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Isabel Viruet, “la niña ciega del pueblo” que supo encontrar la suerte

Fotos: Fernando Ruso / ONCE

Javier Ramajo

Escuchar a Isabel Viruet, presidenta del Consejo Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, es una absoluta lección de superación y optimismo vital. El tópico no deja de ser incierto atendiendo a su trayectoria de vida y de trabajo, de “autoexigencia y responsabilidad” como ella misma reconoce. De ser “la niña ciega del pueblo” a liderar el máximo órgano de representación de los más de 15.000 afiliados que tiene la ONCE en la comunidad autonóma. “Muchas veces” le dicen que ha tenido mucha suerte...

“Me dicen que he tenido mucha suerte, pero la suerte no se tiene, sino que se busca. La suerte viene si sales a la calle y corres riesgos, tanto si eres una persona con discapacidad como si no la tienes. Lo que cada uno tiene en la vida es lo que pelea. Cuesta el mismo trabajo sonreir que llorar. Pues vamos a intentar sonreir. La felicidad te la construyes tú. Nunca hay que dejar de luchar y creer en uno mismo. Todo el mundo puede ser feliz pero hay que saber qué se necesita. Las personas pesimistas lo serán siempre, siendo ciegos o no”.

No habría más preguntas a no ser porque en esta sección de eldiario.es Andalucía queremos conocer las historias de mujeres que han roto techos. Personas como Isabel Viruet, a punto de cumplir 47 años, afiliada a la ONCE desde los tres, que cursó estudios de Psicología y Psicopedagogía por la Universidad de Málaga y por la UNED, que vendió cupones un polígono industrial para ir pagándose la hipoteca, que antes dio clases particulares a niños de su pueblo (Carratraca, en la Sierra de las Nieves), que, consciente de que todo se le volvería negro, jugaba con las acuarelas de su hermano. Aquellas mezclas de colores le han servido de mucho, dice.

“Me aburría una barbaridad en mi pueblo pero era muy inquieta y me grababa en la retina lo que podía percibir. Me buscaba la forma de conseguir la información. Siempre fui muy consciente de que algún día no vería nada. Aunque mis padres lo intentaron, yo sabía que ese día llegaría”, relata. Se aburría pero no paraba de inventar. “Tenía mucha creatividad entonces, ahora ya no tanta”. Lo hizo sola, y lo remarca, porque su hermano mayor le saca 16 meses y su pandilla era “toda de niños”.

También ahí tuvo que romper barrera y también aquella minoría tuvo que ver en la gestación de su personalidad, confiesa. Defensora del ámbito rural, desde sus inicios en la ONCE volcó su actividad en el área de igualdad de oportunidades e igualdad de género. Tiene una dilatada experiencia formativa en la materia, en erradicación de la violencia e implicación de la mujer en la sociedad. Y su “gran preocupación” y “por lo que más lucho y trabajo”: la violencia sobre mujeres discapacitadas. Abusos sexuales, esterilizaciones forzadas, etc., “La sociedad no puede entender, cosa lógica y normal, que una mujer discapacitada pueda ser maltratada, pero ocurre y mucho”.

Crianza en familia

“O lo asumimos o lo asumimos”, le dijo a sus padres con unos diez años cuando apenas avanzaba su enfermedad visual. La infancia de Isabel María (“por mis dos abuelas”) Viruet tuvo lugar en Carratraca hasta que se fue a la universidad. De familia humilde, vivió hasta los cuatro años en un cortijo. Ya luego en el pequeño pueblo malacitano, hasta los doce no estuvo escolarizada, casi cuando empezó a perder visión más progresivamente, hasta que a los 28 dejó de ver defintivamente a causa de su glaucoma congénito.

La Ley de Integración Social de los Minusválidos (LISMI), que en 1983 permitió a los niños y niñas españoles el acceso a colegios ordinarios, le llevó a la escuela. Hasta entonces, en su casa se había optado por una “crianza en familia” y no en un colegio especial, interna, lejos del pueblo y con pocas posibilidades de que sus padres pudieran ir a verla a cientos de kilómetros de casa.

