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El milenio de la Taifa de Sevilla

Del barrio de la Macarena y Adelante Andalucía
Centro Cívico y Palacio de la Buhaira

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La historia sobre la construcción de la Taifa de Sevilla es un relato apasionante cargado de ingenio, determinación y estrategia. A 1000 años de su emancipación del Califato cordobés, todavía hay muchos sevillanos y sevillanas que desconocen su existencia y se asombran de su arraigo en la Sevilla actual. Si bien aún queda mucho por descubrir, podemos aventurarnos a que en este 2 de noviembre de 2023 estamos ante el Milenio de los hechos que determinaron la construcción de la Taifa de Sevilla. Esta Sevilla andalusí, soberana, con afán de proyección en un proyecto político autóctono ante la decadencia del Califato cordobés, es el legado, y a la vez deuda pendiente, que permite inspirarnos en la actualidad para la construcción de un proyecto soberanista andaluz. 

El contexto histórico del siglo XI es un Califato cordobés que se encuentra en plena Fitna (guerra civil). En 1016, le fue arrebatado el trono a la dinastía Omeya cuando el gobernador de Algeciras, Alí ben Hammud al-Násir, asesinó a Sulayman, bisnieto de Abderramán III, dando inicio así el reinado de la dinastía amazigh de los Hammudíes en el Califato cordobés. Alí correría igual destino desgraciado, pues el 22 de marzo del 1018, murió asesinado. Inmediatamente después del asesinato del Hammudí, se orquestó para que su hermano Al-Qasim, que ostentaba el cargo de gobernador de Sevilla, ganara la batalla de la sucesión frente al hijo del fallecido, Yahyà b. Ali b. Hammud, que se encontraba en Málaga, y frente al sucesor Omeya, Abderramán IV, al que la población cordobesa autóctona seguía considerando el único legítimo, aunque andaba exiliado sin posibilidades.

Abul Qasim Muhammad será el que inicie el cambio de modelo político en Sevilla frente a una Córdoba que, más que gobernar Al Ándalus, centraba todas sus fuerzas en poder gobernarse a sí misma

Este cambio de poderes suscitó que Al-Qasim ben Hammud, segundo Califa de la dinastía Hammudí, tuviera que designar a un sucesor para el gobierno de la Cora de Sevilla. Se decantó por Abul Qasim Muhammad, quien fuera hijo de Ismail ben Abbad, precursor de la dinastía Abbadí, referente de la Sevilla andalusí, que anteriormente ostentó el honorable cargo de Cadi en la Mezquita Aljama de Córdoba durante el mando de Almanzor, y se retiró a Sevilla tras el fallecimiento de “El victorioso”, en el 1002. Continuó ejerciendo sus labores de Cadi y Corregidor, mediante la instalación de un triunvirato, que resultó gratificante para la población sevillana. Precedido por la buena labor de su padre, Abul Qasim Muhammad, fundador de la dinastía Abbadí, será el que inicie el cambio de modelo político en Sevilla frente a una Córdoba que, más que gobernar Al Ándalus, centraba todas sus fuerzas en poder gobernarse a sí misma. 

De esto echa cuenta el momento en el que el Califa Hammudí Al-Qasim debe de huir de Córdoba por verse amenazado en el cargo en agosto de 1021 por la inminente llegada de su sobrino, Yahyà b. Ali b. Hammud, hijo del primer Califa Hammudí asesinado, que reclamaba su derecho a heredar el trono. Al-Qásim consiguió el apoyo Abbadí para refugiarse en Sevilla, y acá que vino también su sobrino, ya proclamado tercer Califa Hammudí, para capturar a su tío e intentar acabar con él en batalla. Pero la Cora de Sevilla mostró su gran valentía y organización enfrentándose en victoria frente al ejército califal en la batalla de Triana que sucedió el 22 de febrero del 1022[1]. De esto rinde homenaje un mármol ubicado en el museo arqueológico que contiene la primera referencia escrita de la palabra Triana en árabe. Lo cual descarta muchas hipótesis de cómo se podría denominar a este lugar de Sevilla en época de la Bética, pues no existen registros.

Esta victoria de Triana propició que Al-Qasim retomara el trono del Califato cordobés en febrero de 1023, sin embargo, las tensiones entre los amazigh y los cordobeses, fieles de los Omeya, llevaron a Al-Qasim a abandonar nuevamente la capital en noviembre de 1023 y buscar refugio en Sevilla. Es aquí donde se muestra por primera vez la osadía de la dinastía Abbadí, pues en esta ocasión Abul Qasim le niega la entrada en la ciudad, por lo que el Hammudí se ve obligado a huir hacia Jerez, donde ahora sí será capturado por las tropas de su sobrino, que se encuentra gobernando la Cora de Málaga, y que le darán trasladado a la Alcazaba de Málaga para terminar allí asesinándolo.

Fueron una serie de acontecimientos los causantes de cómo la dinastía Abbadí forja la ilusión de reinstaurar un proyecto cultural y político autóctono andaluz

Restablecida la dinastía Omeya en Córdoba de la mano de Abderraman V, la ciudad de Sevilla, el 2 de noviembre de 1023 [3], decide entregar el poder a Abul Qasim Muhammad como recompensa a no someterse a los Hammudíes, y ensalzar la figura de la ciudad como plaza fuerte e independiente ante las convulsiones de Al Ándalus. Decide instalar en ese momento, como hizo su padre, un triunvirato junto a dos personas pertenecientes a la nobleza andalusí sevillana; Allah al-Zubaydi, y Alaah ben Maryan. Esta decisión generó el cambio hacia una nueva percepción social y política, germen de la Taifa, pues dio inicio a nueva estrategia, por la cual se iniciaron rafias para obtener dinero, y de esa manera, formar un ejército propio con el objetivo de defenderse de las injerencias externas. Es por ello que queda fijada como el cambio de ciclo entre la Cora y el germen de su autonomía, aunque vendrán más acontecimientos que irán cementando esta decisión, hasta alcanzar la independencia total en forma de Taifa.

