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Leila Slimani, escritora: “Me llama la atención esa gente que sale a pedir libertad y no es capaz de dar lo mismo a sus mujeres”

Leila Slimani en una imagen de archivo.

Alejandro Luque

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Tras conquistar el premio Goncourt con su superventas Canción dulce y examinar a la sociedad marroquí en Sexo y mentiras, Leila Slimani (Rabat, 1981) necesitaba plantearse nuevos retos. Entonces decidió volver la mirada al pasado de su familia, y lo que vio le inspiró una trilogía cuyo primera entrega acaba de ver la luz en España, como los anteriores, en el sello Cabaret Voltaire. El país de los otros es el título de esta obra que cuenta la historia del matrimonio entre una alsaciana y un marroquí desde los convulsos años 40 hasta la independencia de Marruecos en 1956, y que fue presentada recientemente en Sevilla, en un acto organizado por la Fundación Tres Culturas y el Institut Français.  

“Pienso que para los escritores es importante, en algún momento al menos, contemplar el tiempo con perspectiva y distancia, porque demasiado a menudo vivimos sometidos a la urgencia del mundo contemporáneo”, comenta Slimani. “Yo quería preguntarme cómo puede un país como Marruecos pasar, en 60 ó 70 años, de un arcaísmo casi medieval a la modernidad. Y quería también comprender cómo había sido la vida de mis abuelos. Creo que hoy en día no sabemos de dónde venimos, vivimos en ciudades llenas de pasado pero lo ignoramos todo de éste”, añade.

Uno de los modelos más a mano con los que contó Slimani fue, según dice, su propia abuela que falleció hace ahora cinco años. “Era una mujer increíble que jugó un papel crucial en mi educación. Era muy grande, con los ojos verdes, rubia... ya físicamente resultaba imponente, pero lo más atractivo en ella era su forma de estar en el mundo, adoraba la vida, la fiesta, la libertad, jamás se dejaba doblegar, era una persona intensa, apasionada, con una gran cultura, dispuesta a vivir con todas las consecuencias, lo que implicaba, en su caso, que prefería que la vida fuera difícil antes que aburrida o fastidiosa. Y eso es lo que trató de enseñarnos”.  

“Conforme fui creciendo supe cuánto había sufrido, lo difícil que fue para ella instalarse en aquel Marruecos cuando ella tenía 20 años, además. Me di cuenta de que allí ella era casi más extranjera por su condición de mujer que por ser francesa”, apunta.  “A veces me pregunto qué pensaría de mí si me viera. Si estaría orgullosa o me diría: déjate de literatura y vete a casa a cuidar de tus hijos”.

Colonialismo y libertades

El factor colonial, que todavía sigue suscitando encendidos debates en el país adoptivo de Slimani, Francia, es uno de los asuntos centrales de la novela. “Yo misma soy quien soy en parte por el colonialismo. Cuando llegué a Francia me ponía furiosa cuando se repetían como mantras cosas como bueno, ya está bien de hablar del colonialismo, eso es pasado, pasemos página. El colonialismo no es el pasado, sus huellas siguen muy presentes, siguen explicando la complejidad de sociedades como la marroquí, y estoy convencida de que es un fenómeno del que se puede hablar sin buscar polémicas simplistas o azuzar el odio”, comenta.

Naturalmente, en El país de los otros aflora también la contradicción entre aquellos movimientos emancipadores y la situación de la mujer, eternamente relegada a un segundo plano. “Me llama mucho la atención que todos esos hombres que salieron y salen a la calle para pedir, en definitiva, igualdad y libertad, luego no fueran capaces de dar eso mismo a sus mujeres, ya fueran madres, esposas, hermanas...”, asevera.

