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Prohibido salvar vidas

Apdha y colectivos de periodistas afean al Gobierno el "apagón informativo" respecto al rescate de migrantes en el mar

Juan José Téllez

Estamos tan preocupados por la vulneración de los derechos humanos y las muertes en Venezuela, que nos olvidamos de las de la frontera sur, las que siguen produciéndose frente a las costas andaluzas, en Canarias o junto a las ciudades autónomas de Melilla y de Ceuta, justo cuando se cumplen cinco años de la impune mortandad de El Tarajal, cuya causa hemos resuelto con un solemne carpetazo judicial y una sobredosis de la metadona del olvido.

Este martes, la activista Helena Maleno recordaba a aquellos 15 cuerpos sin vida y tantos otros que no llegaron a aparecer, con un twitter bien explícito: “Solo en 2018 contabilizamos 843 víctimas en las fronteras. El 6 de febrero debe de ser un día para recordarlas a todas”.

De aquel estimulante Bienvenido Mr. Marshall que precedió a la llegada del Acquarius al puerto de Valencia hemos pasado a la consigna de prohibido salvar vidas que el Gobierno entona cuando, a la salud de lo que queda de la Unión Europea, prohíbe salir de puertos españoles, bajo diferentes argucias, a los barcos de Open Arms y de otras ONGs que se dedican a rescatar en aguas del Mediterráneo a las almadías que Europa entrega como sacrificios humanos al viejo dios de la falta de derechos civiles.

Ahora argumentan que al impedir que salgan dichas embarcaciones, las tenebrosas mafias que se dedican al tráfico de personas se apiadarán de sus viajeros a ninguna parte y nos les enviarán a mar abierto sin suficiente combustible para llegar a la otra orilla. Es como pensar que al no regularizar a los once millones de personas sin papeles que malviven en nuestro continente, no habrá efecto llamada para que sigan viniendo otros millones de fugitivos de las miserias, pandemias, guerras y otros apocalipsis de África, Asia y paraísos limítrofes.

ACNUR avisaba hace unas horas de que, al pesar del descenso en el número de candidatos al refugio y a la inmigración, la retórica de la xenofobia iba a instalarse entre nosotros hasta que se celebren las próximas elecciones europeas. Es más, la derecha extrema y la extrema derecha hablan ahora de cerrar la puerta a quienes llaman a nuestro supuesto paraíso, incluyendo a los menores no acompañados, los MENA que les llaman los sociólogos, los juntaletras y los políticos. Baste con que Andalucía diga lógicamente que su indiscutible acogida no debe sólo formar parte de la hoja de ruta y de los presupuestos andaluces, como para que se extienda el albur de que, como ocurriera en el Madrid de Esperanza Aguirre y de José María Aznar, terminemos devolviéndoles, con nocturnidad y alevosía, a una ciudad que no era la suya y en donde tampoco vivían sus padres.

Pasarela de cinismo

Estamos asistiendo, en los últimos meses, a una formidable pasarela del cinismo. Si los radares de Salvamento Marítimo no funcionan, nos acogemos a la primera enmienda: que no pasa nada, el ministro Abalos dixit, porque Caminando Fronteras alerta oportunamente de la presencia de embarcaciones en alta mar, con sus coordenadas incluidas. Lo que el Gobierno español no llega a decir es que Helena Maleno, que es la portavoz a dicha asociación, lleva meses siendo perseguida por las autoridades judiciales de Marruecos, precisamente a partir de un informe que la justicia española desestimó y que algún alma caritativa del Ministerio del Interior de Juan Ignacio Zoido envió al majzén para que le hicieran la vida imposible a una mujer a la que sólo cabe imputarle el delito de intentar salvar a miles de almas.

La Unión Europea no sólo se hunde por la pinza de Estados Unidos, Rusia y China, sino también por su propia indefinición, por la renuncia a su condición de campeona de las libertades y de la democracia, que no necesariamente tiene que convertirla en tierra de promisión pero si en tierra de acogida porque su propia historia –sobre todo la reciente-- le conduce a ello. Sin embargo, Bruselas y Estrasburgo juegan al yo no fui y el encogimiento de hombros se convierte en el deporte favorito de buena parte de los euroburócratas. Lo único que les distingue de los euroescépticos y del populismo ultraderechista es que, al menos, hasta ahora, no piden como Umberto Tozzi -el célebre líder de la Liga Norte del siniestro ministro Salvini—es que, a comienzos de este siglo tan chungo, ese tipo con nombre de cantante ligero llegó a proponer que los buques de las Armadas comunitarias dispararan a dar contra los barcos cargados de sueños y esperanzas.

Visto lo visto, las autoridades españolas no están por semejante holocausto sino que, como Georges Brassens, prefieren que mueran por esas mismas ideas pero, lentamente, de muerte natural. Que se ahoguen, no porque les hundamos, sino porque simplemente no acudamos a salvarles. Más de quince días llevan los buques de auxilio varados a puerto: ¿se ha detenido por ello el flujo de embarcaciones? ¿Alguien supone que, si no existe la piedad en muchos consejos de ministros, va a existir acaso entre los tratantes de esclavos?

Los gobiernos se amparan, eso sí, en sesudos informes de especialistas que avalan el Santiago y cierra Europa como única solución para el flujo de seres vivos. ¿Quiénes son esos eruditos? ¿Los hijos adoptivos del doctor Mengele? ¿Han consultado con quienes arriesgan su vida a diario para que no las pierdan otros? ¿Conversaron con quienes acompañan a los migrantes de ventanilla en ventanilla, cuando se retiran las cámaras y debiera empezar el pan nuestro de cada día?

La OCDE y el FMI, que no forman parte del Socorro Rojo Internacional, insisten en que a España nos hace falta cinco millones de inmigrantes regularizados antes de 2050, para sostener nuestro sistema de pensiones y dado que es bastante improbable que dé buenos resultados el Plan Vox familia numerosa en quince días. Cuando nos demos cuenta de que les necesitamos, tendremos que mirarles cara a cara a sus ojos comidos por los peces.

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