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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

¿No nos merecemos un país sin miedo?

Manifestantes durante las protestas convocadas por el Orgullo Crítico en Madrid.

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En recuerdo del abogado laboralista, luchador antifranquista, trabajador incansable por la democracia y los derechos sociales, muerto hace 25 años, que fue Tomás Iglesias, mi padre.

Se cumplen hoy veinte años del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York y cuantos lo vivimos recordaremos dónde estábamos cuando nos asaltó el horror del atentado y, de inmediato, el de la certeza de que EEUU se vengaría sobre inocentes. Como hizo. De ahí el sufrimiento todavía de tantos iraquíes y afganos. Luego, muchos otros nos vimos en la espiral de espanto por los atentados del 11M en Madrid (2004), París (Charlie Hebdo y Bataclán, enero y noviembre 2015), Bruselas (abril 2016) o Londres (junio 2017). Un odio desbocado. Odio alimentado de odio. Que a los españoles no nos era extraño.

Nosotros sufrimos a ETA que desde finales del franquismo cometió 855 asesinatos, 86 secuestros y dejó miles de heridos y mutilados; antes, los 40 años de sanguinaria dictadura militar de Franco; antes, la Guerra de España en la que las potencias ensayaron lo que luego fue la Segunda Guerra Mundial y antes, el golpe de Estado contra la legítima Segunda República. Hemos llegado a hoy tras una larga serie de odio, miedo y dolor encadenados. 

Con todo (da vértigo escribirlo, cruza una los dedos) hoy gozamos de una situación de armonía y estabilidad. En absoluto somos la perfecta Arcadia feliz. Problemas gravísimos nos interpelan: el paro, la precariedad y falta de expectativas acorralan a muchísimas familias mientras se desboca el precio de la energía, la covid es aún un peligro muy grave y se solapa con los estragos ya tangibles del cambio climático (olas de calor, trombas y riadas, incendios, desertización…) Son retos tan importantes, difíciles de resolver y, a la vez, urgentes que a nadie sensato le entraría en la cabeza que en vez de ponernos juntos a trabajar en solventarlos, prefiramos abrir la caja de Pandora para que un torbellino de odio nos arrase.

Sin embargo, ¿Dónde estamos? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?

La evidente siembra del miedo

El lamentabilísimo episodio de la falsa denuncia de ataque homófobo en Malasaña, la irresponsable precipitación política y mediática (hagamos autocrítica todos) no debe eclipsar el aumento, cierto y verificado, de los ataques de odio (crecen un 9% más respecto a 2019. 2020 es incomparable dado el confinamiento). Son 748 en lo que va de año y han tenido por víctimas a capas cada vez más amplias de la sociedad: mendigos, discapacitados, migrantes, creyentes de distintas religiones, personas estigmatizadas por su raza o etnia, por su condición de mujer, su ideología o activismo, su identidad sexual LGTBI y su circunstancia de migrantes.

Vox se frota las manos con la polémica de esta semana. Venía buscando algo así para levantar cabeza después de que el éxito de la corriente ultra de Ayuso en el PP haya frenado sus expectativas de crecer. No conviene hacerles la campaña convirtiéndolos en centro del debate político, pero es un deber cívico, para proteger nuestra democracia, denunciar el discurso de odio, estigmatizador y discriminatorio que sus dirigentes alientan siempre. Porque mienten diciendo que el crimen crece por culpa de los migrantes y señalan a los indefensos menores llegados sin familiares, porque engañan diciendo que las mujeres víctimas de maltrato presentan denuncias falsas con connivencia de lo que llaman «chiringuitos feministas», porque intentan acabar con la educación en respeto a la diversidad sexual en los colegios y, ellos sí, acusan en falso de crímenes terribles a víctimas del franquismo como las Trece Rosas y a luchadores comunistas que alumbraron esta democracia.

Ellos apuntan y al hacerlo siembran miedo. Se parapetan en la fórmula “condenamos todas las violencias” igual que Herri Batasuna cuando no quería condenar a ETA. Y estigmatizan a un conjunto que va incluso más allá de los “26 millones de rojos, niños incluidos» que militares jubilados de su órbita anhelan ”aniquilar“”. Porque su intolerancia abarca también a nacionalistas vascos y catalanes por muy de derecha y católicos que algunos sean, también andalucistas o gallegos… Núñez Feijoo, el presidente de Galicia (PP) es para ellos un «nacionalista excluyente». El PP no debería olvidar que es a ellos a quienes llaman «la derechita cobarde» y a quienes desean sorpasear y fagocitar.

Intento entender que a los populares les tiente contemporizar con ellos porque, como Cs se desfonda y han roto los puentes con todos los demás los necesitan para gobernar y en las encuestas hoy los números dan.

Centrarnos juntos en hacer un país mejor

Pero, la ciudadanía. ¿Qué proyecto de país creemos que saldría de un gobierno de PP y Vox? E instituciones como las judiciales que deberían resguardar nuestra democracia, ¿van a seguir minimizando el calibre de la amenaza con su aval, por ejemplo, a carteles que estigmatizan a los niños migrantes?

La calidad y civilidad de la discrepancia es lo que mide la salud de una democracia. Los partidos, el trabajo parlamentario y de los gobiernos (central, autonómico y municipales) tienen que centrarse en la recuperación y en que sea justa. Porque así debe ser y porque eso es garante de armonía social y sostenibilidad.

En la parte progresista del arco es ilusionante el anuncio de un proyecto de país de Yolanda Díaz, líder in péctore de Unidas Podemos en una posible candidatura más amplia a la izquierda del PSOE, apoyada por figuras como la alcaldesa de Barcelona Ada Colau de En Comú Podem. Pero el tiempo pasa, hay que concretar la propuesta y pensar por qué una mayoría social que necesita políticas públicas sostenidas por impuestos pagados por las rentas altas, las multinacionales y grandes fortunas no acaba de votar esas medidas en las urnas. Por qué, de hecho, el PSOE que gobierna España con UP, ofrece, por boca de Juan Espadas, su apoyo al PP en Andalucía mientras las izquierdas alternativas aquí se abocan a la irrelevancia al atomizarse.

¿Teme el electorado que un proyecto de justicia social sea siempre conjurado por la fuerza de los intereses contrarios? ¿Tiene miedo a señalarse defendiéndolo?

Los miedos que sufrimos en la larga cadena de años nos han enseñado mucho. No sólo que, como decía el escultor Eduardo Chillida durante los peores años de ETA, “la dignidad siempre tiene que estar un punto por encima del miedo”. Sino que agachar la cabeza ante el matón de turno jamás le libera a uno, justo al contrario lo somete a una arbitrariedad y un abuso que siempre esclaviza más.

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