se vendan e hipotequen el futuro: el suyo y el de su descendencia. Estamos emprendiendo un camino temible a la destrucción, estamos en él de pleno. El fantasma del fascismo recorre Europa y no sin razón, porque los depredadores huelen a muerto.

Angela Merkel se fue la semana pasada a un evento comercial –por su aspecto, de esos que llaman de colaboración publico/privada– en Berlín y esta vez tocó soltar ante la concurrencia esta lapidaria frase: “Europa no es ahora mismo una tierra de futuro para los jóvenes”. Era para ver si vendía la “economía digital” como la panacea, cosa que contradicen numerosos especialistas que por el contrario piensan que –masificada– restará empleos. Pero sí es cierta la argumentación de la canciller alemana: “El 90% de los nuevos empleos en un mundo globalizado se crean fuera de Europa”. Tras el ágape de rigor se iría a su silla de mando a seguir decretando tijera y austericidio para la UE.

Angela Merkel rendirá cuentas a la historia, dudo que a sus víctimas, por la destrucción de Europa. Y lo mismo cuantos la secundaron. ¿Cómo se puede decir sin mover un músculo que nuestra tierra, donde hemos nacido y vivimos, “no es lugar de futuro para los jóvenes”? ¿Qué han hecho con ella? ¿Un mercado en el que sobran las personas? Porque tiene razón: venderla a los poderes financieros y al lucro de unos pocos a costa de la mayoría ha tenido ese exacto resultado. Tampoco es lugar para viejos, salvo para los acaudalados. No es ya lugar para nadie que no pertenezca al club para el que se gobierna.

¿Y qué han hecho los socialdemócratas? Si Hollande no hubiera defraudado de tan estrepitosa manera a sus votantes, ¿estaría Le Pen en ascenso? Si Manuel Valls no anduviera reinventando el socialismo para que quede derecha neoliberal sin paliativos, que es “lo moderno”, ¿habrían emprendido las autoridades de Marsella el marcado de seres humanos pobres? Lo peor es que, visto el éxito, casi todos los partidos se impregnan del mensaje que ahora enarbola la ultraderecha. En numerosos países de Europa. Y que ya no hay remilgos para expulsar emigrantes sin trabajo, como anuncian Berlín y Londres. También españoles, por supuesto.

¿Y aquí? Entre las feroces críticas a Podemos y su programa económico (o cualquier acción que emprenda, cualquiera), me llamó la atención la de José Ignacio Torreblanca, ideólogo de la órbita del PSOE. Fue categórico: el documento base de Vicenç Navarro y Juan Torres López para Podemos es “un programa basado en ideas que hace tiempo agotaron su ciclo vital”. La socialdemocracia “ha agotado su ciclo vital” y ahora somos “librecompradores” –como dice la megafonía en los supermercados Caprabo–…, siempre que la rapiña a la que nos someten deje algún euro en el bolsillo. A este mundo muchos no nos apuntamos.

Pero la estafa que llamaron crisis de 2008 se acompañó de los elementos necesarios para implantarse y no crear un excesivo rechazo. Motivaron al mismo tiempo una crisis cultural que afianzan sus colaboradores. 'No hay otro remedio, es el único camino'. 'Hay que aguantar, que ya escampará. O no, es lo que hay'. 'Son cosas de la globalización'. 'Cuidado con experimentos peligrosos'. ¿Más peligrosos que el fascismo cabalgando hacia el alma de Europa? Ya vimos en el pasado cómo desembocó. O igual no demasiado porque también distraen la memoria.

Solo una sociedad narcotizada que ha perdido su horizonte y sus principios admite recortes a la democracia como los que estamos padeciendo también en España. Balas de goma que terminan matando seres humanos indefensos en el agua, invasión de las comunicaciones personales sin mediar un juez, ley mordaza para acallar las protestas. Con la corrupción empapándonos. Y el silencio o las declaraciones de salón de buena parte de los opositores.

Con el tan sospechoso ataque a cuanto pretende realizar algún cambio de rumbo que no es sino la defensa de que esta crítica situación se mantenga. Porque lo que cuenta es el plato de lentejas para hoy. O las angulas y el caviar. Los viejos demócratas suecos atesoran la que fuera foto del año en Suecia en 1985: la de una mujer que se enfrentó, golpeando con su bolso a los manifestantes, contra el fascismo que al ver hueco intenta triunfar. ¿Lo logrará al fin?

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