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Antonio Canales construye un nuevo puente entre Sevilla y Triana

Antonio Canales.

Amalia Bulnes

Antes de que se midiera por bulerías con la grandísima bailaora Carmen Ledesma, pensé que la crónica de 'Trianero', el nuevo espectáculo de Antonio Canales en la Bienal de Flamenco, iba a ser otra. El bailaor del otrora barrio de los gitanos de Sevilla, con una trayectoria tan ancha como importante, ha superado ya el medio siglo de vida y aunque su impronta en el escenario sigue siendo incuestionable, sus facultades no han resistido tan bien el paso del tiempo y empezó tirando de oficio. La propuesta, una reivindicación de su condición de trianero, fue de menos a más y lo que a principio parecía haber nacido torcido, con un Canales dándose a cuentagotas -no sabíamos que se estaba reservando para grandes momentos-, se enderezó enseguida.

Comenzó abusando de los tópicos más manoseados, la estampa de una Triana cuajada de arte pero esclava de un puñado de señoritos, contexto en el que los bailes se sucedieron de a poco y fríos. Sin embargo, todo cambió cuando Canales se transmutó en Antonio Gómez de los Reyes, ese niño del Corral de Saramaya en la calle Castilla que quería ser bailaor… Y de repente, surgió una corriente de electricidad entre el escenario y el patio de butacas, construyó Canales un nuevo puente entre la Sevilla del 29 que representa el Teatro Lope de Vega y la Triana de su herencia gitana; un puente que cruzamos todos los que estuvimos en la sala, conducidos por la verdad, por la expresión más auténtica de un barrio y de una raza.

La alquimia para encontrar la piedra filosofal del cante y el baile de Triana la pusieron dos nombres protagonistas de la noche: la primera de ella fue Carmen Ledesma, bailaora indomable, icono de improvisación y libertad, que le brindó a Canales unas bulerías trianeras que sirvieron de verdadera introducción del espectador en el espectáculo: una Carmen canastera, caderosa, salvaje, junto a un Canales sobrado de entusiasmo, dando lo mejor de su estilo inconfundible.

… Y apareció Pastora de los Reyes

Y la segunda gran dama de la noche fue una gitana de casi ochenta años de edad, Pastora de los Reyes, madre de Antonio Canales, una gitana del arrabal sevillano que simboliza de manera ejemplar lo que ha representado, hasta hace muy poco, la mujer en el flamenco: la oscuridad, la voz silenciada por la cultura masculina dominante, las animadoras de fiestas familiares a las que le estaban vetados los escenarios… Ya les digo, 80 años esperando para subirse a un teatro como el del Lope de Vega y evidenciar lo que se han perdido nuestros ojos, nuestros oídos, a lo largo de la historia del flamenco. Pastora de los Reyes bordó unas sevillanas, cantó y bailó por bulerías con el corazón en la mano y el ángel en el pecho. El teatro se venía abajo.

Y a partir de ahí, muchos detalles para guardar en los lugares más seguros de la memoria: Un todoterreno Luis Peña por bulerías -en el cante y en el baile-, los melismas más gitanos de Mari Peña; Antonio Canales bailando por tangos, en una ejecución irregular, pero qué más da, donde halló falta de forma física, le introdujo corazón y verdad, sentido del disfrute, experiencia vital… Y Carmen Ledesma, de nuevo, poniéndole palillos y gracia a unos villancicos flamencos con los que acabó la fiesta.

No fue, en suma, un espectáculo redondo. Y sin embargo, supo Canales hacernos pasar por el aro de su memoria y dejarnos con un pie en Sevilla y otro en Triana.

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