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La Línea del frente

Impacto de fuego real en uno de los furgones de los disturbios en La Línea
17 de mayo de 2021 20:21 h

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Tras la muerte en el mar de dos hombres, La Línea se ha visto atosigada por varios días de enfrentamientos con la policía y quema de edificios y mobiliario urbano. Los disturbios se han concentrado principalmente en los barrios que se extienden a lo largo del extenso paseo de Levante, aunque en los últimos días se ampliaba su extensión a otras áreas de la ciudad. Viendo las imágenes de ríos de personas, familias enteras, desplazándose desde estos barrios a cortar alguna de las principales avenidas, da la impresión de un motín popular.

Los conflictos de los vecinos de estos barrios con la policía son relativamente frecuentes y no comenzaron ayer. Recuerdo en mi infancia las cargas y algaradas en esa misma playa y las pelotas de goma que los niños llevaban a la escuela como trofeo. Por aquella época se hizo famosa el calificativo de “territorio comanche”, que Pérez Reverte dedicó a la zona cuando el helicóptero de la policía que le transportaba fue apedreado por niños. La gente de La Línea siempre me ha parecido gente dura, un carácter que parece repetirse casi en todas las fronteras. La violencia no es algo nuevo, como tampoco lo es el maltrato de la prensa y el estado. Desde las instituciones de gobierno se atribuyen los acontecimientos a una especie de reacción histérica colectiva. Es probable que la versión de la Guardia Civil se aproxime bastante a la realidad de los hechos. Sin embargo, también es cierto que, a la hora de abordar la cuestión de La Línea, de manera sistemática no se tiene en cuenta ninguna versión que no sea la policial, lo cual puede generar cierto hartazgo en parte de la población. Esto va desde la prensa diaria hasta los horribles documentales que se han emitido en los últimos años en Netflix y en televisiones españolas, donde se conseguía que durante varias horas de entrevistas no hablara prácticamente nadie que fuese de allí. Desde esa alianza tácita entre medios, instituciones políticas y fuerzas de seguridad, se trata de manera sistemática a una parte de la población de La Línea como un enemigo de guerra, que no merece cara ni voz propia.

Desde esa alianza tácita entre medios, instituciones políticas y fuerzas de seguridad, se trata de manera sistemática a una parte de la población de La Línea como un enemigo de guerra, que no merece cara ni voz propia.

Hay muchos grupos humanos en una ciudad tan grande como La Línea. El trabajo en Gibraltar absorbe una clase trabajadora de decenas de miles. La refinería ya no es lo que era, aunque sigue proporcionando trabajo a obreros cualificados. Las tasas de paro son disparatadas, como en la mayor parte de Cádiz. El contrabando ha sido también parte de la historia de esta frontera y es la base de la supervivencia de una parte no desdeñable de la población.

Línea de la Concepción nació a partir de la línea fortificada que sitiaba Gibraltar, consolidándose como núcleo urbano ya en el siglo XIX. Separadas por un istmo de arena, territorio neutral o tierra de nadie. Desde entonces y hasta la actualidad la prosperidad de la ciudad ha dependido en gran medida de la colonia británica. La Línea proveía de todo tipo de recursos a La Roca, incluida la mano de obra para sus fábricas. El contrabando ha sido una de las actividades características en la frontera, buscando evitar la aduana. Según testimonios recogidos en el libro de Ballesta Gómez sobre la frontera, a principios de siglo los carabineros humillaban con cacheos innecesarios y abusivos a los linenses que cruzaban la aduana. También disparaban a la más ligera provocación. Contaba un soldado inglés la anécdota de un carabinero que mató a tiros a un par de hombres que corrían con una carga de tabaco. El hermano de uno de los contrabandistas degolló al carabinero poco después. En total 4 muertos, pues suponemos que el hermano sería ejecutado. En 1935, Pío Baroja se tenía que disculpar por un artículo en el que afirmaba que en aquella aduana y en la contigua Focona se amontonaba la escoria de España. Los disturbios generados por los controles eran habituales a principios del siglo XX. Los más dramáticos fueron los conocidos como “sucesos de la aduana”, en la década de los veinte. En el edificio de la aduana, las protestas de aquellos que intentaban cruzar la frontera fueron reprimidas por los disparos de los carabineros, siendo asesinados varios vecinos.

Durante este periodo, y casi hasta la actualidad, la frontera de Gibraltar ha dividido dos mundos tremendamente desiguales. No hace tantísimo que una parte importante de la ciudad eran chabolas. Cuando la colonia era una gran base militar, los marineros británicos utilizaban La Línea como un gran prostíbulo. Todavía cuando yo era un niño y el sistema de tratamiento de residuos no estaba tan desarrollado, la basura de Gibraltar llegaba periódicamente a la playa de Levante, una imagen que es una ajustada metáfora sobre la relación entre las dos ciudades. Y, sin embargo, han sido las fuerzas de seguridad españolas las que se han comportado a menudo como un verdadero ejército de ocupación en La Línea. 

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