Miguel Rivera, cantante de Maga: “Escribir ha sido como irme a la habitación de al lado”
Miguel Rivera (Zaragoza, 1974) lleva dos décadas escribiendo, pero no ha sido hasta ahora cuando ha sacado su primer libro a la luz. Sus textos eran conocidos a través de su grupo musical, Maga, una banda de culto en la escena independiente española que esta semana cumplía 20 años de trayectoria. Sistemas binarios (Aguilar), un volumen en el que reúne versos y prosas, supone su debut en la literatura, aunque, según afirma, el mundo que refleja no difiere demasiado del que reflejan sus canciones.
“En 2018, Zahara me propuso colaborar con ella en lo que acabó siendo su disco Astronauta”, recuerda. “Le pasé varios textos que tenía, ella eligió uno, pero el resto de sus textos se los envió a su editora, que era Mónica Adán, de Aguilar. Después de leerlo, me llamó para preguntarme si me apetecería escribir un libro. Más que un encargo, fue un reto, me puso en una situación casi de vértigo. Pero nunca he sido apocado, de modo que me arrojé al trabajo de escribir”.
Sobre escribir prescindiendo del elemento musical no fue tan terrible como parecía en un principio. “Lo que pensé que podía ser un escollo, supuso un trampolín hacia un estado más propicio para crear”, afirma. “Al no tener el corsé de la métrica o la intencionalidad del estribillo, empecé a trabajar de manera automática, en un proceso casi pictórico, a brochazo limpio. Me sentí muy libre en el fondo y en la forma. Conseguí que la propuesta de mi editora se convirtiera en un proyecto personal”.
“Una vez superado ese vértigo inicial”, prosigue este sevillano de adopción, “entendí que mucha de la gente que sigue a Maga desde hace 20 años lo hace en parte por las letras. Maga y Sistemas binarios parten de la misma simiente. Trabajaba con la sensación de que lo que contaba podía llegarle al mismo público, y quizá trascender a otros públicos. Salir de la zona de confort me planteó un reto muy sugestivo. Me puse a trabajar con ahínco y de una forma metódica, a diario”, subraya.
¿Le asaltó el pudor del primerizo? “El pudor siempre está ahí, pero no por meterme en camisa de once varas, porque lo he disfrutado mucho, y publicar para mí ya es un premio”, asegura Rivera. “No tengo la sensación de ser un impostor, ni un intruso en un medio que no es el mío. Lo que hice fue convertir ese pudor en una herramienta. Carlos Frontera, un buen amigo que junto con Juan Antonio Bermúdez han sido mis apoderados, me dijo algo que me marcó: plantéate el inicio de un cuento como algo que te daría pudor decir de viva voz. A partir de esa idea se me abrieron un montón de ventanas en la cabeza”
Todo un revulsivo terapéutico, dice: “¡Me he gastado una pasta en terapia, y me la hubiera ahorrado si hubiera empezado a escribir antes”, bromea el músico. “Es un ejercicio más honesto, sincero y liberado de tapujos que escribir una canción, porque la música endulza siempre lo que se dice. Enfrentarse al papel en blanco desde esa primera persona confesional y exorcizante me dio alivio y orgullo”, comenta este devoto de narradores como Carlos Castán o Andrés Neuman, y de poetas como Aurora Luque, Angelo Nestore o Jesús Jiménez, sin olvidar a los clásicos iberoamericanos con los que se formó, como García Márquez o Cortázar.
Lo que el lector encontrará en estas páginas tiene mucho de ese ámbito cósmico y abisal que tan familiar resulta para los seguidores del grupo. “Después de 20 años haciendo letras para Maga, es difícil desvincularse, y además no quiero hacerlo. Para mí hay un punto de inflexión, que es la parte más narrativa del libro. En los cuentos me permito dejarme fluir con lo que va surgiendo. El tópico del escritor que habla de los personajes que se desarrollan y crean situaciones que no se había planteado previamente lo viví en propia carne. En eso sí difiere de las letras de Maga, como en el hecho de ponerme en pieles ajenas, incluso en la de una mujer”, agrega.
Al final, todo se explica a través de lo que el propio Rivera denomina terapia de a peseta. “El ambiente cósmico, espacial, que está en el trasfondo de muchos de mis textos, viene de mis veraneos infantiles en Rota, cuando me tumbaba en la playa en las noches sin luna para ver las estrellas y sentía el vértigo placentero de estar bajo la bóveda celeste. Hace un tiempo me leí un libro de Christophe Galfard, discípulo de Stephen Hakwing, titulado El universo en tu mano, donde explica todo, desde la teoría de la relatividad a los agujeros negros, de una manera muy accesible. Con él me di cuenta de que ese anhelo de alcanzar mundos exógenos, lejanos, o acceder a las profundidades del mar, responde a una búsqueda de desubicación continua. Una búsqueda de mi yo primigenio, por qué soy como soy… Y como no me encuentro aquí, me busco en otros lugares”.
Sobre el lugar común según el cual los seguidores del pop y el rock no tienen demasiado interés en la literatura, el autor tiene sus dudas. “Hay muchas inquietudes literarias. Gente como The New Raemon, McEnroe, Iván Ferreiro, Zahara o Love of Lesbian cuidan mucho sus letras. Es gente que no dice lo primero que se le ocurre. Quiero pensar que las letras de Maga también dicen algo, y que quienes las siguen también leen”.
¿Influirá esta experiencia sobre Maga? “No lo sé, tampoco me he ido tan lejos. Si me hubiera hecho piloto de Fórmula 1 quizá sí, pero esto ha sido como irme a la habitación de al lado, sin salir de la casa de Miguel Rivera. Lo que sí sé es que voy a seguir haciendo canciones y escribiendo. La narrativa ha sido un gran descubrimiento para mí”, apostilla el músico.
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