Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos.
Donald Ray Pollock: una trepanación
- Beca literaria. Subvención del silencio. Con el único fin de que dejen de escribir, el Estado español destina fondos públicos a encerrar a los escritores en palacios o residencias de lujo. El escritor le toma afición a comer bien y, mientras cumple con su beca, lo único que hace es buscarse otra (VÉASE: Beca Halma, Beca de la Residencia de Estudiantes, Beca de la Academia de España en Roma). De este modo, la espiral de patrocinios termina con su talento. Las becas se conceden a un proyecto narrativo o poético ilusorio cuya entrega efectiva nunca se exige. Los malos escritores piden muchas becas porque si hay algo que les sobra son proyectos. Las becas literarias son a la creación lo que las campañas de fomento de la lectura son al acto de leer: su ruina. (Diccionario español de literatura comtemporánea)
Los psicópatas tambien ganan becas. En la página de agradecimientos de la última novela de Donald Ray Pollock, el autor reconoce su deuda con el PEN, con el Ohio Arts Council y con la Universidad Estatal de Ohio, pues contribuyeron con becas a que escribiera
frases como esta: “Joder, eres tan asquerosamente fea que para que se me pusiera dura tendría que taparte la cabeza con una bolsa.” O esta: “Por lo menos el chico no le había visto tirarse a la hermana pequeña.”
Bienvenidos al mundo de Donald Ray Pollock: violaciones, torturas y homicidios infantiles; todo subvencionado.
Donald Ray Pollock llegó a España de la mano de la editorial Libros del Silencio. Su primer volumen de cuentos, Knockemstiff, nos gustó a muchos y salió en unas cuantas listas de mejores libros del año y hasta creo que se hizo una segunda edición. Era brutal. El diablo a todas horas también es brutal, pero un poco para nada.
En su primera novela, Pollock vuelve a “la hondonada” de Knockemstiff. Allí están todos como una puta cabra; rezan mucho. El fanatismo religioso pasa por crucificar animales y matar a la propia esposa para probar que puede uno resucitarla. Que luego no se pueda no quita para que sigan creyendo en Dios; con más fervor, si cabe.
El diablo a todas horas no puede dejar de leerse: una pausa demasiado larga en la lectura le quitaría al lector las ganas de reanudarla. Es como dar al play de A Serbian film: hay que ver tanta atrocidad toda seguida para estar en condiciones de salir el próximo sábado.
La novela nos recuerda a James Ellroy y a Bret Easton Ellis, y nos hace preguntarnos también sobre la autoría patológica: ¿en qué medida imaginar crímenes de sadismo intolerable lo convierte a uno en criminal o, cuando menos, en alguien al que no deberíamos dejar al cuidado de nuestros hijos -y mucho menos de nuestro perro-? Pollock se sienta a escribir y se le ocurre -¡por ejemplo!- que un personaje le extrae el útero a una mujer con la escobilla del water. No me jodas, Ray.
En los cuentos de Knockemstiff tanta salvajada parecía sostener una visión del mundo, incluso una enseñanza acerca de la condición humana. En El diablo a todas horas -que es exactamente igual pero como hecho en China- todo resulta simplemente recreativo. Lo pasas bien, pero a lo mejor habría que pasarlo mal: matamos gente cada cinco páginas, amigos.
La diferencia entre las becas estadounidenses y las becas españolas parece estar en que aquellas sí que hacen escribir a los autores. Cormac McCArthy o David Foster Wallace recibieron unas cuantas. Pollock no hubiera podido quitarnos el apetito si el Estado de Ohio no le hubiera dado de comer.
El autor también da las gracias al final del libro al doctor John Gabis; “por contestar a mis preguntas sobre la sangre.”