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Los estragos de la propaganda

Bendodo

Isabel Pedrote

Hubo un tiempo en el que a la propaganda política, en lugar de comunicación, se le decía propaganda. Llanamente. En España tuvimos una Delegación Nacional de Prensa y Propaganda que se gestó en los primeros años del franquismo e hizo también las veces de censura, y que, con diferentes transformaciones, se prolongó hasta la llegada de la democracia. La cima de la propaganda política se asocia con los regímenes totalitarios de la Alemania de Hitler y las URSS de Stalin, si bien su esencia sigue vigente mediante técnicas más sutiles y elaboradas, igualmente peligrosas. Lo único: que no se le llama así (nos hemos ido refinando). Sin ir más lejos, la crisis de Cataluña, donde parte de su sociedad identifica a España con el enemigo que cercena su conexión con el paraíso, tiene mucho que ver con la creación de un marco doctrinario y sesgado que atrae adeptos a una causa y conforma una actitud.

En ese imaginario que ahora nos asusta, Andalucía ha estado presente. Casi siempre como contrapunto, el reverso de la prosperidad, la modernidad, el emprendimiento, la vanguardia, el seny y todo lo demás. Los andaluces, al igual que los extremeños, hemos sido diana de los cañones que durante mucho tiempo apuntaron preferentemente a la periferia (y menos al poder central), con el forcejeo de las balanzas fiscales y la coreada fábula de que pagaban con su dinero nuestros jaraneros despilfarros en las tabernas. La vagancia y la indolencia. El profesor de filosofía en la Universidad de Yale Jason Stanley -autor de Facha (Blackiebooks)- ha escrito que los estereotipos son herramientas poderosas para los propagandistas porque actúan como guiones sociales, emocionalmente conectados, que ayudan a legitimar creencias que se tenían previamente. Una arquitectura narrativa sencilla y eficaz.

La aportación del tópico andaluz a la forja del independentismo propagandístico que estos días arde en los mejores barrios de Cataluña se ha nutrido de baldones autóctonos. Los desprecios más hirientes han salido de esta tierra, seguramente por el hecho singular (y a todas luces frustrante) de que la derecha no ha conseguido acceder a la Junta hasta 36 años después de inaugurarse la autonomía en las urnas. En este tiempo, Andalucía y el PSOE, al que lógicamente quisieron reemplazar, conformó un todo en la neblina de la beligerancia furibunda. De confección andaluza son el voto cautivo, la sopa boba, la magnificación del PER, la leyenda de los subsidios y, en definitiva, la negritud más absoluta que luego ha devenido en la caricatura de esos estereotipos emocionales que alimentan el apetito voraz del credo independentista (y en ocasiones supremacista), de los que habla Jason Stanly.

Soflamas de brocha gorda

La propaganda política moderna se identifica porque presenta hechos tergiversados e historias maniqueas, repetidas y difundidas por todos los medios a su alcance, aunque con una retórica que a veces confunde, ya que suele apelar engañosamente a la libertad, la igualdad, la transparencia o el pacifismo. No es mera publicidad: va más allá de tratar de vender un producto, pretende modificar un comportamiento con una fórmula simple que identifica al adversario con lo negativo, con el mal. Busca una respuesta emocional en lugar de racional. No sé lo que cree que hace el portavoz de la Junta andaluza, Elías Bendodo, cada martes en sus comparecencias tras el Consejo de Gobierno con sus reiteradas soflamas de brocha gorda sobre la herencia recibida, pero debería dedicar unos minutos a lo que está escrito líneas arriba.

Del presidente de la Junta hemos escuchado en sede institucional acerca de sus antecesores: “Es como si cada día hubieran tirado [por la ventana de San Telmo] sacos llenos de billetes de 500 euros”. Resulta compresible que Moreno Bonilla quiera promocionar su política, incluso que en el empeño se valga del contraste con su correoso antagonista. Es lógico. No lo es, sin embargo, que para intentar cerrar las grietas que se le abren -como le está pasando con la sanidad, sobre la que tanto exageró y tanta demagogia hizo- saque continuos informes ad hoc que sus predecesores desmienten y ni siquiera están terminados. Cuando son acostumbradas, las excusas hartan, saturan, cansan. Pronto hará un año que tiene el poder y lo deseable -se espera de cualquier Gobierno- es que se concentre en gestionarlo. Entretanto, debería reflexionar sobre el caso catalán y los estragos de la propaganda.

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