“Como novelista quiero no juzgar”, prosigue la escritora. “En todo caso entender, pero nunca juzgar. Por eso he querido contar la guerra y la lucha contra la colonización en presente y a través de personas, digamos, anónimas o insignificantes en términos históricos. Cincuenta años después es muy fácil juzgar las cosas, pero en aquellos años las barreras no estaban tan claras, la gente, en general, convivía, había amistades, relaciones amorosas entre marroquíes y colonos franceses; había incluso, por parte de muchos, un deseo de modernidad, de progresar, mi propio abuelo, pese a que muchas cosas de mi abuela lo ponían en un brete, estaba orgullosísimo de estar casado con una francesa... Lo que quiero decir es que en el presente todo es ambiguo, por eso en la novela los personajes, todos, no acaban de entender todo lo que pasa y están un poco perdidos”.

De sus comienzos como periodista, asegura, aprendió “a ser paciente. Pero cuanto más escribo ficción, siento que me acerco más a las estructuras novelescas. Para esta trilogía paso horas leyendo artículos de la época y busco inspiración en ella. Allí están los detalles, y un escritor los necesita siempre”.

La maternidad sin culpa

El país de los otros es, en fin, una historia de convivencias y conflictos entre pueblos que también puede ayudar a conjurar los aires xenófobos en auge de la Europa actual. “Hemos perdido el deseo de vivir con gente diferente. A mí, desde luego, no me importa ni me da miedo vivir con gente que no está de acuerdo conmigo o que hable otro idioma. Creo que ninguna convivencia es natural, pero eso no tiene nada que ver con la nacionalidad o la religión. Vivir con los demás es duro, siempre complicado y puede que hasta imposible. Y ese es de hecho el tema de todas mis novelas. Creo que Europa en estos momentos vive con dificultad su propia historia y, sobre todo, creo que tiene un problema de falta de espiritualidad. Y con espiritualidad no me refiero a ninguna religión, sino a ese sentimiento de que existe algo más grande que el consumo y las dinámicas estúpidas de la sociedad contemporánea. Nos está faltando corazón e inteligencia”.

“El deseo de ser libres lo comparten todos los hombres y mujeres de la Tierra”, agrega la autora. “Demasiadas veces queremos pensar que somos diferentes. Entonces decimos: las mujeres no son como los hombres. O yo soy blanca y tú negra, y aquel de allí homosexual... Y al final, de tanto querer ser diferentes, acabamos viviendo muy apartados de los demás. Por supuesto que hay que reclamar libertad e igualdad para todos, faltaría más, pero yo añado que también sería deseable reivindicar el derecho a vivir juntos”.

Como en sus obras anteriores, la reflexión sobre la feminidad y la maternidad subyacen en el texto de El país de los otros. “La maternidad es una condena a perpetuidad. El resto de la vida alguien depende de ti, y tú dependes emocionalmente de esa persona. Y se espera de ti un amor incondicional, una madre ya no tiene deseo, ya no tiene egoísmo. Pero yo no. Me considero una mujer egoísta, pero una de las luchas más importantes es el egoísmo. Yo no quiero hacer más, ser superwoman. Quiero volver a mi casa, sentarme y preguntar ¿qué hay de comer? Y no quiero sentirme culpable por ello. Hay que decirle a las mujeres que no pasa nada si no gusta a todo el mundo, nadie tiene derecho a juzgarla. Si se siente libre, ha ganado la partida”.

De momento, la segunda parte de la trilogía ya está en marcha. Slimani adelanta que “está ambientada en los años 60, entre Rabat y Casablanca, que fue conocida en Marruecos en aquella época como la pequeña California porque confluyeron allí la élite del país, gente próxima al poder, pero también muchos miembros de la izquierda contestataria y la contracultura. A partir de los 70, tras el atentado contra Hassan II, hubo un cambio enorme y se volvió a un conservadurismo feudal, al culto a las tradiciones antiquísimas. Lo que cuento en esa novela es la muerte de un sueño, la nostalgia de lo que hubiera podido ser de no haber sufrido el país esos terribles años de plomo”, concluye. 

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