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Sobre este blog

El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

Carlos Cano: el rebelde que soñaba canciones

Carlos Cano | Fotografía de Máximo Moreno (cedida por el Centro de Estudios Andaluces)

Néstor Cenizo

Se podría escribir este texto con frases de Carlos Cano que explican esta tierra. “Andalucía necesita una pasada, no por la izquierda sino por la malafollá”malafollá, le dijo a Jesús Quintero en su última entrevista. Decía Diego de los Santos, que bien lo conoció, que aportaba lo que aquí se desprecia: el dolor. El granadino era dueño de un andalucismo propio, doliente, de calle y campo, andalusí y jornalero, refractario a consignas y despachos. Toda su obra rezuma amor por los hombres y mujeres de Andalucía: por los que fueron, por los que se fueron, por los que se quedaron.

Cuenta el periodista Juan José Téllez en el documental El Mapa de Carlos que a Carlos Cano le llamaban en Granada el que canta bajito, y que fue por Lluís Llach que venció a la timidez e hizo oír su voz. Tanto que diecisiete años después de su muerte, todavía se escucha.

“Antes de nada fue poeta”: 'Eso lo digo yo'

Campos de Andalucía/decidme dónde está Alberti,/decidme si por el día/galopa también la muerte/y uno solo, caminando,/tras la estrella que se pierde,/que se pierde…¡Ay!, ¡Ay!/.../Eso lo digo yo,/que te conozco bien andaluz,/la que no te parió, te parió,/eso lo digo yo.

“Antes de nada, Carlos fue poeta”, cuenta Juan de Loxa, que lo conoció primero en las tascas del barrio, de las noches que paseaban de la casa de la madre de uno (en calle Goya) a la del otro (en Pedro Antonio Alarcón). Juan explica que además de escribir poemas aquel muchacho cantaba canciones de otros: de Quilapayún, de Atahualpa Yupanqui. “Y al mismo tiempo que se plantea poner música a poemas suyos o de otros, empieza a escribir letras para ser cantadas”.

De Loxa dirigía y presentaba por entonces (y durante 27 años) un programa de radio, Poesía 70, y dirigía las páginas culturales de un periódico granadino, Patria, donde publicó los primeros poemas de Carlos. Fue la semilla del Manifiesto Canción del Sur. “Queríamos incorporar lo jondo, algún tipo de raíz musical o a través de la letra, reivindicativa de un sur que localizábamos en principio en Andalucía, pero que es igual a todos los sures: el territorio de los oprimidos”jondo, rememora hoy el poeta De Loxa, que espoleó y aglutinó todo aquello. “Un día íbamos a dar un recital de poesía y cogió la guitarra. Y dijo: ”Sí, hoy me voy a atrever“. Siempre se dijo que Carlos Cano cantó por primera vez en la Casa América de Granada.

Llegó entonces al grupo Antonio Mata, y juntos compusieron Eso lo digo yo. Una canción, como todas aquellas, hecha para los recitales y no para ser grabada. Sólo Carlos llegó a profesionalizarse con un carné de artista de “circo y variedades”. En 1970 compuso su primera canción, La Miseria, y en 1972 le llegó la gran puesta de largo, con Enrique Morente en París: en la Shakespeare and Co. por Alberti (por allí andaba Simone de Beavoir), y ante la Unesco por Lorca. En un artículo publicado en El País poco después de su muerte, Ignacio Martínez cuenta que el granaíno mala follá zanjó una discusión en aquel encuentro tal que así: “Nosotros parimos los poetas y los fusilamos, para que ustedes los franceses puedan escribir libros de ensayo”.

Conoció entonces a Lluís Llach, que se convertiría en íntimo. El paralelismo entre la Nova Cançó y el Manifiesto era evidente: aquellos eran los poetas que venían a cantarle a los andaluces y a la tierra, y a sacudir las telarañas de la dictadura. De aquellos tiempos, Juan de Loxa recuerda cómo los recitales debían pasar por la aprobación de Información y Turismo, y que una vez todo fueron tachones menos una canción: “La instrumental, la de la guitarrita”. Cuenta con orgullo que ha cedido todas sus grabaciones al Centro de Documentación Musical de Andalucía, y que le ha dicho a Amaranta (una de las hijas del cantautor): “Si alguna vez quieres yo te las canto, porque eran de tu padre”.