“Aquellos primeros años creo que forjaron una parte importante de mi personalidad, no en el sentido de que me mis padres me sobreprotegieron en casa, sino todo lo contrario. Crecí entre iguales, muy libre, con los animales de mi padre a mi alrededor. Fue una decisión acertada”. En Carratraca siguió creciendo y en el colegio ya hizo amigas. Allí estudió EGB. Eran pocos en clase, apenas una docena, recuerda.

“Todo era muy nuevo entonces. Recién aprobada la LISMI, los profesores tenían voluntad pero había poca experiencia. Una persona de la ONCE venía a verme cada quince días y eso para mí fue muy importante. Me enseñaba lo que yo podía aprender, a leer y a escribir en braille. En las clases con los demás yo era básicamente una oyente. No podía seguir el ritmo aunque quisiera. Mi nivel era cero y solo podía oír. Estaba a un margen. No es como ahora que todos los alumnos están integrados. Era un poco como ¿qué hacemos con esta niña?”.

Aquella niña con la que no sabían qué hacer y que ahora representa a más de 15.000 afiliados de la ONCE siguió estudiando BUP y COU en la cercana localidad de Álora, “ya todo más normalizado”. “El profesor te explicaba lo que había en la pizarra, los compañeros te pasaban los apuntes en cintas de casete, la ONCE también traducía textos”. Luego, en la Universidad, “igual, solo que con muchos exámenes orales. Todo era un poco experimental”.

En 1993 hizo Selectividad. “Tenía una nota bastante aceptable pero quizá no era suficiente para entrar en Psicología, que era lo que quería a toda costa. No quería entrar como discapacitada. Me había esforzado mucho y no quería entrar como un favor. De eso estoy muy orgullosa y lo llevo muy a gala. Quise entrar por nota, como los demás”, presume sin quererlo. Estudió Psicología dos años para luego pasar a Psicopedagogía en la UNED, que compatibilizó desde 1995 con un trabajo como vendedora de productos ONCE, aunque “entonces solo se vendía el cupón diario”. La carrera no la ha terminado, confiesa, admitendo entre bromas que “tengo ahí dos asignaturas para no olvidarme de que tengo que aprobarlas... pero lo haré”.

Aquella “niña ciego del pueblo” estudiaba, trabajaba y se casaba. “No quería volver al pueblo. Solo por vacaciones. Necesitaba crecer. La gente en el pueblo no podía entender que quisiera hacer lo que hacían todos. Yo quería libertad, ir solo por la calle, lo que quiere toda la juventud, por rebeldía o por inconformismo, por lo que sea. Siempre he querido ser autónoma”. Así que compartió piso en Málaga con cuatro chicas más. Hasta que llegó “la oportunidad” en la ONCE.

En 2010 aceptó un puesto en el consejo territorial de la organización. Había pasado de vender cupones en un polígono industrial al órgano de representación de la casa. Su sensación, pese a ello, era “agridulce”. “Que confiaran en mí fue muy satisfactorio pero me dio mucho vértigo la responsabilidad y tenía mucho miedo fallar”, indica. Allí estuvo cuatro años, “una experiencia inolvidable” pero con “malos momentos porque era mucha la presión que yo mismo me exigía al no querer fallar”. “La secretaria que tenía en aquel momento se creía que la iban a despedir porque no le mandaba nada que hacer. Yo no sabía gestionar una agenda”, cuenta como anécdota.

“Iba a Madrid una vez a la semana”, recuerda en el momento en que hace mención a que no tiene hijos “por decisión propia”. “Eso de que las mujeres podemos con todo no es cierto. No somos superwomen. Yo no quería hacer dos cosas mal hechas. No sería justo tener un hijo y no poder disfrutarlo. No podía y no quería perdérmelo. Es puro egoísmo. No estaba dispuesta a perderme la vida de mi bebé. Disfruto mucho de mis sobrinos. Otro de los factores es que mi enfermedad visual es genética y también eso da cierto miedo. Admiro a las mujeres que son capaces. Antes de pasarlo mal, prefiero que no. Es una balanza que está hablada con mi marido. No es cuestión de valentía. Tener hijos era algo para toda la vida”.

