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'In vino veritas' (o por qué en Alemania no hay CGPJ)

El presidente suplente del CGPJ, Vicente Guilarte, a su salida de un pleno extraordinario.

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In vino veritas: en el vino está la verdad, en el agua la salud. Así sigue el proverbio aunque en esto último no estoy muy de acuerdo. Tal como lo interpreto, quiere decir que si te pasas de vino te descubres y muestras tu cara oculta más verdadera.

Me encontré en la plaza, el mercado, con un amigo de instituto y recordamos nuestro tiempo impagable en el Instituto San Isidoro de Sevilla. Tuvimos la suerte de tener los mejores profesores, muchos de ellos represaliados. Nos enseñaron democracia y pluralismo, desde el rigor latino de García de Diego a la humanidad literaria de Paco Muñoz Pacorro, todos con su mote. Por su balcón principal sacó por primera vez la bandera de Andalucía el profesor Ruiz Lagos, compañero luego en la revista Andalucía Libre que tuve el honor de dirigir.

Y así me llegó el recuerdo de Santos Juliá al que había leído justo esa mañana una reflexión sobre la amnistía. Lo vi por última vez en Madrid junto con Mercedes de Pablos, la escritora andaluza, hija peleona de Blanca Candón, primera mujer en Andalucía alcaldesa andalucista de Cortelazor la Real. Siempre la tengo presente en mis mientes en estos días de banderas y reivindicaciones nacionales en Andalucía. 

¿Qué tienen los jueces en la cabeza, seguirán militando en la política en estos tiempos de zozobra?

Aunque descreído, soy devoto de este Santo, cura de las Casitas Bajas de Sevilla, cura de los desfavorecidos, como el cura Emilio o Pepe Chamizo, alejados del poder terrestre de los prelados del poder y los fastos de púrpura de la Iglesia y los cristianos oficiales. Curas comprometidos, como José María de los Santos, otro santo, de los que aprendimos en Sevilla democracia y cristianismo. Viene al caso porque Juliá también estudió  en el Instituto San Isidoro, reducto de la resistencia; permítanme que saque pecho de mis profesores y compañeros.

Con mi antiguo y aún hoy compañero, recordamos también la Facultad. Quisimos ser jueces pero no pudimos, nos tuvimos que conformar, no somos hijos bien  de los que se lo pudieron permitir, son muchos años sin trabajar y nosotros queríamos y teníamos que trabajar. Todos estudiamos lo mismo, tuvimos excelentes profesores, pero cada uno aprendió lo que quiso y le venía mejor a su conveniencia. Uno de nuestros compañeros ahora es su vecino y juez de lo penal; da miedo –me dijo–, están obsesionados y políticamente movilizados contra el Gobierno.

La casualidad quiso que buscando un palo cortado, más sanador que el agua, nos topásemos con un grupo de tardeo con veritas a cuestas; eran jueces y querían conversación, es decir, querían hablar de la amnistía. Nos despedimos deseándonos lo mejor para estos días con la preocupación por lo que habíamos escuchado; ¿qué tienen los  jueces en la cabeza, seguirán militando en la política en estos tiempos de zozobra?

Después de los mandaos, en casa seguí leyendo y retomando a Santos Juliá. Los jueces en la Alemania de la república de Weimar jugaron un papel decisivo; primero, mayoritariamente conservadores y monárquicos que eran, para tumbar la república; simultáneamente, condescendiendo en sus sentencias con el nacionalsocialismo, para allanar la llegada de Hitler. Carl Schmitt, el gran jurista nazi, influyó en ello.

En la Alemania postnazi no hay cancha para un Tribunal Supremo politizado

Para Schmitt  –frecuentó España y sus élites jurídicas–, Adolf Hitler era un verdadero defensor del Estado de derecho. Además acuñó, y los jueces aplicaron, la doctrina judicial del amigo-enemigo. En las sentencias de los jueces que quedaron después de innumerables purgas de jueces demócratas, también de abogados, se vio claramente el posicionamiento político de los jueces alemanes, más allá de su responsabilidad jurisdiccional. Los jueces no defendieron la Constitución alemana, como presumían, ni la república ni la democracia ni el Estado de derecho, defendieron su visión política de Alemania.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los alemanes aprendieron de Montesquieu y de su propia experiencia histórica. Nunca más se dijeron al redactar la Ley Fundamental de Bonn, basta ver los artículos dedicados al régimen judicial en la nueva Alemania, federal y democrática, concretamente del 95 al 97 del texto constitucional. En la Alemania postnazi no hay cancha para un Tribunal Supremo politizado. Tampoco para un CGPJ insurrecto, simplemente no existe, eliminado, es la experiencia.

Santos Juliá reflexiona sobre cómo y por qué amnistiamos la dictadura. No fue silencio ni amnesia. Desde el entierro de nuestros rencores y la incapacidad de entendernos, la amnistía supuso recuperar la palabra frente a la violencia, elevar democráticamente la voluntad de hablar. 

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