Los gachós trajeaos: 'El Salustiano / Murga de los currelantes'

gachós trajeaosYo no creo que el sombrero les toque en la tómbola / a esos gachós trajeados que viven de na. / Que lo roban, lo roban, / con cuatro palabritas finas lo roban.

S’acabe el paro y haiga trabajo, escuela gratis, medicina y hospital / pan y alegría nunca nos falten, que vuelvan pronto los emigrantes, haiga cultura y prosperiá.

En un recital recogido en Hijos de Andalucía, de Canal Sur, Carlos Cano cuenta una anécdota. Explica que una vez, “en el anterior régimen”, llegó un ministro a Sevilla y ante las peticiones de trabajo “este señor que ahora es demócrata respondió muy en serio que lo que los andaluces teníamos que explotar es la gracia, el salero, las playas, los toros y el flamenco. Esta es la carta de amor a la libertad de un hombre que se tiene que ir a trabajar fuera de su tierra por la gracia que tenemos”.

Ese señor es El Salustiano o cualquiera de los dos millones de andaluces que dejaron la tierra por un trabajo durante los años de la dictadura. Carlos Cano hizo farolillos para féretros en Suiza, fue marinero en el puerto de Rotterdam y trabajó en la imprenta de Der Spiegel. A su vuelta conectó con el Sindicato de Obreros del Campo, con el movimiento agrario y con el cura Diamantino García Acosta, a quien dedicó una canción. Cantaba a los obreros y a los campesinos, a los trabajadores andaluces.

Amo mi tierra: 'Verde, blanca y verde (La Verdiblanca)'

Amo mi tierra / lucho por ella / mi esperanza / es su bandera.

Durante 40 años la dictadura ocultó en sus sombras a Blas Infante y la verdiblanca. Carlos Cano descubre la bandera andaluza en una manifestación en Barcelona. Envuelto en la efervescencia política del momento, graba el himno oficial, con letra de Blas Infante, y compone el himno oficioso: Verde, blanca y verde, incluido en su primer disco (A duras penas, 1976). Los derechos los vendió por un dinar a la Fundación Alhambra (creada por Alejandro Rojas Marcos). Originalmente fue un poema, Las amapolas, que comenzaba con De abajo vengo… (y no De Ronda vengo) y que cantaba a una bandera roja, verde, blanca y verde.

Lo dijo el propio Rojas Marcos: “El andalucismo de Carlos Cano lo tiene Carlos Cano”. Quiere decirse con esto que era el suyo un andalucismo singular, de imposible apropiación para los políticos. ‎“Quiero remarcar que mi andalucismo no es geográfico, es de sentimiento. El Sur para mi es una forma de sentir, es lo olvidado”, dejó dicho. Era, sobre todo, un andalucismo de andaluces y andaluzas. “Yo sueño con una Andalucía llena de hombres libres, más que con una Andalucía libre” es una frase extraordinaria en un contexto propicio a la exaltación nacionalista.

“La Verdiblanca era, en el fondo, una canción de esperanza, simple, que son las que valen la pena”, explicaba él. Cuando detectó que se apropiaban de ella con oscuros intereses dejó de cantarla. La bandera verdiblanca no era ya solo la bandera de los jornaleros ni de quienes reivindicaban otra Andalucía posible, sino la bandera oficial. Según recordó una vez Diego de los Santos, dijo algo así: “Una vez que está en los despachos no me interesa”.

Pieles rojas en Jolivú: 'Las murgas de Emilio el Moro'

JolivúMe han dicho que has puesto en Madrid /un despacho de mucho postín / ¡Colócanos! / ¡Colócanos! ¡Ay por tu madre colócanos! / ¡Ay! Felipe de la Otan cataflota verigües / ... llegará a ser un gran torero como Velázquez y Gregory Peck.

