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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Decidamos

La inflación interanual en la OCDE se ralentiza al 2,3 por ciento en diciembre

Francisco Casero

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Las grandes corporaciones influyen de forma decisiva en las conductas de compra, en los hábitos, en las prioridades. Definen incluso necesidades. En condiciones de libre mercado donde las empresas buscan un rendimiento económico, es lícito que articulen mecanismos para hacer crecer sus ventas y sus beneficios.

Una compra es una relación contractual donde cada parte tiene su influencia, su poder y su capacidad de decisión. A la hora de entrar en un establecimiento comercial, en el momento de coger el artículo de una estantería, de hacer un clic en una ventana emergente, el consumidor, el ciudadano se encuentra en igualdad de condiciones que una gran multinacional, porque es libre para elegir y decidir.

De hecho, en la mayor parte de los artículos y servicios existe una amplia diversidad de oferta, las opciones son múltiples y los criterios para decidir numerosos. Por mucho que nos impulsen a ello, el precio es uno más; cuando hacemos una compra consciente, comprobamos que la importancia del precio se relativiza respeto a criterios como la salud, el sabor, la calidad, la seguridad, la eficiencia, la sostenibilidad.

Estas reglas del juego, por todos conocidas y aceptadas, no acaban por llevarse a término. A pesar de las continuas campañas, públicas fundamentalmente, de los efectos nocivos de las compras por impulso, del enorme desperdicio alimentario, de la fatalidad del usar y tirar, de las nocivas consecuencias de esta dinámica para el planeta, para nosotros mismo, parecemos estar instalados en el yo y el hoy, en el disfrute cortoplacista, en el endeudamiento de las economías familiares como si fuese la mejor opción colectiva.

Seguimos voluntariamente atados a las grandes compañías eléctricas como si no quisiésemos darnos por enterados que hay casi treinta comercializadores que pueden ofrecernos mejor servicio y precio. Seguimos teniendo los teléfonos con entidades que parecen tener una plantilla de contestadores automáticos. Seguimos entrando a diario en grandes cadenas de distribución para comer lo que ellos deciden ponernos en las estanterías. Nos ponemos encima ropa que, de conocer la trazabilidad en su producción, nos daría urticaria. El 80% de nuestra basura doméstica son envases y embalajes.

Lo cotidiano, lo importante

Las grandes corporaciones, de manera interesada, han conseguido inyectar en el subconsciente colectivo que no debemos dedicar tiempo a nuestras pequeñas decisiones diarias, que dedicar tiempo a eso es perderlo, y nos saltamos la máxima de que la belleza, la felicidad, la economía, también los principios y valores, está en el detalle, en lo cotidiano.

Objetivamente, el consumidor, el ciudadano tiene el poder. No consiste en ir contra nadie sino a favor de nuestros propios intereses, como personas, como familias, nuestros propios objetivos como sociedad, nuestros propios principios como ciudadanos. El proceso pasa por la tarea de aumentar en conciencia. Actuar conscientemente, tener un porqué de cada actuación, decisión y compra.

Despleguemos nuestra conciencia, nuestra responsabilidad. Decidamos entrar en el establecimiento de barrio, comprar el producto de cercanía, el que genera riqueza y empleo local, el que defiende la idiosincrasia, la identidad, la cultura propia.

Miremos un ejemplo muy específico, un producto tan delicioso y saludable como la miel. En estos momentos, las abejas, pieza esencial en la biodiversidad, corren serio riesgo. Consumir miel local es más saludable y dinamiza la actividad apícola en nuestros campos, genera empleo y biodiversidad. Es nuestra elección, es nuestra salud, es nuestro futuro.

En sentido estricto, en la medida en que somos libres para decidir, somos, por tanto, también responsables de las consecuencias de esas decisiones. No podemos, por ejemplo, quejarnos del problema de la gran isla de basura de plástico del Pacífico, y seguir comprando alimentos envasados individualmente y utilizar incontables bolsas de plástico diariamente. No podemos lamentarnos de la contaminación y seguir cogiendo el coche para todo. No podemos entristecernos del abuso de mano de obra infantil teniendo el armario saturado. Tenemos que ser conscientes de nuestra cuota de responsabilidad.

Desde luego que no consiste en sentirse culpable por vivir, ni mucho menos. Tenemos a nuestra disposición, con relativa comodidad y a unos precios asequibles, innumerables productos y servicios que nos hacen una vida más confortable y satisfactoria. Debemos aprovecharlos; eso sí, conscientes de lo que hacemos y las consecuencias directas o indirectas, visibles o invisibles a nuestros ojos, pero no por ello menos importantes y de las que, siempre, somos partícipes.

En estos tiempos de carreras y prisas, resulta importante, imprescindible, por el bien propio, por el de todos, pararse a pensar y decidir qué compramos y a quién. Porque con cada decisión estamos favoreciendo unas pautas de funcionamiento del modelo. Más agresivas, más destructivas, o más amigables, más respetuosas con nosotros, con todos. Nosotros decidimos hacia donde queremos dirigir esta Madre Tierra.

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