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Ali en el país del celuloide andaluz

María Iglesias

Andaba yo dando vueltas a otro tema, siniestro, para mi columna. Ya lo siento, pero lo siniestro abunda en el panorama. Sobre todo la semana en que reaparece la figura del Golem, encarnado esta vez en el cuerpecillo del ex presidente Aznar. Lo cierto es que un feliz encuentro me hizo cambiar de opinión. Un encuentro con Ali.

Ali es el primer largo del director sevillano Paco R. Baños, cinta -protagonizada por Nadia de Santiago y Verónica Forqué- sobre una madre-hija enamoradiza e inestable y una hija-madre responsable y aterrorizada ante el amor, el dolor, la pérdida, la vida.

Disfruté de cada minuto del metraje, sentada en mi butaca del Alameda, como quien contempla un misterioso espectáculo del pasado (linterna mágica, zootropo). Sentí miedo por el peligro de extinción y placer porque eso aún exista. ¿“Eso”? Cine andaluz: Solas, La voz dormida, El Factor Pilgrim, Astronautas, Siete vírgenes, After, Grupo 7, Yo también, Carne de neón, El mundo es nuestro, Carmina o revienta, Ali. Directores andaluces: Benito Zambrano, Santi Amodeo, Alberto Rodríguez Librero, Alfonso Sánchez, Paco Cabezas, Paco León, Paco R. Baños... La ausencia de nombres femeninos en mi recuento imperfecto hace que salte en mi memoria el documental Mirarse el ombligo co-dirigido por Ana Álvarez-Ossorio y Pilar Gómez.

No soy nacionalista. Entre las pelis referidas unas me gustan mucho más que otras. Ali, que no es mi favorita y tiene un metraje pelín largo, me interesó, me implicó, me conmovió de la manera contenida en que sus personajes viven las inclemencias de la intemperie. Pero no es ésa la idea a la que me quedé enganchada dos horas -y tres cañas- después, en el Piola. Ni sobre la que ahora escribo. La cuestión es: ¿cuánta gente va a ver esta película? ¿Cuántas podrá rodar este director? ¿Durante cuántos años podremos sorprendernos de tanto en tanto con una cinta que no hable de tornados y otras catástrofes propias del centro estadounidense sino de nuestros conflictos, de personajes con los que identificarnos y no sólo (aunque también) porque carguen la compra en nuestras mismas bolsas de plástico? ¿Hasta cuándo tendremos oportunidad de sentirnos no sólo espectadores, sino protagonistas, generadores de relatos individuales pero que sumados hacen conciencia colectiva? No me refiero a “historias de aquí”. Habana blues, de Zambrano o El Factor Pilgrim, de Amodeo-Rodríguez Librero estaban rodadas fuera de España. Otras, como After de Rodríguez Librero o esta Ali de Paco Baños en las que se reconocen nuestras calles, asumen y evidencian conflictos contemporáneos universales (según la idea faulkneriana de que no hay nada más universal que lo local). Es el punto de vista lo que difiere del producto cine mainstream made in USA.

Hará diez días oí a Aitana Sánchez Gijón en una entrevista de radio (SER) decir: “Con el cine ya no cuento para nada. Si hago una película será una lotería”. Son palabras de quien llegó a rodar con el Keanu Reeves de Matrix, actriz que presidió la Academia del Cine Español. Ahora interpreta la obra teatral La Chunga de Vargas Llosa y graba una serie para televisión. El Cultural de El Mundo lleva esta semana a portada el titular Silencio... no se rueda. La industria del cine se desmantela y los rodajes se paralizan. Es un hecho que las salas están cada vez más vacías.

Hace años que el tema de las descargas gratis en Internet de películas -como de música o libros- ocupa la palestra sin que ni la polémica, ni las leyes hayan logrado poner el cascabel al gato. Sinceramente no creo que, ni en el peor escenario, los creadores dejen de crear. Porque no lo hacen por dinero, ni por éxito, ni por fama, sino por necesidad. Ruinosa necesidad, a veces.

El formato no es para mí lo esencial. Aunque si llega el día en que no pueda ver cine en pantalla grande, refugiarme en la sala oscura, disuelta mi intimidad, mi escalofrío, en el silencio cómplice de mis congéneres lloraré mi pérdida. Como si me condenaran a no leer jamás en papel, sólo en pantalla. Lo fundamental es la mirada, que se preserve nuestra particular forma de contemplar el mundo, de preguntarnos, de indagar. Una forma que no es monolítica sino diversa, pues cada director citado tiene su manera. Igual que cada uno de nosotros habla con un acento distinto nuestro idioma, pero sería trágico que todas las lenguas del mundo se disolvieran en una sola, hegemónica.

El lúcido abogado David Bravo a quien esta semana el azar -y las recortadas dimensiones de nuestra ciudad- puso en mi camino, oyó mis miedos y me contestó: “La cuestión es cómo hacemos convivir dos derechos sociales: el que tenemos como ciudadanos a acceder a la cultura y el que igualmente tenemos, también como ciudadanos, a que los creadores reciban la retribución suficiente por su trabajo para seguir creando”.

Es un asunto sobre el que él lleva mucho aportando y ha escrito textos de gran interés. El último en el diario.es llegando a la conclusión de que “la industria y el Gobierno (...) deberían plantearse que hasta ahora los únicos que han conseguido que ciudadanos como yo no descarguemos tanto, no han sido ni Sinde, ni Wert ni lo será Gallardón. Se llaman Spotify, Filmin y Steam”. Paco León innovó en su día estrenando en plataformas digitales su película Carmina... y aunque gran parte de la industria -distribuidores, exhibidores- se le echó encima, su experiencia no parece haber sido mala.

Hay más opciones -me informa Bravo. Países como Francia debaten el pago de un canon por consumo de obra on-line. Pero canon es impuesto y en el contexto de crisis la idea de subir impuestos -tememos ambos- no arrasará ni entre los políticos, ni entre la ciudadanía.

Así pues, ¿Qué hacer? Mi consejo urgente es acercarse a ver Ali en el cine. Y si ya ha desaparecido de la cartelera (cada vez es antes demasiado tarde), verla por Internet de forma legal. Filmin la anuncia disponible desde el 5/6/2013. A medio y largo plazo, quiero creer que a alguno de vosotros, a uno o varios juntos de los que no paramos de pensar en esto se nos acabe ocurriendo algo sensato, justo, práctico.

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