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Juan Blanco, experto en género y sexualidades: “La autodeterminación de género es un avance en derechos de las personas transexuales que refuerza al conjunto de la sociedad”

Juan Blanco

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Juan Blanco es investigador del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales. Entre sus líneas de trabajo están el género y las sexualidades, los estudios sobre la masculinidad o las políticas públicas de equidad de género.

Junto a José María Valcuende, Rafa Cáceres y Nuria Cordero participa en el Laboratorio Iberoamericano para el Estudio Sociohistórico de las Sexualidades, cuya revista (RELIES) se edita desde la Pablo de Olavide. Entre sus últimos proyectos se encuentran el análisis de la memoria histórica a través de las disidencias sexuales o el trabajo sexual y la trata con fines de explotación, o el Turismo Gay.

“La sexualidad es un foco mucho más amplio del que realmente pensamos. No es solo reproducción y genitalidad”, afirma este profesor que reivindica el papel del Trabajo Social en este campo de estudio. Bajo su punto de vista, “existen otras formas de mirar, en tanto seres sexuados que somos. Normalmente no le damos la importancia que tiene para el desarrollo pleno de la ciudadanía, ocultándolo incluso en colectivos como mayores o personas con discapacidad. Ahí está el interés de nuestro departamento, en abrir”.

 ¿Cuáles son los principales retos en la investigación sobre diversidad sexual?

La aceptación de la propia diversidad. Hemos organizado nuestra forma de pensar de manera binaria, sobre presupuestos dicotómicos. Heterosexuales y homosexuales. Pero ya en los años 50 con el famoso Informe Kinsey se empezó a plantear que en nuestras prácticas sexuales se organizan más bien como un continuo entre estos dos extremos. Que no se trata de una dicotomía. La gran mayoría estamos en distintos puntos intermedios.

Las siglas LGTBI+ y todo lo que se le va añadiendo muestra una parte de esa diversidad. Hablamos con ella tanto de sexo, como de género y sexualidad. Pero cabe empezar a pensar también aquí en otras facetas como identidad o práctica. Cómo nos identificamos, como parte de qué y para qué. Todas las prácticas implican identidad, o porque unas sí y otros no.

Esto mismo está generando conflictos. Por ejemplo, el debate en torno a la ‘ley trans’. Hay colectivos que dicen que ser mujer es un hecho meramente biológico y no conciben que la elección que plantea esta norma sea posible. Entendiendo que esto les restará derechos a las mujeres. Hay mucha investigación que realizar ahí.

Y usted, ¿qué opinión tiene sobre la libre autodeterminación de género?

Desde el punto de vista del trabajo social, todo aquello que genere mayor bienestar, adecuación y mejor reconocimiento de derechos nos va a parecer más positivo. La experiencia nos dice que las personas que han estado en esta situación han visto recortados sus derechos y su capacidad de desarrollo personal.

En el caso concreto de la transexualidad, un médico me tiene que decir qué soy. Ninguno de nosotros nos imaginamos que alguien ponga en cuestión el sexo o el género con el que nos identificamos. Hay que despatologizar el tema de la sexualidad o de género. La autodeterminación es un avance en este sentido porque no resta derechos a otros colectivos, más bien refuerza al conjunto de la sociedad.

¿Cómo se aborda la diversidad sexual desde el Trabajo Social?

Desde nuestro departamento entendíamos que el abordaje de la sexualidad requiere de una perspectiva distinta. Estamos acostumbrados a una visión biomédica, es decir, de reproducción y genitalidad. Pero es bastante más que eso. Es estructura social. Es cómo la sociedad gestiona el deseo, aunque se viva de forma individual. Además, produce desigualdades entre las distintas opciones o prácticas. Desentrañar, sacar a la luz esta faceta del ser humano, sacarla de las visiones biomédicas y entenderla como el factor social que es nos permitirá construir una sociedad más abierta y un desarrollo de la persona más pleno.

