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No falta agua, es que la hemos envenenado

El agua del grifo, un alimento de confianza

José Luis Gallego

Los seres vivos envejecemos porque vamos perdiendo la proporción de agua de nuestro organismo. Una proporción que en el caso del ser humano supera el 90 por ciento en el feto, desciende al 80 por ciento en el bebé, ronda el 70 por ciento en la edad adulta y apenas alcanza un 50 por ciento en un anciano. Dicho de otro modo: morimos porque nos secamos.

El agua es la vida. Es el elemento esencial para ser y estar. Podemos ser lo que digamos, pero si estamos aquí y ahora es porque somos agua. Por eso el primer indicador de calidad de vida es el acceso seguro, cómodo y constante al agua, algo tan común para nosotros que solemos relativizar su transcendencia porque nos parece impensable lo contrario.

Tan impensable que en nuestro mundo, que pese a ser el primero es el más pequeño de los mundos que hay en este planeta, no es necesario ponerle un adjetivo al agua cuando hablamos de la que bebemos. Nunca decimos “por favor, tráigame un vaso de agua potable”. Lo damos por hecho. Pero no deberíamos descuidar ese importante calificativo. Porque el agua que sale por nuestros grifos no es agua: es privilegio.

Cuando hablamos de agua es inevitable recurrir a esas cifras que, de tanto escucharlas, nos han inmunizado. Son cifras que bailan según las fuentes pero que coinciden en su dureza. Según la Cruz Roja cada diez segundos muere una persona en el mundo por falta de agua potable. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es una cada veinte segundos. La mayor parte de esas muertes se producen en África, el Sudeste Asiático y las regiones más degradadas de Sudamérica.

Lo más terrible es que todos esos habitantes del planeta siguen viviendo donde siempre lo han hecho. El ser humano siempre ha buscado la compañía del agua para establecer su territorio. Quienes mueren por falta de agua potable siguen viviendo junto a los mismos ríos, lagos y lagunas en cuyo entorno se instalaron sus antepasados. Beben de las mismas fuentes, bombean los mismos pozos, llenan los cubos en las mismas orillas. Lo que ocurre es que hoy en día esas aguas están contaminadas, por eso enferman y mueren. No falta agua, es que la hemos envenenado.

Somos la única especie de la tierra capaz de infectar el agua de la que bebe, lo que prueba nuevamente el alto grado de estupidez que hemos alcanzado los humanos. Discrepo de mi admirado Desmond Morris, uno de los mejores divulgadores ambientales y el más célebre de los etólogos: no somos el mono desnudo, somos el mono gilipollas.

Tal vez el lector esté pensando que a qué viene ahora este apunte, más propio de un Día Mundial del Agua. Pero es que el agua es un tema demasiado importante, demasiado trascendente para la vida como para hablar de ella tan solo un día al año, especialmente el agua potable. Por eso es un tema recurrente en este rincón de eldiario.es. Porque además es un aspecto fundamental del concepto de desarrollo.

Antes que otros índices como el PIB, la renta per cápita, el empleo o la venta de automóviles, deberíamos atender a la gestión de las aguas residuales para determinar el verdadero grado de desarrollo de un país. Háblame de tus ríos y te diré dónde vives y cuál es el verdadero grado de progreso que habéis alcanzado.  

Depuración, filtración, decantación, reducción, recuperación… todas esas palabras vinculadas al saneamiento de las aguas residuales no tienen traducción en muchos países del mundo. Por eso son pobres. En la mayoría de ellos, el 90% de las aguas residuales se vierten al entorno sin el más mínimo tratamiento, envenenando las aguas y matando a sus habitantes. El agua contaminada es una de las principales causas de mortandad en el mundo. Una persona cada diez segundos, o cada veinte. Hoy en día, en pleno siglo XXI. En Filipinas, en Etiopía, en Guatemala… Seres ¿humanos?

Si quieren profundizar en la importancia de este tema les recomiendo este excelente informe elaborado conjuntamente por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) y el Programa para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat): se titula Agua Enferma (Sick Water).

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