“Entrar al trapo”

A su juicio, “hay tres factores que siempre te frenan: mujer, zona rural y discapacidad”. Y, si los unes, como en su caso, “la situación se va empeorando”. Aunque no le gusta mucho abordar cuestiones “pasadas” porque le suenan a “queja”, reconoce haberse visto “frenada” por las tres cuestiones, con efectos “multiplicados”. “Pero la verdad es que sigue pasando y el techo de cristal existe”, lamenta, si bien destaca que ella ha sentido “todas las facilidades del mundo” por parte de la ONCE.

“Aunque lo tengamos claro, la sociedad nos educa para sentirte mal si no llevas a tu niño a dormir cada noche, cuando es una cuestión compartida, y un hombre no, porque la educación que ha recibido es diferente, porque ha sido educado para traer el dinero a casa. Se ve muy claro en Cuéntame”, dice. “Cuando además eres discapacitada y te dicen 'dónde vas a ir con lo vulnerable que eres', y más en una zona rural, donde no hay oportunidades para la mujer, pues imagínate”.

“Te obligan a pensar desde que eres joven, en mi caso que tengo dos hermanos varones, que me van a tener que cuidar mis cuñadas, algo como una desgracia. Mis padres tuvieron mala suerte -ironiza- y la mayor le salió un poco rebelde y no va a permitir que la cuide ni una cuñada ni un hermano ni nadie”.

Desde el punto de vista laboral, “hay una sensación que sufrimos las mujeres que queremos estar en zonas altas del mundo laboral y es que te dicen: '¿tú no quieres trabajar? Pues toma, demuéstramelo'. Y te entregan aquello que ellos no ven cómo van a abordar o sacar adelante. Eso me preocupa, porque las mujeres entramos al trapo con una facilidad espectacular, porque tenemos tantas ganas de que se confíe en nosotras y que se nos den responsabilidades que, cuando nos ofrecen una, no valoramos qué trae consigo todo eso. Y aún así, sacamos adelante en muchas de las ocasiones las cuestiones como retos. Porque la sociedad te programa para todo lo que haga falta”.

El despacho de Ventura

Viruet recuerda cuando en 2014, la llamaron para ser vicepresidenta del consejo en Andalucía, “un pedazo de lujo, con Ventura como presidente, toda una institución en esta casa”. Seis meses después de constituirse el nuevo consejo, Ventura Pazos falleció de cáncer. Corría julio de 2015 e Isabel Viruet asumió su puesto. “Moralmente, no era capaz de asumirlo. No era capaz de entrar en su despacho. Pero decidí enfrentarme a ello. Cambié la posición de los muebles y el color de las paredes para no asociar este lugar a su persona”.

Viruet, quizá por ello, no tiene una sola fotografía ni objetos personales en su lugar habitual de trabajo en Sevilla cuando no está en Málaga. “No quiero ocupar su sitio. Este es el despacho de Ventura”. El año que viene habrá elecciones en la ONCE y la actual presidenta estará “donde me diga Miguel Carballeda que deba estar. Lo asumiré con ilusión para seguir aprendiendo y aportando. La ONCE me lo ha dado todo”.

Nuestra mujer rompe-techos protagonista concluye su atención a este medio hilando una reciente experiencia con su filosofía de vida. “Hace poco hemos estado en un crucero, con 2.600 personas, donde hemos celebrado el 80 aniversario de la ONCE, que se cumple este año. La tripulación nos decía que les habíamos dado una lección. ¿Por qué? Yo tengo las mismas ganas de bailar que pudiera tener cualquiera de sus miembros. Lo único, para mí y para muchos otros de los que nos embarcamos, es que no podía ver el mar. Pero lo podía escuchar. Quizás quien pueda disfrutarlo no sabe cómo. La vida es como te la tomes”. No hay más preguntas.

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