Otro punto clave será en 1027, cuando nuevamente destituido el tercer Califa Hammudí, Yahyà, que había recuperado al trono califal en 1025, de regreso a sus dominios en Málaga para constituir lo que sería la Taifa malagueña, hace una parada en Carmona, y solicita la sumisión de Sevilla. Ante un ataque inminente a la ciudad, y sin posibilidades de una defensa certera, pues aún solo se poseía un ejército de 500 hombres, Abul Qasim, ante la demanda de rehenes para comprobar su obediencia, decide evitar la guerra y entrega a su hijo, Al Mutalid. Este gesto llevó al abadí a ser elevado a Malik (rey), como símbolo de respeto, y guía político y espiritual, y significó el final del triunvirato.

Esta situación política se mantendrá estable, viéndose amenaza en 1035, ya caído el Califato cordobés, porque Yahya decide conquistar Carmona y solicitar la rendición de Sevilla [4]. Pero en esta ocasión, la entereza y valentía de Ismail, Hijo de Abul Qasim, serán determinantes, pues llevará a cabo un complot que logrará asesinar a Yahya, y dar un golpe certero a la dinastía Hammudí, alzando a los abbadíes como líderes de la causa andalusí, y aglutinando a otras Taifas con líderes andalusíes.

Es en este momento cuando el Abbadí, preocupado por la ausencia de Omeyas que pudieran dar un sentido espiritual a Al Ándalus, recoge de un estero a un hombre con enorme parecido a Hisham II, Califa Omeya al que se le creía muerto desde 1013, y en su nombre hace fortalecer la Taifa de Sevilla como la heredera legítima de Al Ándalus.

El respeto a la causa andalusí, se irá consolidando en el tiempo tras enfrentamientos con otras Taifas[5]. Uno de los más significativos, será en 1036, cuando se establece una alianza entre Habbus, rey de la Taifa de Granada, Zuhayr, de la Taifa de Almería, y Muhammad, gobernador de Carmona, con el objetivo de provocar rafias en diferentes ciudades de la Taifa sevillana, llegando a las mismas murallas de la ciudad, pero sin llegar a sitiarla, limitándose tan solo a proclamar que su Califa era Idris ibn Alí ibn Hammudi, gobernador de la Taifa de Málaga, y desperdigándose posteriormente. Estos enfrentamientos se repetirán como contestación a la cada vez mayor influencia de los abbadíes por la península.

Fueron una serie de acontecimientos los causantes de cómo la dinastía Abbadí forja la ilusión de reinstaurar un proyecto cultural y político autóctono andaluz, con aspiraciones a recuperar el esplendor del Califato cordobés, pero con capital en Sevilla. Aún cierto que no se llegará a alcanzar en su toda su existencia, ni en tiempos de su mayor expansión con Al Mutamid.

Se establecen medidas de redistribución de la riqueza y una interpretación de la normativa islámica adaptada a las costumbres hispano-béticas, para favorecer la convivencia armónica entre andalusíes musulmanes, andalusíes cristianos y sefardíes

Para obtener el prestigio venidero, Sevilla será protagonista de formidables avances tanto en el modelo urbano, con medidas para que el Guadalquivir recupere todo su esplendor junto a huertas y canalizaciones, o creando normativas para favorecer el encalado de las paredes, que incluso en las zonas más relevantes de la ciudad, se insta aplicar un friso dorado en los relieves, premonición del amarillo albero tan sevillano [6]. En el plano social y económico, se establecen medidas de redistribución de la riqueza y una interpretación de la normativa islámica adaptada a las costumbres hispano-béticas, para favorecer la convivencia armónica entre andalusíes musulmanes, andalusíes cristianos y sefardíes.

La Sevilla andalusí vendrá a ser la inspiración y la referencia de futuros mercenarios y monarcas extranjeros, como el Cid, que maravillado por la cultura y riqueza de Al Mutamid, quiso imitarle gobernando a su manera la Taifa de Valencia, o ya, bajo ocupación castellana, el invasor Alfonso X, que con su NO&DO quiso reflejar la unión de las tres culturas, la cual, el reino de Castilla nunca ha sabido gestionar en su afán traicionero y totalitario, salvo con la excepción de Pedro I, el Justiciero, al que sus anhelos le llevaron a construir su propio palacio en el Alcázar. Huellas en el devenir histórico que todavía siguen inspirando.

[2] Pierre Guichard y Bruna Soravia (2005) Los reinos de taifas. Fragmentación política y esplendor cultural. Sarriá

[3] Eduardo Manuel Gil Martínez (2021) La Taifa de Sevilla. Almena.

[4] https://www.mcnbiografias.com/

[5] Pierre Guichard y Bruna Soravia (2005) Los reinos de taifas. Fragmentación política y esplendor cultural. Sarriá

[6] Eduardo Manuel Gil Martínez (2021) La Taifa de Sevilla. Almena.

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