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Socios de confianza, chamba y torrentismo útil

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Que la derecha, incluida la parlamentaria, demuestre su corrupción y su capacidad de corromper, su falta de apego e incomodidad con las instituciones democráticas, no es ninguna novedad. Que el PSOE no acabe de enterarse es otra cosa, no sé si es ingenuidad o son problemas de comprensión pero experiencias como la de la RTVE, el Tribunal Constitucional y, ahora, los atentados contra el Parlamento con ocasión de la reforma laboral, ya deberían haber sido suficiente.

La izquierda leve anda divertida con las desventuras de la derecha. El torrentismo, es decir, el brazo tonto de la derecha, parece ser un buen aliado y bastante para tirar p’alante, pero no, lo que está pasando es especialmente grave. El cachondeo puede ser una buena terapia, a veces, pero también puede esconder la incapacidad de calcular el alcance de lo que ocurre o no entender que los problemas de la democracia no son solo la derecha y sus tontos sino las profundidades que gobiernan a este PP torrentino, sorprendentemente útil para impedir el progreso y neutralizar los avances necesarios en la modernización del Estado.

El cachondeo puede ser una buena terapia, a veces, pero también puede esconder la incapacidad de calcular el alcance de lo que ocurre o no entender que los problemas de la democracia no son solo la derecha y sus tontos

Dejando aparte el torrentismo, el dedo tonto de la política, y el soborno probable a los diputados de un partido previsible, ¿qué pasa con la izquierda? ¿Qué pasa con el PSOE en concreto? Podríamos pensar que en sus noches de insomnio haya decidido cambiar de caballo y encomendarse a partidos más tranquilos y que no intranquilicen a los poderes profundos del Estado pero, ¿todos? El PNV, siempre socio de confianza del bipartito desde los albores de la democracia, ¿no es de fiar?

En mi opinión, la izquierda convencional, el PSOE, está acomplejada con sus adversarios y se equivoca de socios. Desdeña el bloque que lo ha hecho gobernar. Con dificultades, sin duda, pero no ha llegado hasta aquí la legislatura para que ahora se pretenda gobernar cambiando de alianzas. Si algo bueno tiene la reforma laboral, tanto en clave interna como de escaparate ante Europa, es precisamente demostrar la capacidad de diálogo del centrismo deliberativo interpretado por un gobierno del que se predica su radicalidad. 

Y entonces, ¿por qué no dialogar con los socios de confianza y llegar, por contra, a acuerdos con enemigos declarados de la coalición progresista? ¿De verdad que a Félix Bolaños le parecían más fiables los diputados de UPN que los que han hecho presidente a Pedro Sánchez? La mayoría de confianza ha dado estabilidad al gobierno de coalición, sin embargo este experimento gaseoso ha estado a punto de dañarlo irremediablemente y, de camino, los intereses del Estado.

La izquierda convencional, el PSOE, está acomplejada con sus adversarios y se equivoca de socios. Desdeña el bloque que lo ha hecho gobernar

Ahora, la prédica se abre paso con que Bolaños se ha equivocado, que ha ido por libre. Sin embargo, después de oír a Margarita Robles enfatizar e insistir en que Sánchez dirige la política de Exteriores y la de Defensa cuesta creer que no gobierne, además, la política de alianzas. ¿Pista libre? No lo creo. 

Creo que el ala izquierda de la coalición no es el momo. El papel desempeñado por Yolanda Díaz, primero, negociando con patronal y sindicatos y, luego, aceptando la dirección negociadora de Bolaños, lo pone de manifiesto. También que la propia dirección de Unidas Podemos acepte que Díaz lo acepte. No, no es eso; UP no viene del Kremlin.

Algunos posibilistas del PSOE piensan que en realidad todo pivota en torno a Nadia Calviño, garante y avalista de Sánchez ante la UE, es decir, que la vicepresidenta económica es la chaperona de la coalición (RAE: “Persona que acompaña a una pareja o a una joven para vigilar su comportamiento”). Como ilustración, véase la foto de Calviño, entre Sánchez y Díaz, en el momento en que la presidenta Batet anuncia que la reforma laboral se ha perdido. 

Otros piensan que quizá Pedro Sánchez ha decidido llegar a la última parte de la legislatura con unos socios mejorados, peinaítos, sin malas compañías, ni nacionalistas ni extremistas, que lo hagan más competitivo en las elecciones que vienen, pero, ¿son de confianza? No parece. En todo caso, comprender las razones del otro cuando no se tiene la mayoría es una práctica saludable y leal en las alianzas políticas.

El brazo tonto de la política no tiene reparos en tomar las instituciones, asaltarlas, demolerlas, en utilizar todos los poderes del Estado, soborno mediante o no

Lo perturbador es que la izquierda se conforme con reírse, con chascarrillos y memes, con retozar con su buena suerte, con alegrarse de tener una derecha torrentina y chamba, mucha chamba, pero esto se está poniendo grave. El brazo tonto de la política no tiene reparos en tomar las instituciones, asaltarlas, demolerlas, en utilizar todos los poderes del Estado, soborno mediante o no.

Si Pedro Sánchez se equivoca de socios, aunque Bolaños pague el pato y le hagan un Redondo, no es que vaya a tener una legislatura difícil y, tal vez, más corta de lo esperado, es que pasará a la historia como el presidente testigo de la mayor agresión contra la democracia, de su pérdida ósea y masa muscular, en definitiva una democracia a merced de tontos peligrosos pero muy útiles a sus amos.

Que la derecha, incluida la parlamentaria, demuestre su corrupción y su capacidad de corromper, su falta de apego e incomodidad con las instituciones democráticas, no es ninguna novedad. Que el PSOE no acabe de enterarse es otra cosa, no sé si es ingenuidad o son problemas de comprensión pero experiencias como la de la RTVE, el Tribunal Constitucional y, ahora, los atentados contra el Parlamento con ocasión de la reforma laboral, ya deberían haber sido suficiente.

La izquierda leve anda divertida con las desventuras de la derecha. El torrentismo, es decir, el brazo tonto de la derecha, parece ser un buen aliado y bastante para tirar p’alante, pero no, lo que está pasando es especialmente grave. El cachondeo puede ser una buena terapia, a veces, pero también puede esconder la incapacidad de calcular el alcance de lo que ocurre o no entender que los problemas de la democracia no son solo la derecha y sus tontos sino las profundidades que gobiernan a este PP torrentino, sorprendentemente útil para impedir el progreso y neutralizar los avances necesarios en la modernización del Estado.