¿Podría dar un ejemplo de cómo se desarrollan esas estructuras?

Trabajando en un instituto vimos como los alumnos respetan lo gay. Representa status de poder, es algo que venden los mediadores culturales. Pero a su compañero de al lado lo llaman maricón. Y no tiene que ver con mantener relaciones con personas de su mismo sexo. Es que no cumple con los roles de masculinidad. Te digo que no eres lo suficientemente hombre.

La lucha contra la homofobia no solo es fundamental a la hora de reivindicar los derechos de las personas que tienen relaciones sexuales con personas de su mismo sexo. También es clave en la deconstrucción de lo masculino. Ese que nos impide las muestras de afecto y cariño o el mostrarnos débiles. Es un elemento sustancial a la hora de trabajar contra el concepto de masculinidad hegemónico o tóxico, como dicen algunos autores.

Usted centró su tesis doctoral precisamente en masculinidad.

Los hombres en tanto varones hemos empezado a ser objeto de estudio y hemos perdido el monopolio de decidir qué se estudia y a quién. Ahora se discute sobre el concepto de masculinidad, o de masculinidades, basándose en los nuevos modelos que están apareciendo. Un aspecto interesante es si estos trabajos se deben incorporar a los estudios de género. Se confunde género con mujer, tanto dentro de la investigación como en la práctica política. Son dos partes, no se puede analizar solo a la mitad de la población. Es algo relacional que no podemos obviar. Lo cual no resta en absoluto importancia al trabajo con mujeres o en temas de igualdad. Lo completa.

¿Se hace lo suficiente en educación sexual?

La sexualidad es algo fundamental en nuestra organización social. Influye y se usa hasta en qué compramos o cómo nos vestimos. Pero hay una negación de la sexualidad como práctica. Sobre todo en colectivos que se considera que “necesitan” de una’ protección mayor, como infancia, mayores o personas con discapacidad. Se oculta, se sigue viendo como un peligro. Eso hace que su sexualidad se niegue, se les aparta. Es una de las grandes contradicciones que tenemos. Lo erótico vende, pero seguimos teniendo una visión estigmatizante de lo sexual. Es más, solo el sexo “normal” es aceptable socialmente, definido a partir de pautas heteronormativas. En cuanto tenemos elementos que distorsionan, mucho más habitual de lo que nos atrevemos a reconocer, eso nos da pavor, nos provoca rechazo y comienza a acercarse a lo, en todo caso, tolerable.

¿Cuál sería esa sexualidad normalizada?

Todo lo que se sale del parámetro adultista, homófobo, machista y genitalizado se percibe como un peligro. Por ejemplo, aceptamos a una pareja de lesbianas adulta, estable y con un hijo. Si tienen relaciones abiertas, ya es más “vicioso” pierde legitimidad. Si, además, les gusta que alguien las mire, entramos en el terreno de la perversión. Caemos en la patologización de lo que se sale fuera de la normalidad construida. Ese modelo heteronormativo, que oculta la idea de lo diverso, y genera relaciones de poder, generando desigualdades y estigmas.

¿Deberíamos reaprender lo que entendemos por diversidad?

La diversidad es aquello que se va sumando a las siglas LGTBIQ+. Pero también debemos entender la diversidad en nuestros propios desarrollos biográficos. Por ejemplo, si preguntas a las personas heterosexuales encuentras que ahí también existe una diversidad mayor de la que consideramos a primera vista. No hará falta que exista el 28J cuando la H de “hetero” se incluya en la diversidad. Es decir, cuando reconozcamos que en esa dualidad hetero-homo hay muchos puntos intermedios. Cuando rompamos las categorías y dejemos de enfrentar normalidad con diversidad. Cuando todos nos entendamos en esa diversidad en función de nuestras propias identidades. Pero mientras eso ocurre, hay que seguir peleando, investigando y sacando a la luz las diferentes identidades y prácticas.

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