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Heridas de arena o lluvia de agua caliente en mitad de la batalla: la Guerra Civil también se escribe de forma surrealista

Frente de Madrid, diciembre de 1937, soldados franquistas en Carabanchel Bajo.

Alejandro Luque

Sevilla —

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Cuando David Uclés nació en Jaén en 1990, había pasado medio siglo desde el fin de la contienda civil que desangró España. Ningún vínculo directo tenía con aquellos hechos, a lo sumo algún pariente que tomó las armas entonces, pero que nunca había llegado a conocer. Y sin embargo, la curiosidad de un escritor nunca se ha detenido por cuestiones cronológicas. La mejor prueba de ello es La península de las casas vacías (Siruela), una novela que pretende abarcar toda la Guerra Civil en todo el territorio ibérico… Y en clave de realismo mágico.

“Quizá los escritores a los que nos pilla lejos aquello escribimos con mayor libertad que los de generaciones anteriores, que cargaban con mochilas hereditarias, silencios o complejos por no saber cómo abordar el tema”, explica el autor sobre su tercera novela. “Yo soy bisnieto de la guerra, pero no me he puesto limitaciones”.

Para Uclés, una de esas limitaciones ha sido tradicionalmente “contar la historia de una familia con la guerra de fondo, o una batalla en concreto… Yo me propuse contarla entera, con un punto onírico, un toque de realismo mágico”. Una etiqueta, esta de realismo mágico, que no solo no le molesta, sino que asume con todas sus consecuencias. “Me he dado cuenta de que para mucha gente es algo que ya pasó, una etiqueta comercial, pero me parecía idóneo crear cierto surrealismo desde la realidad cotidiana, invertir ciertas lógicas como lo hace la pintura de Magritte o Maruja Mallo. Entiendo que acabó siendo un cajón de sastre para todo lo que oliera a fantasía y nadie supiera dónde ponerlo”.

De Paul Preston a Berlanga

Desde una mujer con los miembros de leche, a la que brazos y piernas le vuelven a crecer a los pocos días de cercenados, a una bala que sigue a un joven por todo el pueblo, pasando por un maestro que enseña a los alumnos a hacerse los muertos en mitad del campo, un músico que talla instrumentos de cuerda en los tocones de unos álamos muertos, un hombre que hace su casa en un nicho del cementerio o bestias de corral pintadas de negro en señal de luto por el fallecimiento de un bebé… Recursos todos ellos que, al tiempo que provocan el asombro del lector, “atenúa el dramatismo de la historia: no es lo mismo que de una herida salga sangre que arena. O congelar una avioneta en el aire sobre la batalla de Teruel, y el piloto se santigua en su interior. Se trata de crear imágenes con cierto halo onírico, con un uso del color y la plasticidad. Y puede ayudar a grabar en la memoria ciertos episodios de la guerra”.

Ello no quita que Uclés se haya documentado exhaustivamente sobre los hechos reales que acontecieron en la Península Ibérica entre 1936 y 1939. Pero tanto le ha influido la lectura de Paul Preston o Anthony Beevor como una novela como El palacio azul de los ingenieros belgas de Fulgencio Argüelles, El tambor de hojalata de Günter Grass o El soldado Švejk de Jaroslav Hašek, sin olvidar el cine de José Luis Cuerda o de Berlanga.

“Cuento, por ejemplo, la batalla del Ebro, cómo fue, qué resultado tuvo. Pero de pronto, en medio de una tregua, puede empezar a llover agua caliente, y los soldados se quitan la ropa en una escena un poco homoerótica y empiezan a bañarse… En todo caso, he intentado delimitar muy bien qué es ficción y qué no”, señala Uclés.

Personajes histórico y ficticios

Ello incluye también las apariciones de personajes históricos como Federico García Lorca, Antonio Machado, George Orwell, María Zambrano, Unamuno, Hemingway, Miguel Hernández o Rafael Alberti, así como Franco o Azaña. “Las citas de esos personajes van siempre entre comillas, pero si conversan con los míos, me invento sus diálogos. Forma parte de la magia de la ficción, pero el lector no va a tener dudas al respecto cuando rompo la cuarta pared. Por ejemplo, aparece Orwell en una enfermería con un personaje inventado, y dice algo así como ‘yo no debería estar aquí, el narrador me ha metido en esta habitación pero tengo que marcharme, debo estar en otro lado’”.    

Todo este banquete lector lo ha ido cocinando David Uclés a fuego lento durante 15 años. Es decir, empezó con 19 y ahora tiene 34, y en ese tiempo se mudó a Santiago, Jaén, Madrid, París… “He brindado muchas veces con mis amigos celebrando que se iba a publicar, incluso en 2018 tuve una oferta y la rechacé, porque la novela no estaba madura. Empecé contando una especie de Macondo en mi pueblo, pero fue creciendo y, gracias a que el proceso se alargó, he podido publicar la obra que realmente quería”.

En especial, gracias a una beca Leonardo que le permitió hacer 25.000 kilómetros, visitar 80 escenarios reales de la Guerra Civil y compararlos con lo que había imaginado en sus primeros borradores. “Eso hizo que estuviera muy seguro de lo que podía ofrecer”, agrega.

La contaminación de Gabo

La alusión a Macondo no es gratuita, toda vez que los protagonistas de La península de las casas vacías, la familia de Odisto Ardolento, establece un paralelismo con los Buendía de Cien años de soledad difícil de esquivar. La sorpresa es que Uclés nunca acabó de leer la obra magna de Gabriel García Márquez. “Compré una edición del 50 aniversario preciosa, pero a las 30 páginas la dejé, porque temía que me contaminara demasiado. Sé de qué va, me hice una idea de su tono, pero ahora sí voy a poder leerla”.

Después de tanto tiempo trabajando un manuscrito, podría pensarse que Uclés se sienta un tanto vacío ahora que ya pertenece a los lectores. Pero nada de eso: afirma sentirse “como pisando aire” tras la publicación, y ya tiene la idea de otra novela en la cabeza, “pero estoy disfrutando de haber podido sacarla. Hasta ahora la respuesta de los libreros y los periodistas está siendo muy buena. Estoy feliz y esperanzado”, proclama.

En cuanto a la Guerra Civil de verdad, la que todavía sigue dividiendo a muchos españoles, lamenta que “no haya habido un trabajo de memoria histórica justo, amplio y consensuado por todas las partes, pero celebro que cada vez nos odiemos menos a nosotros mismos, aunque se siga viendo esa división absurda, visceral”.

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