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Esta columna debería ser un cuento

Las víctimas de la pederastia clerical, hace un año, en el Vaticano

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Durante décadas el Vaticano urdió toda una trama para proteger a los abusadores sexuales de niños, como ha quedado acreditado. No importaba si un solo eclesiástico, como Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo, había violado él solo a casi un centenar de niños: contaba con la bendición de la Iglesia.

La Justicia terrenal, por su parte, tampoco pone demasiados reparos. El Tribunal Supremo ha rebajado recientemente la pena de once años iniciales a tan solo dos (el límite justo para no ingresar en prisión) al cura que abusó reiteradamente de un menor en el colegio del Opus Gaztelueta. La Iglesia, por cierto, ha hecho todo lo que estaba en su mano para desacreditar a la víctima. En el reformatorio Tierras de Oria de Almería un joven de dieciocho murió después de que lo amarraran brutalmente en su cama durante hora y media, una práctica que ahora sabemos habitual. Al joven que denunció esas prácticas lo han condenado, por “revelación de secretos”, a dos años y medio de cárcel, más que al cura violador del Opus, y al trabajador que grabó el vídeo, a dos años de cárcel.

Yo mismo publiqué en su día una columna sobre este último caso, y hoy me proponía expresar la angustia, el horror que me genera toda esa impunidad, la desprotección de la infancia por parte de quienes más deberían velar por ella. Sin embargo, justo antes de ponerme a ello terminé de leer Tiza roja (Seix Barral), la antología en la que Isaac Rosa reúne cincuenta de los cuentos que en los últimos años ha publicado en La Marea y en este mismo periódico.

Buena parte de esos relatos los había leído en el momento de su aparición. Entonces los asumí como originalísimas parábolas que ilustraban la actualidad más inmediata, a veces incluso una noticia de unos pocos días atrás. Venían a ser algo así como la información hecha carne, el complemento humano a la prosa periodística. Hoy, desgajados del soporte en que nacieron, parecen cuentos distintos: toda su potencia literaria queda al descubierto, y lo que antes pareció un jugoso pie en la página de la actualidad, es hoy un imaginativo reflejo de los tiempos que vivimos.

De pronto entendí que era imposible expresar mediante una columna el desgarro que me causaban todas esas noticias sobre el maltrato, también institucional, a los menores. Relato a relato, el ingenio de Rosa me había atravesado, me había conmocionado, me había llenado, a veces, también de optimismo, me había hecho experimentar el mundo que me rodea, con sus tragedias laborales, sus trabajadores siempre pobres, pero también su rebeldía escurridiza, sus diferencias de clase, y a la vez la ridiculez de los privilegiados y de los quiero y no puedo, sus depredadores sexuales y la ceguera social frente a ellos, la banalización de la pobreza, la crisis de la vivienda y la batalla por que no se olvide que es un derecho fundamental. Cincuenta derroches de talento que eran como ver, como sentir, como dejarse traspasar por cada una de las secciones de un periódico.

Es un lugar común que la literatura nos debe interpelar, incardinarse en nuestro tiempo, interpretar nuestra época, qué nos pasa, en definitiva, como dice el propio Rosa en el prólogo de su libro. No estoy hablando de eso, o no solo; estoy hablando de que necesariamente la noticia despersonaliza, quita carne, piel, emociones. La noticia informa, claro, pero vivimos en un mundo que pasa ante nosotros a una velocidad inaprensible. El fragor, el ruido, se multiplican y acabamos por convertir, como no puede ser de otro modo, en noticia lo que en realidad son formas de vida colectivas… con su horror, como esos miles de niños violados al amparo de la Iglesia católica a lo largo de décadas y décadas.

No hay manera de escribir una columna sobre ello. Parece inabarcable para mi sensibilidad. Quizás, reflexiono, la ficción acaba por casar mejor con la realidad. Al fin y al cabo somos también lo que nos contamos o, sobre todo, cómo nos lo contamos. De más está decirlo: la información nos puede mover a la acción. Aun así, me digo, tal vez, un día, a algún periódico se le ocurra sustituir todas sus noticias por relatos de ficción. Entonces descubriremos que cada una de esas palabras nos atañe como seres humanos, no solo como indispensables consumidores de información. De momento, hasta que ese día llegue, quédense con Tiza roja.

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