Carlos Cano solía decir que un cantautor es un periodista con guitarra. Esa vocación de relator le llevó a denunciar, con nombre aunque sin apellido, a Felipe González. Con guasa que es como más duele. Dicen que Las Murgas de Emilio el Moro le valieron el rechazo de decenas de instituciones y municipios, que Alfonso Guerra lo llamó a despacho y que alguien le dijo: “Yo no tengo nada que ver con lo tuyo”, según cuenta Tono Cano en un artículo en Secretolivo. ¿Y qué era lo suyo? ¿Apuntar con el dedo que donde fue “OTAN, de entrada no”, finalmente fuese “OTAN, sí”? ¿Cerrar filas con los astilleros de Cádiz antes que con la subvención y las fiestas municipales?

“Si no pagas un precio por ser auténtico es que no lo eres”, le explicó años después a Jesús Quintero, a quien también le dijo que aprendió muy pronto a decir “no”. Se le nombró Hijo Predilecto cuando había fallecido.

Un amor en La Habana y otro en Andalucía: 'Habaneras de Cádiz'

La Habana es Cádiz con más negritos, / Cádiz, La Habana con más salero.

Granada, La Habana y Cádiz. Las tres ciudades que amó Carlos Cano y a las que también cantó. Decían quienes le conocieron que con Granada tuvo una relación de amor y odio. “Granada sólo tiene salida por las estrellas”, sostuvo él cuando alguien le cuestionó cómo podía componer una habanera a una ciudad sin puerto ni río navegable. Aquella Habanera Imposible contiene este otro verso: “Granada es como una rosa, más bonita que ninguna, que se duerme con el sol y florece con la luna”.

“Yo tengo un amor en La Habana y el otro en Andalucía”, cantaba él, y se refería a Cádiz. Compartió ese amor con Antonio Burgos, con quien compuso un himno inmortal a la ciudad: Habanera de Cádiz. Impactado por los carnavales, de los que fue pregonero en 1988, cuenta Juan José Téllez que Carlos Cano fue bautizado gaditano por Fernando Quiñones y Felipe Campuzano.

La copla no es franquista: 'María la Portuguesa'

¡Ay, María la Portuguesa! / Desde Ayamonte hasta Faro / Se oye este fado por las tabernas.

En una página de homenaje a Carlos Cano hay un comentario: “Ni cantaba, ni bailaba, ni falta que le hacía. Si hubiese participado en Se llama copla habría sido eliminado en el primer programa. Pero tenía algo especial y lo elegimos grande para siempre”.

Cuando tenía ya asiento reservado en el vagón de los cantautores, Carlos Cano llenó de dignidad un género que el franquismo había llenado de caspa. En un reportaje para televisión, Martirio comenta que la copla se puede hacer también como Carlos Cano, “vestido de negro, austero, con un sentido dramático y de teatro casi alemán”. Con esta copla bañada de fado el granadino rindió homenaje a su admirada Amalia Rodrigues.

María la Portuguesa le convirtió en cantante universal, pero a muchos les costó entender el giro. Juan de Loxa confiesa entre risas que a él, que le descubrió discos que iban de Billie Holliday a La Niña de los Peines, de Manolo Caracol a Janis Joplin, aquello le desconcertó: “Coño, Carlos, yo te he puesto coplas, pero ¡ya está bien! Tanta copla te la podías haber ahorrado”, le decía. “Él, que se había cachondeado con aquello de que la embajada cultural enviaba a Manolo Escobar…”.

“Enseño los dientes y muerdo los cuchillos de la utopía”: 'Defender Andalucía'

“Por eso hoy, mientras espero vigilante en el horizonte a que lleguen los bárbaros que acaben pronto con este tiempo narcotizado, enseño los dientes y muerdo los cuchillos de la utopía. Y pongo alas a mi corazón por el cielo radical y luminoso del futuro. Para luchar contra el pasado y sus símbolos. Contra su expresión y su cultura con la fuerza telúrica de la noche y el extraño poder del amor que hace girar el mundo.”

En 1995 Carlos Cano murió y volvió a nacer, y dijo entonces aquello de “Yo nací en Nueva York, provincia de Graná”. “Fue un reencuentro con su persona. Creo que a partir de allí quiso hacer algo nuevo con incluso más vitalidad”, recuerda en El Mapa de Carlos el cardiólogo Valentín Fuster, que lo operó a vida o muerte en el Mount Sinaí. Cuando le preguntó qué debía hacer a partir de entonces, Fuster le dijo: “Mira, si no puedes ser feliz, por lo menos procura serlo”. “Yo me moriré vivo”, había dicho él.

