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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera
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El posado de Felipe

El expresidente del Gobierno Felipe González durante la presentación de un libro en Madrid

Javier Aroca

10 de septiembre de 2023 22:53 h

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Se ha llegado a decir que una amnistía desmoronará, deconstruirá, el Estado de derecho. No voy a entrar aquí en el debate sobre la legalidad, constitucionalidad, de una tal amnistía, corresponde a juristas con mejor criterio, es un debate serio y apasionante. Ni siquiera entraré en su oportunidad política, que la tiene. Sí me permito decir una cosa: si llegara a producirse, que no desesperen ni se preocupen en exceso los tremendos.

Si el franquismo resistió y no se desmoronó con la amnistía de 1977 y sus reformas, en tiempos de vigencia constitucional, como tampoco el indulto del general Alfonso Armada por el Gobierno socialista de Felipe González desmoronó el ánimo golpista, la democracia y los demócratas podremos resistir sin desmoronarnos. Además, será una decisión soberana, si se produce, del poder legislativo, con  sus controles, revestido de legitimidad, la que confiere la voluntad democrática de la ciudadanía de todo el Estado expresada en elecciones libres.

Para el recuerdo quedan el Tribunal Supremo y sus argumentos a favor del indulto al teniente coronel Tejero, en el paquete con Armada. Sentaba el alto tribunal que indultar al militar acharolado y golpista contribuiría al olvido. Subrayo olvido, palabra que no pertenece al campo semántico del indulto propuesto, sino al de la amnistía –¿les traicionó el subconsciente?–. E insistía el supremo tribunal  en que se trataba de hechos superados del pasado: un golpe de Estado cívico-militar y armado contra el orden constitucional con condena firme por rebelión. Tengan fe, no desesperen. 

La foto real, que incluye Catalunya y Euskadi, es más vivaz y fresca que la túrbida imagen de la apertura de Año Judicial

Ha pasado el tiempo y hay  que acostumbrarse  a otras Españas, un plural rico ya expresado en la Constitución de 1812. En las Españas hay más gente alegre que triste, la foto real, que incluye Catalunya y Euskadi, es más vivaz y fresca que la túrbida imagen de la apertura del Año Judicial, aunque no sé por qué me sale Pascua Judicial, cada día más en blanco y negro.

El problema, sin embargo, no es tanto la amnistía –un Estado democrático fuerte, por muy tensionado que esté, lo puede asumir–, sino otro. Es el temor a que se reedite  un nuevo gobierno progresista que consagre a un nuevo PSOE dispuesto a seguir la senda generacional de lo iniciado en el 15-M. Bien es cierto que, desde aquella fecha, el realismo ha ido difuminando algunas de sus ideas, con bajas y traiciones por el camino. Y no, en aquellos días no se tomó la Bastilla pero el 15-M sí rompió, tensionó, amenazó, o lo pretendió, el statu quo de la Transición, el turnismo bipartidista, la tranquila existencia de la restauración borbónica y la continuidad de las corrientes antiguas del poder, profundas o superficiales, que de eso se trataba.

Si hoy Felipe sigue gozando de vis mediática es por su alianza y asistencia bucal a la oposición, a la carcunda preconstitucional y al statu quo transitario y cortesano

Felipe González lo confesó, es el 15-M lo que aterroriza a los transitarios, y no como se dice porque impugne la Transición, eso es bagatela narrativa, sino por señalar, al menos simbólicamente, la necesidad e inicio de una Segunda Transición que podría avanzar en libertades y empoderamiento del pueblo, sin las cortapisas, amenazas, pactos de sangre… contra los que se tuvo que enfrentar, y meritorio es reconocerlo, la Primera Transición.

En eso acierta González, sus temores son fundados, independientemente de que sus apariciones, y las de Guerra, el hermanísimo, me recuerden cada día más a los posados de Ana Obregón. Rituales estacionales mediáticos, pero lejos ya de las luces por flácidos. Si hoy Felipe sigue gozando de vis mediática es por su alianza y asistencia bucal a la oposición, a la carcunda preconstitucional y al statu quo transitario y cortesano, a la sombra del inmovilismo del régimen del 78, ayunos de argumentos y de mayorías absolutas o suficientes.

El PSOE no sabe cómo desencajarse de su pasado, ese que definía George Orwell con una frase demoledora: el socialismo le teme más a la revolución que al fascismo

Y el PSOE. Feijóo habló de encajes, admitiendo, torpe, el desencaje de Catalunya, del que tiene muchas cuentas que rendir su partido y el criptogobierno, singularmente, los jueces. En la partida socialista cabe hablar de anclajes. Si Feijóo no sabe cómo encajar Catalunya en España –no hay propuestas–, y, menos, cómo encajarse a sí mismo en el PP, el PSOE no sabe cómo desencajarse de su pasado, ese que definía George Orwell, en los treinta del siglo que pasó, con una frase demoledora: el socialismo le teme más a la revolución que al fascismo. 

Independiente de que los mayores, no es solo cuestión de edad, teman que un nuevo PSOE beba del 15-M, en general, personalícenos en González (al que le ha costado votar –ignorante, tal vez, de que a él le votaban con la nariz tapada–, más simpatizante que militante), el viejo PSOE lo tiene claro.  

Con Felipe y lo que representa, no se ha roto el amor de tanto usarlo, como cantara la más grande, se ha roto el parentesco moral, en expresión de Emilio Durkheim, el de las solidaridades colectivas entre un nuevo PSOE y el atrincherado en el pasado, preso de no se sabe qué compromisos histórico.

Una Segunda Transición, no jacobina sino tranquila, afectaría de manera medular al poder —no judicial— de los jueces y otras institucionales no electas del Estado

El PSOE viejo se reinterpreta y olvida benevolente su pasado y, a la vez, es incapaz de imaginar –una habilidad humana– el futuro. No están dispuestos a admitir ni su éxito en Catalunya, donde un PSC prometedor es la fuerza más votada, ni que en Madrid, en el real y el metafórico, le cuesta cada día más salir de su agujero, entre traiciones, defecciones, alianzas contra natura y el vargallosismo de su alta dirigencia histórica, enfangada en intereses socio-económicos, financieros y mediáticos. Madrid es la metáfora de una España jibarizada, cada día más alejada de la rica y plural España de sus periferias, como bien describió en dos columnas memorables Pasqual Maragall: Madrid se vaMadrid se ha ido

Las reacciones del poder judicial, cada día más guardián del pasado (erigido en Noblesse d’Etat, en palabras de Pierre Bourdieu), de las esencias pre o metaconstitucionales, lo sitúan sin rubor democrático en estado de rebeldía en el CGPJ, en la ignorancia de las decisiones de los poderes legítimos, sea en España o la UE, y en el menosprecio y torpedeo al poder legislativo y ejecutivo. No es raro, en tanto que participan del mismo temor al, digamos, Tercer Estado, porque una Segunda Transición, no jacobina sino tranquila, afectaría de manera medular al poder –no judicial– de los jueces y otras instituciones no electas del Estado.

Los posados de Anita Obregón eran amables, acabaron por trasnochados y caducos, pero tuvieron mucho trayecto, más de lo que la biología advertía. El poder mediático le concedió otra vida, como ahora a Felipe. Ese será otro de los problemas a tratar en la agenda democrática común: el peligro para las democracias liberales de los medios de comunicación. En este caso, la voracidad mediática se alimenta y alimenta la afición popular por la escatología y la gandinga.

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