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Jorge Klainman: “Cuando uno entra en un campo de concentración deja de ser niño al día siguiente”

Jorge Klainman, superviviente del Holocausto.

Juan Miguel Baquero

Con 13 años, Jorge Klainman era solo un número: 85.143. No era nadie. Y su vida exprimía las últimas gotas, abocada a la desaparición. Pero sobrevivió a los campos nazis de exterminio, al guión de muerte del Holocausto, “al infierno en la tierra” que un joven judío polaco sortearía con una sucesión de “milagros”. La suerte de sus padres y hermanos fue diferente.

Preso en Auschwitz-Birkenau y Mauthausen, tras el fin de la II Guerra Mundial emigró a Argentina. Allí estuvo 50 años “en silencio”, sin que nadie conociera su historia. Algo, “mentalmente”, impedía soltar el relato de la ignominia. Hasta que entendió, dice, “que el que sabe y calla está colaborando”. Por eso entrega por el mundo, desde hace dos décadas, el testimonio vivo del mayor crimen cometido por el ser humano: la 'solución final'. En esta ocasión, en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

¿Dónde estuvo internado y durante cuánto tiempo?

Tres años y medio. En el gueto de Cracovia y cinco campos de concentración y exterminio. En Plaszów, que es el campo donde Steven Spielberg rodó su película La lista de Schindler, en Mauthausen, Melk, Auschwitz… en unos cuantos hoteles de cinco estrellas.

¿Cómo llegó?

A los 13 años entré. A mi familia, acomodada y que vivía al sur de Polonia, la exterminaron el mismo día que me metieron en el campo de concentración. Y tuve mucha suerte, porque los nazis no tomaban a chicos menores de 18 para los campos, iban directamente al exterminio. Una larga fila de milagros me salvaron la vida muchísimas veces, en momentos en que ya no quedaba ninguna esperanza.

¿Por qué oculta su historia y por qué decide contarla?

En Argentina estuve 50 años en silencio. Ni mi familia más allegada sabía mi pasado. Mentalmente estaba impedido. Hasta que entendí que el que sabe y calla está colaborando.

Qué recuerda. Era un infierno y usted un niño.

Cuando uno entra en un campo de concentración deja de ser niño al día siguiente. Se convierte en víctima y madura de una forma rapidísima. No se vive, uno se muere lentamente. Yo estuve luchando todos estos años para sobrevivir, para no morir de hambre y para tratar de engañarlos de que yo era menor de edad. Si se enteraban era el fin.

¿Cómo hacía para engañar a los nazis?

Todos estábamos tan consumidos y tan esqueléticos que era difícil definir qué edad tenía cada uno.

Le obligaron a hacer trabajos forzados.

Traté de zafarme un poco del trabajo brutal. Si no, hubiese muerto. Mi trabajo era limpiar botas. Trabajaba como una máquina para limpiar 60 pares al día. Estaban llenas de barro y sangre. En Mauthausen tenía que subir los 186 peldaños de la escalera que separaba la cantera de los barracones. Pensaba, ¿cómo la voy a cargar, si la piedra pesa 40 kilos y yo 26?

Y sorteó la muerte.

Gracias a los milagros que me acompañaron. En Auschwitz había ocho salas con 12 hornos cada una. Quemaban a unas 8.000 personas por día. Entraban trenes con 70 u 80 vagones repletos. Dividían a la gente. A la derecha, mujeres embarazadas, enfermos, mayores, niños… A la izquierda quien era apto para el trabajo. La proporción era 70 a 30. El 70% estaba destinado al exterminio.

¿En qué grupo quedó su familia?

Solo mi padre en la izquierda. Nos vio a mí y a mi hermano y nos hizo señas para que pasáramos a su grupo, pero no era posible. Estábamos vigilados. Entonces un hombre iba con una criatura de unos meses en brazos y un nazi le gritó: “Tírala al suelo”. Y el padre no contestó. Gritó otra vez: “Tírala al suelo”. Y no contestaba. El nazi sacó un arma y le disparó a la criatura en la cabeza. El padre enloqueció, sacó un cuchillo de la bota y se abalanzó sobre el nazi. No llegó lejos. Lo cosieron a balazos. Nosotros aprovechamos ese incidente para escabullirnos junto a nuestro padre. Poco después hicieron otra selección. Mi padre acabó en la cámara de gas. Y me separaron de mi hermano. No volví a verlo.

¿Cuánto vale una vida?

¿La vida, allí? Nada, no tiene precio.

¿Por qué ocurrió el Holocausto?

Es fácil la explicación. Cuando Hitler, este súper asesino, llegó al poder, su sueño era convertir Alemania en una raza superior que iba a dominar el mundo durante 1.000 años. Para eso necesitaba recursos enormes, increíbles. Entonces eligió el pueblo judío para eliminarle y robarle todo lo que tenía. Imaginas que a millones de personas les sacas todo lo que tienen… acumulas una fortuna increíble. ¿Y por qué eligieron a los judíos? Porque eran parias, no tenían un país que los defendiera.

¿Y qué hizo el mundo mientras tanto?

La sanguinaria bestia nazi eliminó de manera industrial a millones de personas. El mundo sabía lo que pasaba. Yo acuso a todos los dirigentes de los países neutrales de entonces, que sabiendo lo que pasaba, miraron para otro lado. El judío estaba abandonado, igual que el gitano, el homosexual, el testigo de Jehová… todos teníamos el mismo destino.

¿Guarda rencor, odio?

No, no… El odio destruye la persona. Traté, y lo logré, de reconstruir mi vida. Formé una hermosa familia de cuatro hijos, tres nietos y ahora tenemos también una biznieta.

¿Cómo recuerda el día de la liberación?

Tenía 17 años, pesaba 26 kilos. No me podía parar (quedar en pie) y me internaron un mes en un hospital militar para recuperar fuerza. Estaba en una sucursal de Mauthausen llamada Ebensee. Cuando entraron los tanques, el 5 de mayo del 45, nos trajeron chocolate y cigarrillos… los soldados lloraban al ver las montañas de cadáveres apilados. Luego viajé a Italia. Tenía la loca esperanza de encontrar a alguien vivo de mi familia. Durante dos años busqué desesperadamente en todos los campos de refugiados, y en Austria, Alemania… no encontré a nadie. Decidí emigrar donde quedaba la única pariente viva en el mundo entero, una tía de mi madre que vivía en Buenos Aires desde el año 1923. El 27 de octubre del 47 llegué a ‘la’ Argentina.

¿Hasta en las peores condiciones imaginables sobrevive la dignidad humana?

En los campos había muchísima colaboración y lealtad entre los presos. Uno ayudaba al otro dentro de lo posible. Me ayudaron a mí.

Los españoles internados en Mauthausen hicieron un juramento, no olvidar y contarlo. ¿Es una clave para sobrevivir?

Hace 20 años que me dedico a recorrer el mundo y contar la verdad. En Mauthausen estuve con muchos españoles republicanos. Gente muy buena, alegre… lástima que quedaron muy pocos.

En Europa resurge el fascismo. ¿Qué le parece?

El nazismo y el fascismo es el mal menor. El terrorismo islámico es el mal que lamentablemente va a conducir a una guerra entre occidente y oriente y no se sabe cómo va a terminar eso. El mundo está asistiendo a algo terrible, un choque entre la civilización occidental y la oriental.

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