Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Piquitos de cuello blanco
Del fiscal Alfredo Flores, hace un mundo, aprendí una de los pilares esenciales del delito de cuello blanco: el autor del mismo no cree que lo está cometiendo.
Desde entonces, amanecer de los noventa, hemos visto pelotazos que no fueron de fútbol, plusmarcas de contratos a cuñados, eres que no lo eran, ordenadores machacados a martillazos, bigotes en las bodas de El Escorial, una pila de muertos antes de que declarasen, míster equis de la guerra sucia, armas de destrucción masiva, desiertos remotos y montañas lejanas, marianos rajoys que no se reconocían en el M. Rajoy, sicofonías de Villarejo, naves en llamas más allá de Orión, rayos-C brillando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Lamentablemente, todos esos momentos no creo que se pierdan en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. No es hora de morir de aburrimiento o de perplejidad, sino de acostumbrarnos a que cada día nos sorprenda alguna nueva faceta de un crimen, a pequeña o a gran escala, que no se lo parezca a quienes lo cometen.
En la última semana, hemos asistido a una nueva modalidad del yo no lo he hecho. Desde los tiempos álgidos del Me too, no daba nada ni nadie tanto que hablar a escala internacional como el ósculo de Luis Rubiales, presidente actualmente suspendido de la Real Federación Española de Fútbol, a la hipergoleadora Jenni Hermoso. Un claro ejemplo de piquito de cuello blanco: lo más normal del mundo, vino a decir el carismático besador, como si estuviéramos hartos de verle hacer otro tanto con Álvaro Morata o con Sergio Busquets. Y que conste que, salvadas las distancias, utilizo el léxico de clases preparatorias en criminología porque él fue el primero en hablar de que estaba sufriendo un asesinato social.
Figuro entre los mamarrachos de mi generación que alguna vez robaron un beso. Que levante la mano quien no, ahí te quiero ver. Pero cuando uno comprobaba, al menos en mi caso, que a la parte contratante de la segunda parte del mismo aquello no le suscitaba mariposas en el estómago sino más bien arcadas, servidor pedía disculpas que parecieran reales: me confundí con las señales, alegaba, no volverá a ocurrir, qué vergüenza, Dios mío. Y normalmente el asunto acababa cantando entrambos himnos regionales a las tantas de la noche y en la declaración formal de que aquello podía ser el comienzo de una larga amistad.
Recordamos con justicia besos de cine como el de Casablanca, precisamente; el de Lo que el viento se llevó, el de De aquí a la eternidad o el de Desayuno con diamantes bajo la lluvia neoyorquina. Y lo hacemos con ese regusto amable de los sueños en pantalla grande y del polvo de estrellas. El de Rubiales, se ponga como se ponga, nos sabe a pesadilla en streamming y a caspa añeja en la comisura de los labios.
La culpa la tuvo ella, resumía básicamente a sus apóstoles. Es que van provocando con esas calzonas y esas camisetas ajustadas, podría haber soltado igualmente, mientras sonara el 'No me gusta que a los toros te pongas la minifalda' de Manolo Escobar
Pero lo peor no fue el piquito –que lo fue, siento darle otro disgusto a su familia--, sino lo que vino luego, eso que llaman la conquista del relato y que terminó, por ahora, escenificándose en la epístola moral a los corintios que el presidente ensayó ante los medios el día que debiera haber dimitido.
La culpa la tuvo ella, resumía básicamente a sus apóstoles. Es que van provocando con esas calzonas y esas camisetas ajustadas, podría haber soltado igualmente, mientras sonara en la sede de la Federación el No me gusta que a los toros te pongas la minifalda del entrañable Manolo Escobar. El de feministas de verdad y feministas de mentira: él como árbitro. El del reparto de prebendas. El de un tipo elegido a dedo arremetiendo contra un Gobierno elegido por las urnas y por el Parlamento. Un discurso valiente, dijeron por la radio. Valiente discurso, habría que haber dicho.
Lo peor no es todo ello o que se marcara también un Huevos de oro de Javier Bardem en el Palco Real y en presencia de la reina, doña Letizia, que le debe importar menos que Jenni Hermoso. ¿Cuánto tiempo duraría en el cargo su homólogo británico de haber perpetrado un tócame los atributos en presencia de Carlos de Inglaterra o de Isabel II? ¿Se ha planteado la Casa Real quitarle lo de Real, a la Federación? No creo pues, conociendo el precedente del emérito o las películas porno-sicalípticas de Alfonso XIII, tendría también la cosa su mijita de hipocresía.
Lo peor, aun siendo todo esto grave, es el resto: los palmeros aplaudiendo a Rubiales como si no hubiera un mañana, la boca chitona de la mayoría de las federaciones, los comentarios de los señoros –entre quienes figuran algunas señoras—, la internacional de los machirulos tronando embravecidos, derrochando testosterona por las redes sociales; los feijós y las ayusos, sin decir ni pío hasta una semana después pero sólo para hablar de violadores y de vueltas ciclistas.
Lo peor: cuántos piquitos de cuello blanco repartidos por una España que a menudo se sigue pareciendo a aquellos cines de verano con José Luis López Vázquez, Gracita Morales y Alfredo Landa
Y qué decir del poder, siempre el poder, acorralando en forma de empresario lascivo a la parlamentaria Teresa Rodríguez para morderle la boca en un rincón o en forma de vestido de Mónica Lewinsky en las intimidades del despacho oval de Bill Clinton.
Lo peor: cuántos piquitos de cuello blanco repartidos por una España que a menudo se sigue pareciendo a aquellos cines de verano con José Luis López Vázquez, Gracita Morales y Alfredo Landa. Palmadas en el trasero, feos ceos que elogian las piernas de una secretaria cuyo empleo dependa de su agrado, tocamientos torpes a los monaguillos, alineaciones que se deciden en un vestuario, becarias extrañadas de que su redactor jefe pretenda algo más que invitarlas a cenar.
A los hombres nos queda mucho camino para ser hombres como la razón manda. Crecimos aprendiendo a no llorar, a ser tipos duros, a piropear con requiebros de gañanes y a quebrar la pata de las esposas, hasta amarrarlas al calabozo de la cocina. Así que tampoco sorprenda tanto la frase pronunciada por Josep Borrell, el esta vez poco diplomático jefe de la diplomacia europea, después de que la selección femenina ganase el campeonato mundial en Sidney: “Ahora son nuestras mujeres las que están aprendiendo a jugar al fútbol tan bien como los hombres”. Al paso que van, serán los de la Roja masculina quienes tengan que aprender a jugar tan bien como sus compañeras que cobran, por cierto, muchos menos dígitos que ellos.
De los piquitos de cuello blanco, también se sale, pero hay que devolver los besos robados. Yo lo hice, Luis, sé fuerte: sólo hace falta admitir el error y soltar, al menos, aquello de lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir. Aunque, por ahora, no hayas cazado nunca elefantes en Tanzania. Que se sepa.
0