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Hembrada antirracista

Mujeres, niños y hombres subsaharianos rescatados de su patera este fin de semana.

María Iglesias

Es descorazonador que incluso este 2018 en que las españolas hemos protagonizado la “hembrada” de un 8 de marzo que ha asombrado al mundo, por lo multitudinario, emancipador y libertario, emerja como líder en el panorama político nacional un reaccionario del calado de Pablo Casado que quiere devolvernos al redil y la caverna: al cercado de la vida doméstica, al agujero siniestro del aborto clandestino.

Nótese que me veo obligada a crear un neologismo, “hembrada”, porque nuestra sacrosanta (masculina y rebosante de testosterona) Real Academia de la Lengua llama “machada” a la “acción valiente”, y “hombrada” a la “muy meritoria y esforzada”. Un par de aros por los que no paso.

La insumisión femenina y feminista en esta segunda década del siglo XXI no es exclusiva de España, ni va a ser, por más que muchos quieran, moda pasajera. El florecimiento del #MeToo y/o el #Time’sUp como visibilización y denuncia planetarios, no sólo de la desigualdad, sino de abusos, hace que hoy sea inconveniente declararse machista. Lo que no significa que los machistas de hayan desvanecido, sino que caminan entre nosotros envueltos en capas de invisibilidad, tejidas con hilos de eufemismos.

Por eso tenemos que estar especialmente listas y atentas. El sistema, el patriarcado ultrarreaccionario de capitalismo hiperextractivo –tan fea es la etiqueta como horrenda su esencia- no sólo no se bate en retirada, sino que está en creciente auge como prueba el mero repaso de mandatarios: Trump, Putin, Xi Jinping, Salvini, Kurz, Erdogan, Orban… Personalmente, considero que mujeres como Theresa May, Angela Merkel o Christine Lagarde (FMI) representan un ejercicio de poder tan masculino como el de los ya citados. Pero, quien albergue dudas, que mire a sus escuderos: Seehofer en Alemania o Boris Johnson que tras dejar a su Premier intentará desbancarla de la casa del 10.

La versión soft  del “actual renacimiento conservador” (en palabras del inquietante Juan Bautista de la ultraderecha alemana Götz Kubitschek) la encarnan jóvenes, de buena planta y pátina modernita en plan Casado, Rivera y su modelo: Emmanuel Macron.

Algo muy grave acaba de pasar en Francia como si nada: con la excusa de reforzar la igualdad de género, con la excusa de que “raza” no es un concepto, ni científicamente, ni políticamente correcto, se acaba de eliminar de la Constitución el principio de “igualdad de raza”. Así que la redacción del primer punto que era “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión” va a decir, “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de sexo, origen o religión”. Los 199 diputados presentes votaron a favor. La extrema derecha ni asistió. No necesitó estar para tal paso atrás.

Porque eso es lo que es. Para añadir la igualdad de sexo no hacía falta fulminar la de raza. Y si este concepto resulta a algunos impreciso podría optarse por “etnia”. Pero lo que ha ocurrido –seguramente se buscaba- es que se deja sin cobertura legal explícita la igualdad entre personas de distinto color, llámese como se quiera. Y alguien, como el ex presidente de EEUU Barak Obama en el homenaje del miércoles 18 al fallecido ex presidente de Sudáfrica Nelson Mandela, un negro hablando de otro negro, no dudó en nombrar la causa de tanta persecución, matanza y desgracia: la discriminación por raza.

“Hace cien años Mandela (…) nació en la aldea de Mvezo (…) No había razón para creer que un niño negro en esa época, en este lugar, iba a cambiar la historia”.

“La inferioridad de la raza negra se daba por descontada”.

“Las mujeres estaban supeditadas a los hombres. El privilegio y el estatus estaban rígidamente vinculados a la casta y al color de la piel, el origen étnico y la religión. Incluso en (…) una democracia como EEUU, basada en la declaración de que todos los hombres son iguales, la segregación racial y la discriminación sistemática eran legales en casi la mitad del país y habituales en todo el resto. Así era el mundo hace solo 100 años”.

Soy cero mitómana. Recuerdo a fuego que Obama no cerró Guantánamo y sí avaló la ejecución extra judicial de Bin Laden. Pero su discurso es un brillante análisis  (palabras que guardar y usar de brújula) del inmediato pasado y, sobre todo, del desafío de convivencia global que afrontamos: estamos “en una encrucijada con dos visiones del futuro de la humanidad”:

  • La racista, neofascista, ultranacionalista del miedo y el enfrentamiento y
  • La democrática, multirracial, universalista, de convivencia pacífica.

Coincido con él en que nuestro relato es más ilusionante y poderoso. Pero también en que eso no garantiza que seduzca, como necesitamos, a la mayoría.

Pero en esto, hermanas, os hablo a vosotras ahora, tenemos que tener claro cuál es nuestro lado (este artículo de la compañera June Fernández lo alumbra muy claro). Hay que poner toda la inteligencia y fuerza de nuestro compromiso en el platillo justo y digno de esta balanza: ahí donde nuestras hermanas, en todos los continentes, de todas las razas, sus hijos y sobre todo hijas subsisten hundidas bajo tantos hundidos.

Libremos al hermoso feminismo de las sucias garras que lo quieren instrumentalizar para eclipsar el racismo.

Redoblemos la “hembrada”, aunque la RAE ni se entere de que existe esta palabra.

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