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El feminismo contra las políticas neoliberales

Una de las pancartas de la manifestación del 8 de marzo en Madrid. \ Mercedes Domenech

Rosa Cobo Bedia

El feminismo es un movimiento social interclasista, pues todas las mujeres, de todas las clases sociales, de diferentes culturas o razas y con distintas orientaciones o identidades sexuales pueden ser abusadas sexualmente, agredidas, explotadas en el hogar y en el mercado laboral y discriminadas en aquellos ámbitos en los que hay recursos y poder. Las estructuras simbólicas y materiales sobre las que está edificada la desigualdad afectan en mayor o menos medida a todas y cada una de las mujeres y ninguna de ellas puede sustraerse a algunos de los rostros de esa desigualdad.

En sus tres siglos de historia, el feminismo ha sabido identificar los nudos de la opresión y ha luchado políticamente para deshacerlos. En el siglo XVIII, el feminismo se articuló como una interpelación moral a los privilegios masculinos y en ese contexto las mujeres reclamaron la consideración de sujetos racionales como base para conseguir otros derechos que ya tenían los varones. En el siglo XIX, el feminismo exigirá el estatuto de sujeto político para las mujeres y se articulará políticamente en torno al derecho al voto. En el siglo XX, las feministas pondrán de manifiesto el dominio masculino en el marco doméstico y familiar y el feminismo subrayará el carácter político de aquello que había sido definido por el liberalismo y el socialismo como privado.

El feminismo del siglo XXI, en medio de intensos cambios sociales, se interroga acerca de las vindicaciones sobre las que articular la lucha bajo una poderosa reacción patriarcal y neoliberal. En efecto, como hemos podido ver en España recientemente con el derecho al aborto, ninguno de los derechos que hemos conquistado está plenamente consolidado. La reacción patriarcal pesa como una losa sobre las vidas de las mujeres debido a los intentos de restablecer los antiguos códigos patriarcales.

La idea que quiero desarrollar es que en este comienzo de siglo, el capitalismo neoliberal se ha convertido en el dispositivo de mayor opresión para las mujeres. Todos los datos ponen de manifiesto que las políticas de austeridad son devastadoras para ellas. La idea, asentada entre la izquierda, de que las políticas económicas neoliberales afectan negativamente a las clases trabajadoras y medias es cierta, pero es una idea insuficiente. Hay una parte en esta afirmación que no se suele contar y es que las políticas de austeridad empobrecen y subordinan más a las mujeres que a los varones.

La economía feminista subraya que uno de los efectos más rotundos de los programas de ajuste estructural es el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el hogar, resultado directo de los recortes de las políticas sociales por parte del estado. En efecto, aquellas funciones de las que el estado abdica, vuelven a recaer invariablemente en la familia y una vez más son asumidas por las mujeres. Si bien los trabajos reproductivos y de cuidados han sido asignados históricamente a las mujeres, las políticas de austeridad aumentan el trabajo en el hogar, pues algunas tareas que estaban ‘externalizadas’, ahora vuelven a la familia.

Por otra parte, la entrada de considerables contingentes de mujeres al mercado global de trabajo en unas condiciones de sobreexplotación difíciles de imaginar es un requisito necesario para la supervivencia del nuevo capitalismo neoliberal. La alta participación de mujeres en las maquilas o zonas francas vinculadas al vestido y al montaje electrónico pone de manifiesto que hay sectores económicos ocupados mayoritariamente por mujeres. Como también puede apreciarse que las maquilas más descualificadas son las más feminizadas.

Los nuevos sistemas de producción flexible requieren un nuevo perfil de trabajador. Deben ser personas flexibles, capaces de adaptarse a cambios rápidos, a los que se puede despedir fácilmente y que estén dispuestos a trabajar en horas irregulares. Este segmento del mercado laboral se está convirtiendo en mano de obra heterogénea, flexible, temporal y con salarios de pobreza. Estos grupos de trabajadores, que Manuel Castells denomina ‘genéricos’, son mayoritariamente mujeres. El perfil del trabajador sin derechos y sobreexplotado tiene rostro de mujer. Este hecho es el que ha hecho que el feminismo se haya comprometido y movilizado políticamente junto a la izquierda en la lucha contra el neoliberalismo.

Sin embargo, hay que precisar que el objetivo político feminista no debe ser la crítica a la austeridad en sí misma: debe ir más allá e identificar la política patriarcal del neoliberalismo. El feminismo del siglo XXI ha entendido que el capitalismo neoliberal, en estrecha alianza con los diversos patriarcados, está privando de derechos conquistados a las mujeres, está articulando nuevos espacios de subordinación, incrementando la explotación y feminizando la pobreza. El resultado es un creciente e instrumental aumento de la violencia contra las mujeres con el objetivo de que acepten su nuevo rol en las nuevas sociedades capitalistas y patriarcales. Cualquier estrategia feminista debe articularse en torno al trabajo y al empleo debido a su carácter fuertemente opresivo para las mujeres. Y, además, esta estrategia desembocará en la construcción de diferentes espacios de encuentro entre las feministas y las mujeres que no se encuentran dentro del movimiento feminista. Las políticas neoliberales y patriarcales deben convertirse en uno de los objetivos de la lucha feminista porque se han convertido en la causa fundamental de la feminización de la pobreza.

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