La muerte le encontró de nuevo a las puertas de la Navidad del año 2000. ¿Qué quedó? Los Salustianos son Javier Cachorro y Marcos Peñalosa, y llevan una pila de años homenajeando al cantautor. “Yo he cantado Carlos Cano toda la vida, desde que tenía tres años”, matiza Cachorro. Para él, es “lucha, compromiso, educación, elegancia y mucho doble sentido e ironía”; para Peñalosa, la “vertebración” de Andalucía “popular, que no populista”. Ambos responden minutos antes de un concierto en la playa de la Cortadura, en Cádiz, donde les aplauden hasta en las pruebas de sonido. Cádiz, El Saucejo, Trebujena, Marinaleda son plazas seguras.

Pero no es todo así. Peñalosa cree que sigue siendo “una figura incómoda para la oficialidad andalucista”. “Se quiere vender una marca folclórica, de pastiche y plástico, en la que Carlos Cano no tiene cabida. Es identidad andaluza 101% y eso no interesa, porque vertebra la conciencia de un pueblo”, añade. Cachorro cita a otro gaditano ilustre, Juan Carlos Aragón: “Es el servilismo mamón de las marmotas de Andalucía”.

A Carlos nunca dejó de dolerle Andalucía. En su última entrevista le dijo a Quintero: “Hemos vuelto a los tópicos de siempre: la charanga, la pandereta, la falsa alegría, no me gusta. Hay una Andalucía inteligente, profunda, que me gusta mucho. Probablemente la que menos baila, la que más piensa, la que más siente, me gusta”. Con Carlos Cano se perdió un crítico implacable e insobornable, ajeno a cualquier trinchera que no fuera la de los andaluces y andaluzas. “Yo siempre combato a favor de la vida. No soy un revolucionario, soy un rebelde. No lucho por convicciones, sino por sentimientos ”, se definió una vez.

El 4 de diciembre de 1993, Carlos Cano lanzó su manifiesto Defender Andalucía, que concluye así: “Por eso yo levanto la bandera de mi pueblo. Por eso yo pronuncio el nombre hermoso de mi tierra. Y espero y deseo que las nuevas generaciones, con el poder que da la vida, recuperen los ritmos, la emoción, el arte y el firmamento. Y los arrojen contra este mundo que se derrumba y desaparece en propio fracaso y en la memoria de los tiempos para siempre.

El pasado ya no existe. Hablemos sólo de su cadáver.

¡VIVA ANDALUCÍA LIBRE!“.

Sobre este blog

El 4 de diciembre fue tan contundente como sorpresa causó en quienes creían que Andalucía no le ponía color ni bandera a su identidad y a su deseo de libertad y democracia; un grito a su identidad y a su deseo de libertad y democracia. Aquel 4 D de 1977 cientos de miles de hombres y mujeres sacaron de sus casas todo aquello que fuera blanco y verde, banderas, aunque aún no habían florecido como a partir de aquel día, y telas y hasta trozos de colchón rayados como alguna foto inolvidable nos recuerda.

Pero fue un clamor tan alto y claro como orgulloso: Andalucía había recuperado una autoestima que la historia reciente había intentado anular con políticas de desprecio, ignorancia, ninguneo y silencio.

Los perfiles que aquí aparecen son algunos de aquellos nombres que tejieron con su obra, su voz, su actitud esa recuperación del orgullo de una tierra que siendo culta había pasado por ignorante, siendo rica había sufrido la pobreza, siendo valiente había quedado amordazada por el miedo.

No son todos pero son algunos de los imprescindibles a los que debemos agradecimiento y que los sentimos como nuestros, nuestros mejores, aquellos que además de una lección popular de inteligencia y serenidad, acompañaron a Andalucía en su camino a recordar lo mejor de sí misma y a prometerse que nunca nadie jamás volvería a humillarla.

Porque nos sobraban, nos sobran, los motivos para sentir orgullo.

Mercedes de Pablos (Directora de la Fundación Centro de Estudios Andaluces, colaborador intelectual de este site)

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