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El difícil rescate de Manuel Machado
El 29 de agosto se han cumplido ciento cincuenta años del nacimiento de Manuel Machado, al que tocó en suerte –bien mala- hallarse ocasionalmente en Burgos, nada menos que el 18 de Julio de 1936. Allí quedó aislado, con su mujer, Eulalia Cáceres, hasta que lo pescaron los franquistas, tras una miserable delación, acusado de ser un relevante adicto al Frente Popular. Lo metieron en la cárcel, en la que estuvo del 30 de octubre al 1 de noviembre, y de la que salió gracias a las influencias eclesiásticas que manejó hábilmente su piadosa esposa. Acto seguido le prepararon unos “Ejercicios Espirituales de San Ignacio”, y de allí salió con el alma rendida. También recibió la inesperada visita de José María Pemán, que le diría algo así como, muchacho, vente con nosotros, que necesitamos a uno de los dos Machado en nuestra causa, y te haremos miembro de la Real Academia en un abrir y cerrar de ojos. Así ocurrió, en efecto, en una improvisada sede de San Sebastián, en 1938, mientras Antonio recorría su penoso camino del exilio, de Valencia a Colliure, de la coherencia ética a la muerte. Y nunca ocuparía su legítimo sillón en la Academia.
Las preguntas que se hacen muchos desde hace tiempo van de la perplejidad a la incredulidad, pasando por la desafección. ¿Cómo es que aquel buen poeta modernista, y ferviente republicano, se trocó en seguidor del nacionalcatolicismo? ¿Cómo el autor de una letra al himno de la II República, en 1931, cofundador de “Amigos de la Unión Soviética” en 1933, dio aquel giro ideológico de ciento ochenta grados? Desde luego la izquierda no se lo perdonó nunca y han fracasado varios intentos de recuperar al mayor de los Machado que, sin embargo, siempre ha tenido grandes admiradores, y no todos de derechas. Claro que también tuvo la mala suerte de que su hermano menor lo eclipsara, desde luego en la estatura moral, pero también estética. En esto último nunca rivalizaron, y sí que Manuel admitió noblemente la superioridad de su querido hermano.
La pregunta mayor, no obstante, es si todo ese espectacular cambio tuvo algo de convicción o fue todo pura estrategia. Los ripiosos ditirambos a Franco, a José Antonio, al “Glorioso Alzamiento”, ¿fueron algo más que retórica obligada? Salvó el pellejo, desde luego, y salvó a una parte importante de su familia que regresó a España (la de su hermano Francisco, su mujer y sus tres hijas). Esto no hay que olvidarlo. Como que cuando pasó aquellas dos noches en un frío calabozo de Burgos, no hacía ni tres meses que los rebeldes habían asesinado a García Lorca. Bien pudo pensar entonces el pobre Manuel Machado: “Ahora vienen a por mí”.
"No deben olvidarse otros textos, mucho más explícitos, de cuando era un activo republicano, en favor de las libertades y de los derechos de los trabajadores, como que apoyó una huelga de impresores de El liberal, en 1919, y propició la aparición de un nuevo diario, La libertad, de claro sesgo obrerista y socialista"
Lo cierto y verdad es que, a partir de 1939, el celebrado autor de Alma, El mal poema, Ars moriendi… publica artículos de ocasión en la prensa de derechas (ABC, sobre todo), pero sigue escribiendo de asuntos religiosos, a los que nada le obliga. Para mí es más clara esta faceta, la del hombre sinceramente creyente, como final de una crisis que ya se venía gestando al lado de su mujer. No la del franquista converso. Esto es tan llamativo, que sigue produciendo estupor y pena. Lo mejor sería olvidarlo. Contamos para ello con la benevolencia del tiempo, pero también con el esclarecimiento de hechos, por muy extravagantes e incomprensibles que parezcan. Piénsese que hasta aquel inoportuno viaje a Burgos, Manuel y Antonio Machado se veían regularmente en Madrid, donde trataban de culminar, entre otros textos a dúo, una obra teatral de suma importancia: La diosa Razón (publicada, tras laboriosa tarea, en 2021 por la Fundación Unicaja y Alianza editorial). Un cambio importante empezaba a gestarse en la concepción dramática que hasta entonces mecía a los Machado en una ola de popularidad, hacia un teatro más ágil y dialéctico, sin rastro de casticismo, y que en esa pieza se atreve a explorar las contradicciones internas de la Revolución Francesa, hasta abocar en el primer imperialismo moderno. En mi opinión, fue también una advertencia de la deriva racionalista que podía tener nuestra Segunda República, bajo el camuflaje radical del bienio negro (el texto fue redactado en 1935 y algo quizás en 1936). El hecho es que esa nueva concepción quedó truncada por la separación que la guerra impuso a los redactores. Como que nunca volvieron a verse.
La siempre difícil recuperación de este controvertido autor no debe olvidar que el 7 de abril de 1946 publica en ABC un valiente alegato titulado “El quinto no matar”. En él dice: “Se puede morir por una idea, no se puede matar por una idea. Idea que empieza por matar, no triunfa. Nunca. […] El nazismo y el fascismo cayeron vencidos” (¡). Entre líneas, se entiende: aunque solo sea por el quinto mandamiento, no matéis más, por Dios. Ya está bien… El antes decadente poeta a lo Verlaine parece estallar, desde una sorda indignación, por el fusilamiento de tres guerrilleros antifranquistas, ejecutados el 10 de diciembre anterior en Alicante (¡siete años después de terminada la guerra!). Algo le bullía por dentro, todavía, al sincero republicano de otros tiempos, que murió meses después. ¿Quiso dejarnos una señal de arrepentimiento?
Tampoco deben olvidarse otros textos, mucho más explícitos, de cuando era un activo republicano, en favor de las libertades y de los derechos de los trabajadores, como que apoyó una huelga de impresores de El liberal, en 1919, y propició la aparición de un nuevo diario, La libertad, de claro sesgo obrerista y socialista. De mi particular pesquisa, pido atención a estos dos párrafos, tomados de las columnas que fue publicando en “El Liberal”, en 1918 (agárrense a lo que puedan): “La amnistía es justa y santa (se refiere a la del 8 de mayo que liberó a los líderes del comité de la Huelga General de 1917, Besteiro, Largo Caballero, Saborit y Anguiano). El decreto que la propone honra por igual al espíritu, libre y progresivo, verdaderamente político, en el gran sentido de la palabra, que lo ha redactado; al Gobierno que la patrocina (el del liberal García Prieto), a las Cortes que la votarán y al Jefe del Estado, en que la noble y generosa obra se realiza”. El segundo: “Yo no soy socialista. Temo que un pobre poeta lírico no pueda ofrecer, en el concierto general de la vida común, un producto fácilmente cotizable. Pero lo que no concibo es que no sea socialista un hombre de Gobierno. Y mucho menos que hable del socialismo como de un peligro un hombre de orden”.
Ahora relájense y, si les parece, tómense un par de copas de manzanilla. Una a la salud literaria y a la ideología republicana del Manuel Machado anterior a la guerra, y otra por la siempre difícil democracia española.
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